A la memoria de mi abuelo valenciano, José Manuel Bou Miralles. Él, junto con mi madre, fue el primero en hablarme de un gran poeta “fusilado por los franquistas”.
En estos días se cumple un nuevo aniversario del asesinato de Federico García Lorca. Con la distancia que facilita el tiempo, quizás sea apropiado no dirigirnos sólo al dolor perenne por el crimen impune, sino a ocasiones felices proporcionadas por su genio.
Lxs argentinxs albergamos en la memoria colectiva uno de los períodos más gratos de la tronchada existencia de Federico. Nos referimos a su brillante estadía en Buenos Aires, entre octubre de 1933 y marzo de 1934. Durante ese lapso permaneció en la capital argentina, a excepción de un par de semanas en Montevideo y algunxs viajes “relámpago”, por ejemplo a Rosario y a La Plata. Asimismo tuvo frecuentes “escapadas” a Tigre, lugar que le resultó más que agradable.
Buenos Aires era por entonces la capital de un país cuyas instituciones políticas estaban corroídas por el fraude electoral. Recién se salía de la gran crisis y el nivel de empleo y los ingresos de trabajadorxs y pobres eran los últimos en recuperarse, como suele suceder en sociedades capitalistas. El resultado de huelgas y protestas sindicales fue respondido desde el poder con prisiones y torturas.
Nada de eso empañó el viaje de Federico, ni parece haber influido en su derrotero.
Un as de los escenarios.
Llegó invitado por Lola Membrives y su marido, empresario teatral. Querían que estuviera siquiera un par de semanas, para la promoción de la ya exitosa representación de Bodas de sangre, su pieza teatral más famosa hasta ese momento. La destacada actriz argentina la protagonizaba, en medio del entusiasmo del público y los elogios de los críticos. La presencia de Federico podía afianzar e incrementar el éxito ya obtenido.
La venida de Lorca tenía también una finalidad más “selecta” y de prestigio intelectual: Dar un ciclo de conferencias en la asociación Amigos del arte, un punto de reunión de las elites porteñas.
Las exposiciones orales del poeta y dramaturgo fueron cuatro, versando sobre los siguientes temas: Juego y teoría del duende, Como canta una ciudad de noviembre a noviembre, Un poeta en Nueva York y Canto primitivo andaluz. Los presentes pudieron descubrir que amén de sus méritos en la poesía y el teatro, Federico era un brillante orador. Su primera conferencia, a caballo de la etérea idea del “duende” resultó la favorita. La voz se corrió y el poeta granadino pudo repetir sus disertaciones ante un público más numeroso. Algunas tuvieron lugar en el espacioso teatro Avenida, el mismo en el que se representaron sus piezas teatrales, lleno a rebosar para la ocasión.
En el ámbito teatral el suceso reforzado por la presencia del dramaturgo andaluz sobrepasó las mayores aspiraciones del matrimonio Membrives. Lorca extendió su estadía y a la mencionada Bodas de sangre la siguieron La zapatera prodigiosa y Mariana Pineda, que fueron nuevos éxitos, sobre todo la historia de la zapaterita..
Como ésta era una pieza más breve y de menor enjundia que Bodas… el autor le añadió un “fin de fiesta” consistente en la escenificación de tres canciones populares recogidas y armonizadas por él, “Canción de otoño en Castilla”, “Los pelegrinitos” (sic) y “Los cuatro muleros”. El poeta mostró así sus aptitudes musicales, con las que lxs espectadores más adeptos acentuaron el verdadero éxtasis que les proporcionaban sus presentaciones.
Solía subir al escenario antes o después de las representaciones de sus obras y las espectadoras y espectadores le prodigaban fervorosos aplausos
Enseguida de su llegada Lorca se convirtió en objeto de una atención multitudinaria. Entre bromas y veras, en carta a sus padres, muestra su asombro por tener aquí más renombre que en Madrid y a que su rostro era tan conocido que la gente lo reconocía en la calle.
Incluso se queja de cierto exceso de popularidad, aunque reconoce: “Pero es para mí importantísimo porque he conquistado a un pueblo inmenso para mi teatro.”’
Entre escritoras, escritores y…Gardel.
Admirado y amado se convirtió en una presencia fulgurante, “…durante seis meses será difícil abrir la prensa sin leer algo acerca del prodigio andaluz que ha caído como una bomba sobre la ciudad”, escribe el británico Ian Gibson, autor de la biografía más extensa y profunda que se haya escrito sobre el poeta.
Y describe esa atención periodística: “Lorca pronunciando conferencias, Lorca recitando, Lorca tocando el piano, deambulando por Corrientes o Florida, reunido con amigos en el café Tortoni; en Tigre, zona que le encanta y visita con frecuencia, Lorca con Lola Membrives, Lorca con Eva Franco; comiendo en un restaurante de la Costanera, que insistía en visitar para poder ver el río.”
