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¿Semiperiferias? ¿Subimperialismos? Debates sobre el imperialismo hoy

Durante la última década, el estado de desorden mundial caracterizado por los múltiples desafíos que viene enfrentando el dominio norteamericano, su rivalidad con China, y la articulación de esta última con otros Estados que no forman parte del club imperialista ensayando planteos de “multipolaridad”, otorgó nuevo relieve a una cuestión muy relevante para dar cuenta de cómo se estructura la jerarquía del sistema mundial capitalista, como ser el lugar que tienen ahí las formaciones económicosociales de posición intermedia.

Como sostenemos en “Desarrollo desigual e imperialismo hoy”, que integra el libro El imperialismo en tiempos de desorden mundial, una de las características del sistema mundial capitalista en la actualidad es que la jerarquía de países se ha vuelto cada vez más compleja. Como resultado de distintos procesos que dinamizaron alternativamente distintos espacios de la geografía planetaria desde mediados del siglo XX, y especialmente durante la internacionalización productiva que reconfiguró la economía mundial en los últimos cuarenta años, las gradaciones intermedias entre las economías más desarrolladas de los países imperialistas y aquellas economías más atrasadas entre los países dependientes, han adquirido mayor importancia. El desarrollo desigual y combinado que caracteriza al capitalismo como sistema mundial por definición –que a su vez tomó como punto de partida la desigualdad preexistente entre formaciones económico-sociales que solo con la imposición del mercado mundial capitalista se volvieron efectivamente parte de una estructura social unificada a escala planetaria–, se caracteriza por dos tendencias contrapuestas, a la nivelación y a la diferenciación. Las sucesivas reestructuraciones que fue produciendo este “subeibaja” de acumulación y desacumulación que va generando la producción capitalista del espacio mundial, ha ido consolidando una estructura estratificada. Es esta, algo que siempre fue cierto para hablar del imperialismo y que era tenido en cuenta por las elaboraciones marxistas clásicas, lo es cada vez más: cualquier imagen estanca que hable solo de desarrollo en los países imperialistas y subdesarrollo uniforme en el resto del planeta no se ajusta a las relaciones que caracterizan al sistema mundial. Este continúa siendo una totalidad jerarquizada, en la que un puñado de países siguen apropiándose de riquezas producidas en el resto del planeta y en el que imperan condiciones que favorecen la reproducción de desigualdades y asimetrías; pero esta persistencia tiene lugar de la mano de la conformación de una estructura cada vez más complejizada. Dar cuenta de esta complejidad requiere teorizar los estratos intermedios, que no forman parte del núcleo de países más poderosos, pero tampoco se pueden incluir sin más en el batallón de formaciones estatales dependientes, claramente subordinadas respecto de los países imperialistas. Para dar una idea de este universo heterogéneo al que nos referimos, podemos mencionar a algunos de los países que hoy podrían integrarlo, sin pretender una lista taxativa: India, Rusia, Corea del Sur, Brasil, Sudáfrica, Turquía, Arabia Saudita, Irán, Indonesia, Israel y hasta México –caso este último sumamente contradictorio por el formidable peso que tiene el imperialismo norteamericano sobre el país–.

La cuestión adquiere una dificultad adicional por las formas divergentes que puede adquirir la ubicación intermedia, como surge de una mirada rápida a los países que mencionamos y sus diferentes condiciones. Una dimensión planteada es reconocer y conceptualizar la existencia de Estados con grados dispares de desarrollo capitalista que se ubican por encima de los países dependientes pero por debajo de los países imperialistas. Pero también es necesario dar cuenta de cómo estos variables estratos intermedios de acumulación y desarrollo capitalista se intersectan con niveles diferenciados de capacidades estatales –poder militar, autonomía geopolítica relativa y capacidad de articular internacionalmente con otros Estados en cooperación o confrontación con las potencias imperialistas–. La unidad diferenciada entre el comando territorial del Estado y la acumulación capitalista produce abigarradas combinaciones, en las que no hay correspondencia directa entre el “estatus” relativo alcanzado en cada uno de estos niveles. Corea del Sur ilustra un claro ejemplo donde el poderío de su entramado corporativo y su expansión internacional no va de la mano de un despliegue de poder estatal, focalizado casi exclusivamente en la tensión con Corea del Norte y muy dependiente de la asistencia norteamericana. El Estado turco, en cambio, en un actor con peso propio en Europa central y Medio Oriente, que puede permitirse jugar al límite compaginando su pertenencia a la OTAN y una relación estrecha con la Rusia de Putin que se viene consolidando en los últimos años. Mientras que la economía de Turquía está plagada de fragilidades y ha sido, junto con Argentina, uno de los países más sacudidos por crisis externas graves en los últimos 20 años.

