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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Norma Pla, una mujer del conurbano

Norma Pla creció en Villa Domínico, pero vivó la mayor parte de su vida en el barrio San José de Temperley, conurbano sur. El barrio San José, plebeyo de origen, aportó la mano de obra de sus hombres y mujeres que hacinados en trenes o colectivos, iban a trabajar como obreros o empleadas domésticas. Pero, los domingos y feriados, momento de encuentro, familias enteras se ocupaban de levantar sus viviendas, muchas veces sin otro crédito que el del corralón y la solidaridad vecinal. San José, un territorio conflictivo y rico en experiencias históricas, donde los sueños se van amasando con materiales surgidos del paisaje mismo. Roberto Arlt supo ver en Temperley el principio de la utopía, diferente a la oscura y europeizante capital.  En ese escenario que replica las distintas resistencias populares surgidas a lo largo del tiempo, Norma Pla hizo suya esa fuerte identidad de lucha del conurbano. Por Patricia Rodríguez para ANRed


La jubilada que desnudó las miserias del sistema 

Norma Beatríz Guimil cuyo padre era guarda del tranvía 22 y su madre, empleada doméstica de la familia Martínez de Hoz, abandonó la escuela de Villa Domínico  en 2do grado y con 13 años arrancó trabajando, primero en una fábrica, luego en empleos vinculados con la limpieza, de fábricas o casas particulares. Norma nunca tuvo un empleo en blanco, por lo tanto, nunca se pudo jubilar pese a que trabajó sin descanso. Su rostro ajado, su pelo encanecido mostraban las huellas de una vida sacrificada y dura. El espejo le devolvía la imagen de una mujer sufrida, mucho mayor en apariencia.

En su juventud conoció a Miguel Pla, un joven obrero que trabajaba en una fábrica de encuadernación. Los Bomberos Voluntarios de Pompeya habían organizado un baile y allí comienzan un diálogo que culmina en casamiento como la mayoría de las parejas de barrio. Ella tenía 19 años y él 28. En un principio alquilaron, luego lograron comprar una casita muy modesta, en el barrio San José de la localidad de Temperley, donde vivían con sus cuatro hijos. Luego llegaron los nietos.

Su esposo, obrero gráfico, despedido en 1982 porqué la fábrica “quebró”, no volvió a encontrar “trabajo en blanco” e hizo lo que pudo. Ambos trabajaban los viernes y sábados en los baños de un boliche, limpiando o vendiendo golosinas para poder acercar unos pesitos más y de esa forma llegar a fin de mes. La dura realidad del conurbano bonaerense exigía reinventarse y asir herramientas para dar la pelea.  Unos años después, Miguel falleció. Norma Pla recibió una magra pensión que no alcanzaba, por eso los dos hijos mayores ayudaban como podían, mientras intentaban mantener su pequeño taller cuentapropista al compás de una apertura al mundo que los aniquilaba.

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El contexto 

La década del 90, pleno auge del neoliberalismo logró instalar una perversa articulación entre el libre mercado con los valores de la democracia y la libertad individual. De este modo legitimaron una fenomenal transferencia de riquezas al exterior y a las clases poderosas. Desmantelaron el Estado, privatizando las empresas públicas, reduciendo la inversión social a porcentajes ínfimos que luego fugaban al exterior a fuerza de generar exclusión social, pobreza, desocupación y erosión de los sistemas de protección social. Sin embargo, las respuestas desde los sectores populares se tradujo en intensas huelgas durante los años 1989 y 1990, que luego decaen, hasta reaparecer con mayor fortaleza años después.  A pesar de la feroz embestida neoliberal, las tradiciones de lucha permanecieron presentes en la cultura popular durante los 90´, tal vez fragmentada, aislada, pero  sembrando presencia para la reaparición del nuevo sujeto social de los movimientos sociales, protagonista de grandes cambios. En ese contexto se inscribe Norma Pla, cara visible de la resistencia de los jubilados durante la década de los 90

Una mujer que desafió al sistema    

Corría la década del 90, pleno neoliberalismo, y la voz de Norma Pla se escuchaba en los programas de Mirta Legrand, Sofovich, en las letras de rock. Mientras tanto, los medios de comunicación se encargaban de ridiculizarla por su condición de mujer, la tildaron de loca, de puntera e incluso tentaron quebrarla con prebendas, cargos, pero como no lo consiguieron, le abrieron causas judiciales, la encarcelaron, la golpearon. Otros, en cambio, le pidieron que tuviera concepciones ideológicas determinadas, que creara una organización de jubilados, pero ella era una mujer del pueblo que en el hacer fue aprendiendo. Sin un marco teórico, representó la forma más genuina de la lucha popular, ensayó creativas formas de resistencia que los pueblos conservan en su acervo cultural. Era una mujer callada que se transformaba cuando le hablaba a la multitud.

La dignidad está en luchar para cambiar la realidad 

En 1991 salió a la calle por primera vez para pedir un aumento en la jubilación. Cansada de privaciones, del dinero que siempre faltaba. Entendió que si la vida que vivimos no es digna, la dignidad está en luchar para cambiarla. A contramano de los discursos neoliberales, hizo carne la premisa de que no existen soluciones individuales, porque la salvación es con todos. Y participó de manera ininterrumpida de las primeras cien marchas que los jubilados y pensionados protagonizaron cada miércoles durante cinco años frente al Congreso de la Nación, solicitando una jubilación mínima de 450 pesos.

