ContrahegemoniaWeb

Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Brasil: ¿alegría o tensa calma?

En una ajustada segunda vuelta, Luiz Inácio «Lula» da Silva ganó por tercera vez un ballotage que le permite acceder a la presidencia de Brasil. Las elecciones han mostrado tanto los límites del PT, como el notable crecimiento de la derecha. Los desafíos que deberá enfrentar Lula pondrán a prueba toda su experiencia y el capital político acumulado, en un contexto económico poco favorable y con una oposición consolidada en varios frentes. ¿Podrá el histórico líder del PT atender los compromisos que asumió en campaña con la burguesía, lxs trabajadores y lxs pobres urbanxs? ¿Qué características tiene el escenario en que asume? En un Brasil polarizado, lo que parece necesario explicar tras el resultado es, ¿cómo y por qué se consolidó esta derecha? Vayamos por partes.

La victoria de Lula en la segunda vuelta es presentada por muchxs analistas como un triunfo épico que devolverá la democracia y la justicia social al país. Los resultados del ballotage dan una nueva marca personal a Lula, quien obtuvo 60.345.999 (50,9%), superando los 58 millones de votos que obtuvo en la segunda vuelta de 2006 (entonces representó el 60% de los votos, frente a un devaluado Alckmin). Por su parte, el 30 de octubre Bolsonaro recibió 58.206.354 (49,1%). Sin embargo, la reciente victoria del PT solo fue posible por una coalición con otros once partidos, que incluye fuerzas tanto de centroizquierda como de derecha, y el apoyo de antiguos y nuevos adversarios. A pesar de las adhesiones públicas que dieran candidatos rivales tras la primera vuelta, como el centrista Ciro Gomes (PDT) y la liberal Simone Tebet (MDB), quienes en conjunto obtuvieron el 7% de los votos, podemos inferir que no pudieron «transferir» esas voluntades a Lula. De manera que el candidato petista solo superó a su contendiente por una diferencia del 1,8%, en un ballotage que tuvo una concurrencia ligeramente superior a la primera vuelta, con 124.252.796 de votantes, y una abstención del 20,5% sobre 156.454.011 de electores habilitados.1

De estos números vale la pena destacar algunas cuestiones: la primera es que la suma entre votos en blanco y nulos alcanza el 4,58% (1,43 y 3,16%, respectivamente),2 un porcentaje que fue apenas superior al de votos blancos/nulos de primera vuelta (4,41%). Pero interesa destacar que este porcentaje de votos blancos/nulos, duplica la diferencia con la que Lula superó a Bolsonaro. Se podría suponer que, respecto de la primera vuelta, ninguno de los candidatos logró modificar la decisión de este conjunto de votantes, ni de quienes se abstuvieron de votar.

Lo señalamos en la primera ronda, pero vale también para esta compulsa: no es posible determinar con certeza las razones que motivan a quienes deciden ausentarse o, por el contrario, que expliquen su indiferencia; ni es posible discriminar quiénes simplemente no pudieron asistir.

La segunda cuestión es más relevante. Si comparamos la diferencia que Lula sacó a Bolsonaro entre la primera vuelta (5,2%) y la segunda (1,8%), el resultado es que Bolsonaro pudo achicar el margen y lograr un mejor desempeño electoral en términos relativos, pero también en términos absolutos. Dicho de otro modo, en comparación con Lula, Bolsonaro obtuvo más votos y un porcentaje mayor que en primera vuelta, pero no le alcanzó para ganar. La distribución geográfica de votos, da cuenta de que Lula salió victorioso en dos regiones (norte y nordeste), y que en las tres restantes (centro, sur y sureste) Bolsonaro hizo una mejor elección. Un patrón espacial muy similar al de las elecciones de primer término, aunque Lula ganó en Minas Gerais, y mejoró su rendimiento en San Pablo y Río, tres estados que, por otro lado, serán gobernados por hombres afines a Bolsonaro. Un análisis muy completo de los resultados puede encontrarse en “El Brasil de Lula.”3 Aunque no quedan claras las razones por las que Bolsonaro obtuvo 59 millones de votos.

Te puede interesar:   El Alto, bastión de la organización popular y la democracia en Bolivia

El fiel apoyo de las iglesias evangélicas al gobierno y la candidatura de Bolsonaro no es casual. Jair Messias Bolsonaro, bautizado en 2016 en el río Jordán, tiene vínculos directos con las iglesias evangelistas: su esposa, Michelle Bolsonaro, es una figura fuerte entre los pentecostales; su círculo político está integrado por líderes religiosos del culto que reúne a uno de cada tres adultos del país.4 Bolsonaro tiene en su gobierno líderes evangelistas y católicos, y participa permanentemente en las celebraciones eclesiásticas. Las iglesias evangélicas se han asentado en las zonas más pobres de Brasil, donde el Estado y otros actores sociales no llegan o se retiraron.5 Su vínculo con los medios está ampliamente documentado: la denominada Iglesia Universal controla la segunda cadena de televisión en importancia,6 posee grandes medios gráficos (como Folha Universal), radios y productoras musicales. Para el antropólogo Juliano Spyer, que investiga a las iglesias evangélicas, Bolsonaro fue muy inteligente con el culto que crece en Brasil desde los años 70, pues le dio una visibilidad positiva y modificó el lugar secundario que las iglesias tenían en el ámbito político.7 Sin embargo, el apoyo evangelista representa poco más del 30%. Parece razonable suponer que, en estas elecciones, ambos candidatos recibieran votos de todas las clases y grupos sociales. En el caso de Bolsonaro, algunos indicios sugieren que ha logrado una parte significativa de su caudal electoral al convertirse en la primera opción del voto anti-PT. Sus diatribas permanentes contra Lula y el PT, el discurso anticorrupción, el tono anticomunista y la apelación al libre mercado pueden interpretarse en este sentido. A partir de ahora, se verá si puede galvanizar una corriente política con identidad propia, y ya no por la negación al PT, contra el que basó su campaña; o si mantendrá ese rol de aglutinador de tendencias reaccionarias, para funcionar como fuerza de oposición coyuntural.

