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Los satánicos molinos de Amazon

En un momento en el que Gran Bretaña sufre la peor crisis de costo de vida en décadas –debido a la alta inflación y al aumento del precio de la energía–, cientos de trabajadores de un depósito de Amazon en Coventry este mes exigieron un aumento salarial. Si la demanda no se ve satisfecha, dicen que irán a la huelga en noviembre, justo antes del Black Friday y la temporada de compras navideñas. Al igual que otras acciones sindicales recientes de los trabajadores ferroviarios estadounidenses y los empleados de Royal Mail británico, el movimiento de los trabajadores de Amazon ha dado lugar a un debate sobre quién tiene la culpa de la amenaza de interrupción de las tareas: ¿los elfos del taller o Papá Noel?

Amazon debe su éxito a una serie de factores, entre ellos un complejo enfoque basado en datos. Pero su verdadera genialidad estriba en sus avances logísticos –como la optimización de las rutas, la planificación de las flotas y la gestión de los metadatos–, que le permiten minimizar el tiempo “del clic al envío” y ofrecer a los clientes entregas rápidas y confiables que no tienen precedentes. Aviones y camiones que llevan la marca Amazon Prime transportan paquetes por todo el mundo, funcionando como un reloj incluso durante una pandemia que paralizó gran parte del resto de la economía.

Un detector avisa automáticamente cuándo los productos son sacados o recolocados en los estantes y se registran en un carrito virtual. Luego de la compra, el usuario puede irse de la tienda y recibirá un recibo con la deuda cargada en su cuenta de Amazon. Negocio en Seattle.
Foto: Stephen Brashear/Getty Images/AFP

Un detector avisa automáticamente cuándo los productos son sacados o recolocados en los estantes y se registran en un carrito virtual. Luego de la compra, el usuario puede irse de la tienda y recibirá un recibo con la deuda cargada en su cuenta de Amazon. Negocio en Seattle. Foto: Stephen Brashear/Getty Images/AFP

El cerebro de la operación es un hombre llamado Jeff Wilke, que combinó el taylorismo (dividir la producción en tareas repetitivas muy definidas, cuidadosamente supervisadas y medidas) y el fordismo (técnicas de cadena de montaje) para crear un modelo logístico capaz de procesar más de un millón de unidades por día. Con la ayuda de robots y una estrecha vigilancia, “recolectores” y “operadores de logística” humanos ahora procesan varias veces más mercancías por hora que antes.

Pero el sistema se ha hecho tristemente famoso por poner a prueba los límites de los empleados humanos. Investigaciones recientes han demostrado que gran parte de la comodidad de la que disfrutan los clientes de Amazon se logra a expensas de los trabajadores peor pagos de la empresa.

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Protesta de trabajadores de Amazon en Staten Island, Nueva York, el 1 de abril de 2022 a favor de la sindicalización.
Foto: Andrea Renault / AFP.

Protesta de trabajadores de Amazon en Staten Island, Nueva York, el 1 de abril de 2022 a favor de la sindicalización. Foto: Andrea Renault / AFP.

Por ejemplo, el año pasado The New York Times descubrió que las condiciones de trabajo en el “centro de logística” de Amazon en Nueva York eran absolutamente dickensianas. Los trabajadores dicen que, después de atravesar puertas de seguridad similares a las de los aeropuertos, están sometidos a un duro trabajo físico, largos turnos (de 10,5 a 12 horas) y una alta incidencia de lesiones y accidentes (que duplica el porcentaje de los almacenes que no son de Amazon). Para mayor indignidad, todos están estrechamente controlados por un sistema de vigilancia distópico que castiga infracciones como hablar con los compañeros de trabajo o incumplir los objetivos de productividad (que a menudo exigen procesar 30 paquetes por minuto o tardar sólo un minuto en total para desempacar, embalar y enviar un artículo).

La amenaza de ser despedido –o lo que la empresa llama ser “liberado”– parece siempre inminente, y los trabajadores que piden ayuda a través de recursos humanos se encuentran con un sistema kafkiano especializado en usar tácticas evasivas, en particular cuando se trata de solicitar licencia o subsidio por discapacidad. Entre las historias de terror están las de conductores de Amazon que tienen que orinar en botellas de plástico o defecar en bolsas de plástico para cumplir el horario. Se ha informado de trabajadores que venden sus alianzas de casamiento o que dependen de cupones de alimentos para llegar a fin de mes. En respuesta a estos relatos, la empresa da torpes respuestas corporativas como “salas de meditación” que parecen grandes ataúdes.

Vista aérea de Amazon de Alabama. Foto: REUTERS/Dustin Chambers.

Vista aérea de Amazon de Alabama. Foto: REUTERS/Dustin Chambers.