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Luego se hizo conocida tras acampar durante 80 días junto a otros jubilados en la Plaza Lavalle, frente al Palacio de Tribunales, en reclamo de un aumento de las jubilaciones, inaugurando formas de protesta inéditas para la época como los cacerolazos, la marcha de antorchas.

Se juntaban en la puerta de la confitería El Molino desde donde organizaban movilizaciones a la CGT, al Congreso, al Concejo Deliberante, al Banco Hipotecario Nacional, a la DGI y al Ministerio de Economía donde Norma saltaba vallas y trepaba las puertas. Realizó huelgas de hambre, pese a su salud endeble, convocatorias populares, ensayando una y otra vez métodos inéditos, fruto de la intuición y la creatividad popular.

Nunca pudieron entender a Norma Pla  

Para muchos era la jubilada loca, “grasa”, “ordinaria” que organizaba las “Choriceadas” como forma de protesta. Estos métodos llamaron la atención de los medios de comunicación, como la choriceada realizada en memoria de los caídos en Malvinas, frente a la embajada de Gran Bretaña, repudiando la llegada del príncipe Andrés. Esto provocó que la llevaran detenida, a lo que ella contestó: “Siempre estoy detenida, pero no por ladrona ni por corrupta, sino por decirle la verdad a estos señores que nos están apaleando constantemente, pero la vamos a seguir. Somos más pueblo que milicos, que no se olviden de eso”. También se manifestó con “sus jubilados” frente a la casa de Domingo Cavallo, plena Avenida Libertador, donde organizó choripaneadas más de una vez e incluso, envió una corona mortuoria a su domicilio, amenazándolo con instalarse, frente a su vivienda con una carpa.

Reiteradas veces tomó las instalaciones del PAMI en momentos en que los interventores eran reemplazados con frecuencia por sus cuestionadas gestiones, como las denuncias de corrupción, los servicios ineficientes y los recortes farmacéuticos. Solicitaban que el PAMI, obra social de los jubilados, fuera conducido por sus propios beneficiarios.

Entre sus manifestaciones públicas una de las que más notoria fue cuando en el Mercado de Abasto se subió al escenario y le dijo al ex-secretario de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, “que le dijera al mundo que estaban cagados de hambre”.

Un 5 de junio de 1991, Norma Pla, junto a otros jubilados decidieron ingresar al Congreso de la Nación, donde Cavallo rendía explicaciones en una comisión parlamentaria. Se reunieron en un cuarto y frente a las cámaras de televisión quedó inmortalizado el momento cuando Cavallo lloró, al recordar que él también tenía padres jubilados que padecían por la escasa remuneración. Norma Pla, mujer sensible le dijo: “No llore señor ministro, no llore. Tenga fuerza para defender lo suyo. Usted tiene madre…pero seguro que no está en la Plaza Lavalle con nosotros. Debe estar mejor”.¦”Si no tiene que pagar la deuda externa, no lo haga, pero páguele a los jubilados. Piense en su Patria. Si lo presionan de afuera salga al balcón y dígalo, que el pueblo lo va a ayudar”. Tal vez pecó de ingenua o quizás abrigo la esperanza de que todo psicópata tiene cura. Lo cierto es que obligó a Cavallo a teatralizar una escena para defenderse de su embestida verbal.

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Representó la voz de los sin voz. Sin referencias conceptuales, sin teorías ideológicas entendió que la única brecha posible consiste entre los que sufren y los que mandan, los que están arriba y los que están abajo.

La persecución 

Fue arrestada temporalmente en distintas celdas policiales por sus reclamos. Tuvo más de 23 procesos por tirar huevos y harina al Congreso; acumuló muchísimos juicios. En Plaza de Mayo, un fin de año, amenazó con suicidarse. Se enfrentó varias veces con la policía de Corach, saltó vallas y se trepó a las puertas del Congreso y de la CGT. En 1991, durante una marcha a Tribunales, para reclamar que se hicieran efectivas las sentencias que reconocían los reclamos para la actualización de los haberes jubilatorios, le sacó la gorra a un policía. Esa foto recorrió el mundo. Aprendió a desnudar las miserias del sistema, eso molestaba a tal punto que en octubre de 1992, Menem declaró públicamente: “Si tienen tanta fuerza para protestar y mandar a policías al hospital, bien podrían tener fuerza para trabajar, y no lo hacen”.

Se solidarizó con otras causas tales como los empleados del Ferrocarril Roca por los sucesivos despidos y manifestó con un grupo de jubilados frente a la Casa de la Provincia de Jujuy. En 1993 viajó para participar junto al perro Santillán del acto del 1 de mayo, a pocos días de ocurrido el Jujeñazo.

En enero de 1996, a los 63 años de edad, fue su última marcha. Falleció el 18 de junio por un cáncer de mama, en su casa de Temperley. Antes de morir, pidió que sus cenizas fueran esparcidas en la Plaza Lavalle.

Una mujer que entendió que si la vida que vivimos no es digna, la dignidad está en luchar para cambiarla.

Fuente: Anred

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