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Pedir que vuelva Roca es fascismo

Especial para ContrahegemoníaWeb.


El o la manifestante apuró la consigna en un papel y la exhibió en la ventana trasera izquierda de su vehículo. Se paseó con ella durante otro banderazo que sectores de la derecha organizaron el domingo 2 de octubre, en dirección al territorio de la comunidad mapuche Lafken Wingkul Mapu. Con familiaridad, la frase imploraba: “Roca volvé. No terminaste tu trabajo”. Dos días después, se produjo el desmesurado operativo de fuerzas federales y que, según el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, dio por “terminada la usurpación conocida como Villa Mascardi”.

¿Por qué tendría que retornar Roca y para qué? En la Memoria del Ministerio de Guerra y Marina que elevó al Congreso en 1879, el por entonces candidato a presidente desglosó que como consecuencia de las acciones del Ejército que comandaba, se contabilizaban “cinco caciques soberanos prisioneros y uno muerto; 1.271 indios de lanza prisioneros; 1.313 indios de lanza muertos; 10.539 indios de chusma prisioneros”; y “1.049 indios reducidos”. El general se ufanó al redondear como resultado “14.172 indios suprimidos de la pampa”. Por las dudas, aclaremos que, en la época, “indios de chusma” quería decir mujeres, niños, niñas, ancianos y ancianas. Con esa supresión como argumento, ganó las elecciones.

Párrafos antes, el informe había cuantificado la anexión en 15 mil leguas, es decir, casi 35 millones de hectáreas, sólo en el área que denominó “Pampa intermedia”. El éxito de la expedición, que había llevado la nueva línea de fortines a los ríos Negro y Neuquén, hizo que senadores y diputados pudieran apreciar “en cuanto ha levantado el crédito de la República. Es un capital efectivo que al fin entra a formar parte del haber nominal, y sobre el cual han de fundarse poderosas fuentes de recursos para el porvenir”.

Crédito, capital efectivo, haber nominal, recursos para el porvenir (suyo y de su clase), tales fueron los componentes del concepto de patria para Roca. Para coronar su faena, asumió la presidencia el 12 de octubre de 1880. El 12 de octubre, sí: 142 años atrás.

La bandera de la fortuna (personal)

La sangría mapuche continuó durante la segunda y la tercera fase de la Campaña al Desierto. Hombre fuerte de Roca en Mendoza, tropas al mando del coronel Rufino Ortega apresaron mediante ardides al gran longko Purran en enero de 1880. En la ofensiva de 1882 atacaron los hogares de los loncos Keupü y Yangkamil. A pasos del lago Aluminé (Neuquén) el primero, al pie del volcán Llaima el segundo, que prefirió morir a rendirse. También persiguieron a las familias que seguían al longko Rewkekura y a su sobrino Manuel Namunkura, quien para 1884, ya llevaba seis años de migración forzada, ya que su territorio original quedaba en Salinas Grandes (La Pampa) y había recibido las primeras agresiones en 1878.

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Cuando todavía partidas mapuches resistían en la cordillera, Ortega ya era gobernador de su provincia, donde funcionaron nada menos que cinco campos de concentración. Según las indagaciones de les antropólogues Diego Escolar y Leticia Saldi, alrededor de 3.000 cautivos y cautivas mapuches fueron deportades a Mendoza, la mayoría entre 1879 y 1883. Desde Chichinales (Río Negro), donde la gente que seguía el liderazgo del gran longko Sayweke sufrió un primer momento de confinamiento, fueron remitidas otras 80 familias, es decir, unas 400 personas.

El destino de aquellos prisioneros y prisioneras fue la esclavitud o servidumbre. Artículos periodísticos de la época revelan que niños y niñas fueron especiales objeto de codicia durante los repartos que se pusieron en práctica, con el objetivo confeso de desarticular las familias y terminar con la identidad mapuche. La política argentina imitó a la estadounidense: el agregado militar en Washington, Miguel Malarín, había aconsejado distribuir “indiecitos” entre familias que brindaran “tutelaje hasta la mayoría de edad para civilizar al salvaje”, es decir, para terminar con una cultura que no tenía ni tiene palabras para expresar el concepto de propiedad privada, ni acumulación de capital, ni rentabilidad, ni plusvalía.

Escolar y Saldi también analizaron actas parroquiales de la Iglesia, siempre en Mendoza. Encontraron que entre 1879 y más allá de 1885, es decir, durante la primera presidencia del que (según la derecha argentina) tiene que volver, se anotaron 557 personas de origen indígena. La gran mayoría de los bautizados y bautizadas fueron niños y niñas, proporción que denota la predilección de los apropiadores, beneficiarios directos de la usurpación genocida que sufrió el pueblo mapuche.