Se han propuesto distintos enfoques para teorizar esta realidad, que como ya señalamos en ningún modo es privativa del capitalismo contemporáneo –el desarrollo desigual y su producción de formaciones con estatus intermedio recorre toda la historia de este modo de producción, que conformó una economía mundial arrojando en un torbellino común a sociedades con trayectorias muy dispares– pero sí cobra hoy más entidad.

Semiperiferia

Immanuel Wallerstein, teórico del sistema-mundo, introdujo en el marco de su edificio conceptual, para el cual el par “centro-periferia” constituye “un concepto relacional, no un par de términos reificados” [1], la categoría de Estados “semiperiféricos”. La jerarquización planteada por Wallerstein se desarrolla a partir del tipo de procesos productivos que tienen lugar en cada formación. Mientras que los procesos productivos más complejos y elaborados serían característicos del centro, y las producciones más elementales se llevan a cabo en la periferia, los países semiperiféricos quedan definidos por la amalgama de ambos: se trata de aquellos que “poseen una mezcla casi pareja de productos centrales y periféricos” [2]. Estos Estados “poseen características políticas específicas” [3].

Bajo presión de los Estados fuertes y presionando a los estados débiles, su mayor preocupación es mantenerse a distancia de la periferia y hacer lo posible para acceder al centro. Ninguna de las dos operaciones es sencilla, y ambas requieren de una considerable injerencia estatal en el mercado global. Estos estados semiperiféricos son los que implementan con mayor agresividad y en forma pública las denominadas políticas proteccionistas. Esperan, con ello, “proteger” sus procesos productivos de la competencia de compañías fuertes en el exterior a la vez que intentan mejorar la eficiencia de las compañías internas para que compitan mejor en el mercado global [4].

La semiperiferia se caracteriza, en la elaboración de Wallerstein, por captar excedente de la periferia, al mismo tiempo que trasfiere excedente al centro.

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En este esquema teórico del sistema mundo, la semiperiferia tiene una función estabilizadora que le otorga “un rol indispensable para la operación del sistema mundial capitalista”. Políticamente, la semiperiferia actúa como el “estrato medio” que ayuda a prevenir la resistencia unificada de la gran mayoría oprimida contra los pocos privilegiados del sistema [5]. Económicamente, la semiperiferia es igualmente importante para la estabilidad del sistema mundial capitalista, ya que tienen un papel clave cuando el sistema necesita reestructurarse para recuperar la tasa de ganancia, lo que obliga en los países centrales a volcar capital a nuevas industrias más dinámicas, para lo cual es necesario relocalizar las “viejas” industrias, para lo cual las semiperiferias han resultado un destino privilegiado, en la evaluación de Wallerstein [6].

Más allá de los debates que pueda producir el enfoque general del sistema mundo, con su énfasis en las estructuras y procesos cíclicos de larga duración que desdibuja el lugar de los actores sociales en el cambio de dichas configuraciones, este enfoque presenta una limitación importante, al darle primacía exclusiva a las estructuras económicas, lo cual no permite distinguir demasiado las distintas combinaciones que señalamos más arriba entre poderío económico y fortaleza estatal-militar que pueden conjugarse de forma variada. El criterio para integrar la semiperiferia está determinado exclusivamente por la fisonomía combinada de la estructura productiva. Con este lineamiento se corre el riesgo de dejar fuera del estrato intermedio a países que lo integran por derecho propio, pero no en base a la complejidad de su estructura productiva, sino basado en la fortaleza de su aparato militar. Si bien es cierto que se trata de un riesgo limitado a algunos pocos casos, ya que en la generalidad de los casos algún nivel de fortaleza económica por encima de la media de los países “periféricos” suele ser condición para desarrollar fortaleza estatal, no deja de ser una advertencia a tener en cuenta.

Por otra parte, otorgarle al “estrato medio” un rol acolchonador en el sistema mundial no se condice con las relaciones que caracterizan a muchas formaciones que tienen una posición intermedia y que tienen roces o conflictos con las principales potencias, convirtiéndose en ocasiones en factores de desestabilización o conflicto en ámbitos regionales.