Durante toda su estada Federico se alojó en la habitación 704 del hotel Castelar, al 1100 de Avenida de Mayo. No se limitó a pernoctar allí, ya que marcó su presencia en radio Stentor, situada en el mismo edificio.
El medio radial le atraía lo suficiente como para participar en varias emisiones. Y hasta fue coautor de un radioteatro, con Samuel Eichelbaum y Edmundo Guibourg, dos hombres de teatro que, sobre todo el segundo, se honraron con su amistad.
También funcionaba, en el sótano del hotel, una peña literaria llamada Signo, de la que se hizo asiduo concurrente.
Trabó relación con buena parte de lxs escritores de la época, auxiliado por su carácter extrovertido, su sentido del humor y su gusto muy andaluz por las fiestas y jolgorios. La lista incluye a Pablo Neruda, Oliverio Girondo, Norah Lange, Pablo Rojas Paz, Raúl González Tuñón, Conrado Nalé Roxlo, Ricardo Molinari, Victoria Ocampo… Esta última lanzó por su editorial Sur una reedición de Romancero Gitano que se agotó con rapidez.
Mención aparte merece Pablo Suero, poeta, periodista y sobre todo crítico teatral, gran entusiasta de su obra. Su fervor lo llevó a adelantarse a recibirlo a Montevideo y arribar junto con Federico al puerto de Buenos Aires.
Rojas Paz solía ser anfitrión, junto con su esposa Sara Tornú, en reuniones que se celebraban en su casa.
En una de las varias noches de encuentro con sus nuevos amigos, Lorca se sentó al piano para hacer “retratos musicales” de algunos de los presentes. A Neruda lo invocó recreando el clima de Residencia en la tierra, un reciente y celebrado poemario. Y a González Tuñón le dedicó una improvisación que culminaba con algunos acordes de La Internacional.
No podía faltar tampoco un encuentro con Carlos Gardel, y lo hubo.
Hizo las presentaciones César Tiempo, otro de los escritores que trabó amistad con el poeta granadino. Terminaron en la casa del cantor, con Don Carlos entonando varios temas para solaz del andaluz, que por entonces incorporaba el tango a sus gustos musicales.

En cambio resultó desafortunada su presentación con Jorge Luis Borges. Más tarde el autor de Ficciones afirmó que Lorca le había parecido una personalidad falsa, un “andaluz profesional”.
Un punto culminante de su relación con los personajes de la literatura local lo constituyó un homenaje conjunto a él y a Neruda, en el lujoso Hotel Plaza, organizado por la sección argentina del PEN Club.
El español y el chileno, que a la sazón era cónsul en Buenos Aires, habían decidido sorprender al público, integrado en gran proporción por colegas. Y dieron un discurso “al alimón”, es decir a dos voces. Se alternan en la palabra y cautivan a la concurrencia.
Tema central de la exposición compartida fue Rubén Darío, a quien ambos admiraban. Y concluyen con un brindis en su honor, para el que ambos a coro dicen: “Por cuyo homenaje y gloria levantamos nuestro vaso”. El derroche de histrionismo y sentido del humor dejaría un duradero recuerdo entre los que asistieron.
Yerma y un conflicto.
Inmerso en su intensa actividad social, plena de festejos y agasajos, Federico no escribió mucho en esos meses. Lola Membrives lo acuciaba para que terminara Yerma obra que la actriz quería estrenar en Buenos Aires.
Era otro fuerte drama rural, y la actriz y empresaria preveía un suceso similar o mayor al de Bodas de sangre. El autor había traído en su maleta el manuscrito con buena parte de la obra y se suponía le faltaba poco para darle fin. Membrives inspiró un viaje compartido a la capital uruguaya donde, en palabras de Lorca, intentó tenerlo “secuestrado” para que rematara la labor pendiente
El dramaturgo prefirió dedicarse a una adaptación de La dama boba, de Lope de Vega, cuyo estreno estuvo a cargo de Eva Franco, otra de las luminarias teatrales de aquellos tiempos. Federico dirigió la puesta, y un meritorio escenógrafo que lo había acompañado en el cruce del océano, Manuel Fontanals hizo los decorados y el vestuario, muy elogiados. Para la ocasión dramaturgo y actriz la rebautizaron La niña boba.
García Lorca volvía así a uno de sus mayores amores, el teatro clásico hispano. No por nada venía de recorrer los caminos de España con La barraca, un grupo de teatro universitario con el que representaban obras de Miguel de Cervantes, Pedro Calderón de la Barca, Tirso de Molina y el mencionado Lope, entre otros.