No es de extrañar que las iniciativas de sindicalización en las instalaciones de Amazon hayan aumentado. A pesar de los esfuerzos sistemáticos de la compañía para impedir la sindicalización, la campaña que se realizó en un depósito de Amazon en Staten Island tuvo éxito a principios de este año, después de que una iniciativa similar en Alabama se frustrara por estrecho margen. En 2018, el senador estadounidense Bernie Sanders presentó la ley Stop Bad Employers by Zeroing Out Subsidies o”Stop BEZOS” (detener a los malos empleadores quitando subsidios), que gravaría a las empresas por el 100% de los beneficios públicos que reciben del gobierno. Y ahora, la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional de Estados Unidos ha iniciado investigaciones sobre las condiciones de trabajo en Amazon.

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Estas escaramuzas han herido de muerte al relato que las grandes tecnológicas cuentan sobre sí mismas. Puede que Amazon sea pionera en logística, pero no depende menos de la explotación de los trabajadores que los “molinos satánicos” de la Primera Revolución Industrial. Según la historia del origen de Amazon, todo comenzó cuando Jeff Bezos se puso a vender libros en su garaje y hacía sonar una campana cada vez que llegaba un pedido. Sin embargo, incluso en los primeros días, había una cultura incipiente de exceso de trabajo (se esperaba que los empleados trabajasen al menos 60 horas por semana), incumplimiento de las normas, condiciones de trabajo peligrosas (cuchillos sin embalar que se caían de las cintas transportadoras) y supervisión orwelliana del rendimiento.

Jeff Bezos, fundador de Amazon y de la empresa turismo espacial Blue Origin. Foto: AP/Tony Gutierrez.

Jeff Bezos, fundador de Amazon y de la empresa turismo espacial Blue Origin. Foto: AP/Tony Gutierrez.

Amazon es ahora una de las empresas más grandes del mundo. Pero, como he argumentado en otro lugar, más grande no siempre es mejor. Mientras que algunas de sus prácticas podían considerarse innovadoras y flexibles cuando era mucho más pequeña, la compañía hoy reduce sistemáticamente a los empleados a puntos en un gráfico. Antes de dejar el cargo de CEO el año pasado, Bezos consideraba que la rotación de personal era más una característica que un error del modelo de Amazon. Tener una fuerza de trabajo arraigada, según dijo, era “marchar hacia la mediocridad”. De ahí que la empresa registre una rotación de personal de aproximadamente el 150% anual –el doble del promedio del sector–, lo que significa que toda la nómina se reemplaza cada ocho meses.

Este modelo no sólo es poco ético e inhumano; también probablemente sea insostenible. Los estudios demuestran que los trabajadores felices son más productivos. Y, como advertía un memorándum interno de la empresa a principios de este año, “si seguimos como hasta ahora, Amazon agotará la oferta de mano de obra disponible en la red estadounidense para 2024” .

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Con un patrimonio neto estimado en unos 140.000 millones de dólares, Bezos fue el hombre más rico del mundo entre 2017 y 2021. Está claro que se ha desconectado del empleado común de Amazon tanto como la magnitud de su riqueza podría indicar. Como dijo un trabajador en 2020: “Estoy seguro de que el señor Bezos no podría hacer un turno completo en [el almacén de Nueva York] como jefe encubierto” .

Jon Davidson vestido de monja sostiene una pancarta, mientras la gente protesta en apoyo de los esfuerzos de sindicalización de los trabajadores de Amazon en Alabama, en Los Ángeles, California.
Foto: REUTERS/Lucy Nicholson.

Jon Davidson vestido de monja sostiene una pancarta, mientras la gente protesta en apoyo de los esfuerzos de sindicalización de los trabajadores de Amazon en Alabama, en Los Ángeles, California. Foto: REUTERS/Lucy Nicholson.

Los trabajadores de Coventry que exigen un ajuste por costo de vida sin duda estarían de acuerdo. Los ejecutivos de Amazon tienen que pensar mucho en el costo humano de su modelo de negocio. Si necesitan un lugar tranquilo para evaluar la cuestión, siempre pueden probar con uno de los ataúdes de meditación.

N.de la T.: El título original del artículo es Amazon’s Satanic Mills. La expresión satanic mills proviene de un poema de William Blake que a menudo se interpreta como referido a los comienzos de la Revolución Industrial y su destrucción de la naturaleza y las relaciones humanas, y en particular haría referencia a los Albion Flour Mills (molinos harineros) de Southwark, la primera gran fábrica de Londres. La expresión original de Blake es Dark Satanic Mills.

Antara Haldar, profesora asociada de Estudios Jurídicos Empíricos de la Universidad de Cambridge, es miembro visitante del cuerpo docente de la Universidad de Harvard, ex becaria del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Stanford e investigadora principal con una beca del Consejo Europeo de Investigación sobre derecho y cognición.

©Project Syndicate. Traducción: Elisa Carnelli

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