Subimperialismos

El teórico de la corriente marxista de la dependencia Ruy Mauro Marini, desarrolló inicialmente el concepto de subimperialismo para dar cuenta de las peculiaridades del Brasil dependiente. A partir de ahí la irá generalizando hacia otras formaciones económico-sociales con rasgos y posiciones comparables. En Marini, la categoría de subimperialismo resultaba inseparable de la de dependencia. Las limitaciones que encontraba el desarrollo capitalista brasileño, producto de los desequilibrios generados por los rasgos atrasados de la estructura social y las deformaciones a las que empujaba el capital imperialista, derivaban en la reproducción en su periferia inmediata de algunos patrones comparables a la relación del imperialismo con la periferia en su conjunto –en menor escala y de forma degradada–.

En tiempos recientes, especialmente a partir del lanzamiento de los BRICS, la categoría de subimperialismo se ha revitalizado. Uno de sus principales exponentes contemporáneos es Patrick Bond.

Bond presenta una serie de características que hacen a la condición subimperialista. Siguiendo la línea de David Harvey en El nuevo imperialismo, el punto de partida está en que “la acumulación se basa crecientemente en la desposesión” [7], mientras que “los poderes regionales emergen lógicamente para facilitar este proceso”. En segundo lugar, las mismas tendencias a la sobreacumulación de capital que caracterizan al sistema imperialista en su conjunto, emergen también en las formaciones subimperialistas, como resultado de lo cual “existen poderosos impulsos para que el capital local se externalice y financierice”. En tercer lugar, los Estados subimperialistas se caracterizaron en tiempos recientes por expandir las prácticas neoliberales impulsadas por los centros imperialistas, “para su uso dentro de sus esferas regionales de influencia, legitimando así el Consenso de Washington en términos ideológicos y concretos, especialmente al facilitar acuerdos multilaterales de comercio, inversión y financiamiento”. Bond afirma que “los poderes subimperiales a menudo promueven instituciones neoliberales incluso cuando se quejan (a veces con amargura) de su indiferencia hacia los países más pobres, y en ocasiones establecen otras nuevas que tienen funciones similares en términos regionales”. Esto, a su vez, “permite que el poder subimperial actúe como una plataforma regional para la acumulación, extrayendo recursos del interior y comercializando exportaciones que típicamente destruyen la capacidad productiva y la soberanía económica del interior”. Finalmente, así como las relaciones del imperialismo con los países subimperialistas implican “superexplotación” (otra categoría desarrollada extensamente por Marini) de la fuerza de trabajo de estos últimos por parte de capitales provenientes de los primeros, los subimperialismos extienden la misma relación hacia las geografías a las que se expanden sus capitales [8].

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La relación de los países subimperialistas con las potencias imperialistas es definida a partir de la “cooperación antagónica”: mientras disputan por márgenes de autonomía y por preservar el acceso privilegiado a determinadas áreas de influencia, resultan instrumentales en la preservación de las condiciones que requiere la acumulación y circulación de capital a través del globo. Esta conjugación de términos contradictorios para caracterizar la relación con las potencias dominantes tiene la virtud de no atribuir un rol necesariamente estabilizador a estas formaciones de posición intermedias. Por el contrario, queda planteada la posibilidad de que tengan un papel potencialmente más disruptivo del que tienen las semiperiferias en la teoría del sistema-mundo de Wallerstein.

Un límite importante en las variantes teóricas más difundidas del subimperialismo, en esta línea que va de Marini a Bond y otros autores contemporáneos, es que encontramos un cierto esquematismo económico de base, similar al de los planteos de Wallerstein. Si en el caso de Wallerstein las semiperiferias amalgaman características centrales y periféricas, la teoría del subimperialismo hace demasiado hincapié en la reproducción parcial que las formaciones intermedias realizarían de las dinámicas imperialistas de acumulación hacia el exterior y apropiación de excedente generado en otros países. La teoría tiende a preescribir un esquema para la condición subimperialista, que parte de la sobreacumulación relativa de capitales (en una estructura limitada por el peso del imperialismo y la superexplotación) para desde ahí explicar la producción de patrones de potencia regional [9]. No todos los casos de formaciones intermedias se ajustan bien a este patrón. Ni la exportación de capitales ni la punción de plusvalía de otros países, tienen el mismo para todas las formaciones de posición intermedia.