Un núcleo de estudiantes aficionados peregrinaba con el repertorio del Siglo de Oro, llevándolo incluso a pequeños y a veces recónditos pueblos. Llevaban así monumentos literarios a la consideración de un público popular, a menudo iletrado.
Ahora con actores profesionales, y con un público al que consideraba culto y exigente, el clásico alcanzó otro éxito clamoroso.
Yerma no sería concluida hasta su regreso a España. Parece ser que en un momento de enojo, Federico le dijo a la actriz que la obra no estaba destinada para ella, sino que la tenía prometida a Margarita Xirgu. Era una intérprete catalana que ya había encarnado otros personajes lorquianos. Lola quedó hecha una furia y la relación muy amigable que hasta ese momento había tenido con el dramaturgo se convirtió en un vínculo distante y frío. Y Yerma se estrenó en diciembre de 1934. El drama de la mujer estéril fue protagonizado por Xirgu, de acuerdo al propósito preanunciado del autor.
…y los títeres.
El día anterior al inicio de su regreso a España, Federico brindó otra muestra más de su versátil talento. Organizó una función de teatro de títeres, en la que destacó la obra El retablillo de Don Cristóbal, inspirada en un “entremés” (obra breve, en general jocosa) de Cervantes.
Logró encantar a una platea de escritores y amigos. Y se dice que marcó un hito para los titiriteros argentinos. Ocurre que hasta ese momento no se utilizaban aquí títeres de guante sino marionetas. Y el “Don Cristóbal” traído por García Lorca era “de guante” y artistas argentinos construyeron otros a su semejanza e iniciaron un nuevo camino en el teatro de muñecos en estas latitudes. Esto fue el 26 de marzo, al día siguiente zarpó en dirección a España.
Una despedida que no fue final sino principio.
Muchos acontecimientos más podrían relatarse acerca de esa estadía, en cuyo transcurso el andaluz se convirtió en un ídolo para porteñas y porteños, saltó a la tapa de los diarios de Buenos Aires… y ganó mucho dinero. Hasta donó una buena suma a sus amigos de este lado del océano, con la expresa instrucción de que lo gastaran en “fiestas”.

Nada presagiaba entonces que sería asesinado un par de años después, en una contienda que sorprendió a muchxs. Buenos Aires guardó imaginario luto por el crimen. Y profusa poesía y prosa se publicó aquí referida a la muerte de Federico.
Entre esas múltiples evocaciones elegimos transcribir un soneto compuesto por Conrado Nalé Roxlo, que lo había conocido de cerca y dio cauce lírico al dolor producido por el artero asesinato:
“En la muerte de Federico García Lorca”
La alta torre de Dios yace abatida,
polvo celeste en pólvora quemado,
río de sol y nardos apagado
bajo el puente redondo de tu herida.
El alto cielo tu silencio mida,
haz de flores y flechas disparado
hacia la eternidad y enraizado
en el hondo diamante de la vida.
En los lirios de Góngora, crespones,
en las rosas de Lope, llanto y duelo,
lágrimas de poetas y leones
acompañen tu entrada al ancho cielo
, sueño de muerte, para ti desvelo
en la luz matinal de tus canciones
Según un estudioso español que dedicó su tesis doctoral al paso de Federico por Argentina, Pedro Larrea, el mito del poeta no se inició con su muerte, sino con su viaje por la capital argentina. Y destacó la perenne presencia del poeta en Buenos Aires, aún en 2015, a más de 80 años de su visita. Con variadas ediciones de sus poemas y piezas teatrales en las librerías y casi continuas puestas de sus obras en los teatros.
A lo que se sumaban otros autores con obras que tenían la vida del poeta, e incluso a veces su viaje porteño, como tema central. Y las permanentes referencias periodísticas en los diarios y revistas argentinos. No faltaron quienes organizaron recorridos “lorquianos” por las calles de Buenos Aires.
El tributo a Lorca, el recitado de sus versos, la lectura o la visión de su teatro, acompañan hasta hoy a millones de argentinas y argentinos, ya desde su infancia, en el hogar o en la escuela. La ausencia-presencia de Federico se siente aún con singular fuerza.
Gracias Daniel por esta bellísima evocación del paso de ese gigante por estas tierras.
Hermoso y rico repaso de la estadía de Federico en Buenos Aires, y de lk que nos dejó. Muchos años después de su fusilamiento una andaluza que tenía un kiosko de golosinas y cigarrillos en San Martín y San Luis, en Mar del Plata, me contó del dolor y duelo en su pueblo al saber del crimen de Federico: todos nos pusimos brazal negro, dijo, y aún se emocionaba
Me alegro que te haga gustado Luis. En algún momento con estos escritos evocativos, más algunos autobiográficos armaré un libro. Abrazo.