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En la teoría jurídica se define al genocidio como cualquier acto que se ejecute con la clara intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial, político, sexual o religioso determinado. Esos actos comprenden no sólo la muerte de sus integrantes, sino también la lesión de su integridad física, moral o psicológica. También incluyen el exterminio sistemático o bien la adopción de medidas que persigan el traslado del grupo en cuestión, además de evitar nacimientos en su interior, siempre en búsqueda de su destrucción.

Aquel manifestante que transitó por la Ruta 40 la tarde de un domingo, pidió la reedición de un genocidio. Mientras lo cometían, las tropas argentinas llegaron por primera vez al lago Nahuel Huapi en abril de 1881, siete décadas después de la Revolución de Mayo. Villa Mascardi es consecuencia indirecta de una inmensa usurpación.

Fascistas

Desde que la vicepresidenta de la Nación fuera blanco de un atentado, se discute en la Argentina si sus atacantes son fascistas o si cabe calificar así a los personeros de la derecha neoliberal, permanentes propaladores de odio en todas direcciones. Gente entendida desecha la segunda chance porque la experiencia del fascismo italiano y el nazismo alemán, indica que lejos de destruir el aparato estatal, tales experiencias tendieron a fortalecerlo para eliminar las disidencias políticas primero y para sostener sus desquicios bélicos después. En cambio, el neoliberalismo y sus extremos postulan la reducción del Estado a su mínima expresión, en favor del mercado. Desde el vamos, esa visión exige que el fascismo siempre permanezca igual a sí mismo, inmovilidad en el análisis que otorga enorme ventaja a les fascistas, se asuman explícitamente o no.

Veamos: tanto el nazismo como los fascismos exhibieron una preocupación obsesiva ante el supuesto declive, la humillación o la victimización de Alemania, Italia o España, respectivamente. También hicieron gala de cultos a la unidad, al vigor nacional e inclusive, la pureza racial. Los partidos nazi-fascistas contaron con el apoyo de las élites tradicionales y después de su ascenso al poder, terminaron con las libertades democráticas y sumieron a sus respectivos países en espirales de violencia sin limitaciones éticas ni legales, con finalidades de “limpieza” primero y de expansión después.

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Desde 2017 en adelante, es relativamente fácil advertir comportamientos fascistas en las primeras figuras de la derecha argentina. En el discurso de Patricia Bullrich y otres, el pueblo mapuche sería responsable de una suerte de postergación patagónica y nacional, y de una humillación generalizada. Menos explícitamente, también de atentar contra la percepción que tienen les argentines medios de sí mismes: “llegamos de los barcos”, como quiso el presidente Fernández, un año y pico atrás.

Como ministro de Guerra y Marina primero y presidente después, Roca y su séquito instalaron en la opinión pública contemporánea una idea de postergación y victimización, con los “indios bárbaros” como responsables. Apelaron a la exaltación de la nación cuando en realidad, no hicieron más que poner a los territorios usurpados en la órbita económica británica y trabajaron directa e indirectamente para “civilizar al salvaje”, es decir, para propiciar la extinción de la cultura mapuche. Las élites -que el propio general integraba- se beneficiaron directamente del proceso de usurpación y se enriquecieron con la esclavitud o reducción a la servidumbre mapuche, a pesar de la prohibición de las leyes. Roca se valió de todo el andamiaje estatal para cumplir sus cometidos, tanto de limpieza étnica como de expansión territorial.

Entre 1879 y 1885, el concepto no se conocía, pero está claro que el fascismo histórico o tradicional no fue más que un capítulo en la larga historia del supremacismo blanco y el autoritarismo. La novedad que aportaron Hitler y Mussolini fue que practicaron en Europa los métodos que, hasta entonces, se habían reservado para Argelia, India, el resto de África y precisamente, los pueblos preexistentes o primeras naciones de América. Entre ellos, el mapuche.

Pedir que vuelva Roca para que culmine su trabajo, es reivindicar un genocidio. Es fascismo. Y más allá de la relación sector público – mercado, Juntos por el Cambio ya demostró que es muy capaz de valerse del Estado (fuerzas de seguridad, sistema carcelario, Poder Judicial y Poder Ejecutivo) para continuar con la matanza. Ahora bien, con el Comando Unificado para la Zona Villa Mascardi y el operativo en despliegue desde el 4 de octubre -que continúa al momento de escribir estas líneas-, el gobierno del Frente de Todos ratificó que no tiene la menor intención de avanzar hacia el reconocimiento y reparación del genocidio fundante. Con el peronismo realmente existente en el poder, el supremacismo no corre ningún riesgo. Por su lado, para asegurar el “crédito”, el “capital efectivo”, el “haber nominal” y los “recursos para el porvenir (de su clase)” es que el manifestante del cartelito quiere que nuevos genocidas “terminen” el “trabajo” que el general no alcanzó a terminar. No es que no le alcanzó el tiempo. Más bien, no pudo. Contra el pueblo mapuche, no pudo.

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