El mayor problema que tiene el planteo de subimperialismo, sin embargo, es que desdibuja el hecho de que sigue existiendo una frontera cualitativa entre los países claramente imperialistas y estas formaciones definidas como subimperialistas. Por supuesto, en el trasfondo de esta confusión hay un problema real: las formaciones económicosociales intermedias, por su propia ubicación, y por la lógica a las que la lleva la competencia económico-estatal que caracteriza a este sistema, tienen patrones de opresión, generalmente sobre los ámbitos de su periferia más cercana. Pero al mismo tiempo no logran desembarazarse de la condición subalterna, con todo lo que esto conlleva, como reconocen los teóricos del subimperialismo al momento de darle más substancia a la definición. Puede parecer una cuestión meramente terminológica. En parte lo es, pero resulta difícil no caer en la conclusión de que la diferencia entre los países imperialistas y aquellos que a este término le agregan el prefijo “sub” adelante, fuera más de grado que otra cosa; aparecen como países que hacen en parte lo mismo que los imperialistas pero en una escala más pequeña. ¿Forman parte entonces de un mismo conjunto con los países imperialistas en la participación de la expoliación del planeta? Aunque el prefijo “sub” le ponga límites, los subimperialismos parecen ingresar en el primer batallón. En el mejor de los casos, “sub” e “imperialismo” se niegan o anulan, dejando formaciones que no parecen encajar en ninguno de los dos conjuntos.

Aunque la categoría pretende enriquecer y precisar las gradaciones que conforman el sistema mundial capitalista como una totalidad concreta jerarquizada, termina aportando más confusión que otra cosa.

Dependencia atenuada

Habiendo realizado una mirada por dos de los esquemas que se proponen dar respuesta a las complejidades que hacen a la estructuración del sistema mundial contemporáneo, propondremos a continuación una categorización alternativa para responder a la cuestión que buscan conceptualizar las categorías de semiperiferia y subimperialismo. Como hemos visto, ambas tienen méritos y debilidades, la que propondremos a continuación tiene quizás más puntos de contacto con la primera de las señaladas anteriormente, pero da más flexibilidad para incorporar el aspecto potencialmente conflictivo respecto del orden imperialista que caracteriza a algunas de estas formaciones, que está inscripto en la categoría de subimperialismo.

Partimos de la noción de que los polos jerárquicos del sistema mundial capitalista son las potencias imperialistas, por un lado, y los países dependientes, por otro. Por países dependientes entendemos aquellas formaciones económicamente subordinadas, en las cuales el capital imperialista juega un rol prominente y que se caracterizan por una marcada heterogeneidad en sus fuerzas productivas y por exhibir en promedio niveles de productividad bien inferiores a la frontera tecnológica que marcan las economías más ricas [10]. A su vez, las formas del Estado exhiben rasgos de vasallaje o semicolonialidad respecto de las potencias dominantes en su conjunto o de alguna de ellas en particular, lo que relativiza la soberanía formal de los mismos que se supone caracteriza al sistema de Estados.

En este ordenamiento, creemos que una noción equivalente a la de semiperiferia podría ser la de formaciones con una condición de dependencia con rasgos atenuados o dependencia atenuada. Lo que permite hablar de una dependencia con rasgos atenuados es una mayor capacidad, siempre en términos relativos y en comparación con los países dependientes, para orientar la política estatal en defensa de los intereses de sectores de la clase capitalista nacional, y pujar por ellos más allá de sus fronteras, por lo general dentro de los límites de su periferia más inmediata. Esto convierte en parte a estas formaciones en partícipes de la expoliación de otros países dependientes, pero dentro de ciertos límites y sin que esto implique que dejen de estar sometidas a la presión y expoliación imperialista. Un motivo para no adoptar sin más la noción de semiperiferia –además de que no estamos partiendo de los polos centro/periferia en los que se inscribe y de la distancia con todo el bagaje de la teoría del sistema-mundo– es quitarte a la caracterización de estas formaciones de posición intermedia los rasgos de esquematismo economicista con los que carga la categoría. Proponer la condición de dependencia con rasgos atenuados para este tipo de formaciones permite, a nuestro entender, dar más lugar para caracterizar en los distintos casos si esta atenuación parcial responde a los procesos de acumulación y desarrollo parcial de las fuerzas productivas, o si por el contrario este elemento se encuentra solo débilmente, y en dicha atenuación de la dependencia cobra más preeminencia determinada trayectoria histórica o el peso de la geografía, que permitieron a ciertas formaciones la construcción de poderío estatal/militar con el cual pudieron adquirir autonomía relativa y cierto juego propio, para ubicarse por sobre el pelotón dependiente a pesar de la debilidad de sus procesos de acumulación.

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Respecto de las teorías del subimperialismo, la categoría que proponemos tiene la ventaja de ubicar sin ambigüedades la condición fundamentalmente subalterna de estas formaciones. Sin estas coordenadas básicas no se puede pensar seriamente la mecánica ni tareas para el accionar revolucionario en dichos países, en el que la ruptura definitiva con el imperialismo y toda subordinación nacional no ha desaparecido ni mucho menos.

En este marco, dos elementos en los que el planteo de subimperialista aventaja a la teoría de las semiperiferias pueden ser incorporados. Primero, el hecho de que estas formaciones intermedias no operan necesariamente como un “colchón” de las contradicciones del sistema capitalista mundial que por lo tanto contribuyan a estabilizar al sistema. Por el contrario, la posición intermedia puede ser fuente de inestabilidades que los conviertan en eslabones débiles. Segundo, pero ligado a esto, el par cooperación/antagonismo, a veces en la combinación “cooperación antagonista” mencionada más arriba pero en otros casos con un polo imponiéndose, permite dar cuenta de las distintas ubicaciones de las formaciones de posición intermedia en relación a las potencias imperialistas.

A la categoría de dependencia con rasgos atenuados le cabe la misma aclaración que podría aplicar para las de semiperiferia o subimperialismo: no se trata de una situación estanca, alcanzada de una vez y para siempre. Como da cuenta la cita de Wallerstein realizada más arriba, estas formaciones intermedias se caracterizan por un esfuerzo permanente para no descender al estrato más bajo –a lo que las puede condenar la operación inclemente del desarrollo desigual y combinado– y por elevarse hasta la escala más alta de las principales potencias. Sin que necesariamente ocurran estos extremos, los cambios en la situación internacional, como ser una mayor o menor fortaleza o agresividad de las potencias imperialistas, una coyuntura económica adversa o favorable para las periferias, o los cambios que cada país pueda atravesar en el equilibrio de fuerzas entre las clases –lo que pueda llevar a un régimen más débil o más fuerte para regatear con el imperialismo y proyectarse internacionalmente–, el rasgo atenuado de la dependencia puede debilitarse o hacerse más marcado. En el extremo de debilidad esta atenuación de la dependencia puede llegar a casi desdibujarse del todo, como ocurrió en el Brasil del “lava-jato” durante el cual su aparato judicial se convirtió en correa de transmisión sin mediaciones de las presiones de la embajada norteamericana. Dicho esto, las condiciones más o menos profundas de la configuración económica y estatal que nos llevan a caracterizar a determinadas formaciones como dependientes con rasgos atenuados, operan como marco y límite para estos vaivenes, y solo se reconfiguran como resultado de procesos más prolongados.

En aquellos países que actúan indiscutiblemente como potencias regionales, el aspecto atenuado de la dependencia se extrema. Rusia, que discutiremos en mayor detalle en un próximo artículo, presenta un caso límite dentro de esta gradación, pero no es el único. En estos casos, si bien los aspectos de dependencia económica y condición subalterna respecto del imperialismo no desaparecen, el aspecto opresor de estos Estados respecto del resto de los países dependientes se acentúa, sin que se los pueda sin embargo homologar sin más a las potencias imperialistas.

Cabe antes de concluir una última aclaración, para que no queden dudas al respecto. Hay un país que no puede definirse como acabadamente imperialista pero tampoco integra ya el conjunto de formaciones de posición intermedia, al que claramente ha superado. Estamos hablando de China, que hemos caracterizado como imperialismo en proceso de construcción o consolidación.

Las categorías propuestas, partiendo del repaso crítico de algunas de las herramientas teóricas desarrolladas por otros autores y corrientes, deben ser tomadas como un primer paso para una elaboración más sistemática y concluyente. La intención principal de nuestro planteo es sugerir una hoja de ruta para complejizar las categorías utilizadas para dar cuenta del sistema mundial capitalista contemporáneo, dejando en clara al mismo tiempo la continuidad de coordenadas fundamentales que atraviesan la historia del imperialismo y se mantienen: el mundo actual no es uno de jerarquías disueltas, sino que las perpetúa de manera modificada.

Fuente: La Izquierda Diario

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