Sin dudas, Bolsonaro se convirtió en la expresión brasileña de la derecha contemporánea. Agrupa al conservadurismo social, su discurso es misógino, discriminatorio y antiderechos; apela a la violencia y ataca a las instituciones democráticas, aunque participa en todas ellas. Su vínculo con los militares y las policías estaduales, aunque circunstancial, quedó en evidencia en los últimos días. Sin embargo, a pesar de estos elementos –y otros tantos–, no resulta tan sencillo conceptualizar a Bolsonaro como representativo del fascismo. No solo por sus diferencias con las experiencias europeas de mediados del siglo pasado, que son muchas, sino por aquellas que lo distancian de las experiencias de Latinoamérica. Claro, sería absurdo esperar que un fenómeno contemporáneo replique cabalmente una experiencia pasada, como el fascismo o las extremas derechas de nuestra región de las décadas del 20 y 30. Pero tampoco se puede descartar que un actor político, individual o colectivo, pretenda emularlas, se presente como heredero de una tradición, recupere algunas ideas organizadoras, prácticas políticas o una estética. En el caso de Bolsonaro, no tiene un programa integral de transformación de la sociedad. La violencia no es un elemento programático, aunque sí discursivo. Tampoco proliferaron bajo su sombra organizaciones que impongan la violencia política en las calles, como lo hacían las ligas patrióticas de los años 20 y 30. Los escuadrones de la muerte no han desaparecido, pero no están asociados al bolsonarismo, ni han crecido con este. Bolsonaro no clausuró el Senado ni la Cámara de Diputados, ni tampoco suspendió la constitución (tuvo la oportunidad perfecta de hacer estas maniobras durante la pandemia). Su intervención en las elecciones no cumplió con los pronósticos más agoreros: impedirlas, desconocer su derrota, impugnarlas, etc. Nada de esto lo convierte en un político democrático, pero tampoco encaja como fenómeno fascista.

Te puede interesar:   ¿Quién es Pedro Castillo, el candidato que encabeza las elecciones en Perú?

Otras definiciones que selló el ballotage fueron las gobernaciones de 12 de los 27 estados federados. El resultado entre primera y segunda vuelta arroja once gobernaciones que responden a la coalición liderada por Bolsonaro, ocho bajo candidaturas afines a Lula, y ocho bajo partidos «no alineados»8 con aquellas coaliciones, aunque predominan los partidos de centroderecha. Una tendencia similar se dio en los resultados de las elecciones para senadores, resultando el 44% de la cámara alta ocupada por bolsonaristas, el 15% para representantes del PT y aliados, y un 41% en control de partidos ajenos a las dos grandes coaliciones. En la cámara de diputados, la tendencia es más clara: la derecha –incluyendo a bolsonaristas– controlará el 51% de las bancas, el PT y sus alianzas el 21%, mientras que un 28% de las bancas ha quedado bajo control de partidos «no alineados» que ganaron a nivel estadual. Aunque esta caracterización es discutible, ha sido el punto de partida de algunos analistas para pronosticar una perspectiva de gobierno muy compleja para el PT. Puesto que, como oposición, pareciera consolidarse una derecha radical con fuerte presencia en los tres poderes de la República, y con capacidad para cerrar el camino a cualquier iniciativa de tipo progresista, en un escenario en el que toda reforma profunda o de izquierda radical está descartada. Con esas dificultades enfrente, el PT no solo podría tropezar con los obstáculos de una derecha fortalecida, sino que, además, correría el riego de que esta consiga asestarle un golpe letal, como el que recibió Dilma Rousseff en 2016 en el proceso de destitución. Esta lectura, sin embargo, tiene varias limitaciones, analíticas e históricas.

Un primer problema de ese pronóstico es que pierde de vista la dinámica propia de las relaciones entre los poderes ejecutivo y legislativo. Desde el retorno a la democracia en Brasil, a mediados de los 80, el vínculo entre la presidencia y las cámaras legislativas se ha caracterizado por la negociación. El reparto de ministerios a miembros del Ejército, así como el de cargos relevantes a fuerzas políticas aliadas y opositoras, se ha combinado con un sistema de corrupción –instituido por el PT en su primer mandato– que lubrica el funcionamiento de todo el sistema político. El denominado centrão es un conjunto de partidos que, desde los 80, se posiciona entre el oficialismo y las fuerzas opositoras que aspiran al gobierno, dispuestos al intercambio de favores que les permita obtener privilegios y garantizar su reproducción política. El PMDB tiene un lugar destacado en la historia del centrão, que junto a otros partidos –o fracciones– pueden alcanzar la capacidad de negociación suficiente para impulsar desde una eventual reforma constitucional –con independencia de su orientación ideológica– hasta la revocación de un mandato presidencial, como sucedió en 2016. Otro factor que han perdido de vista quienes temen por la estabilidad democrática con Bolsonaro y sus acólitos en la oposición, es el tipo de coalición que encabeza Lula da Silva, como así también la «flexibilidad» del sistema político brasileño.

Te puede interesar:   Elecciones en Venezuela: Maduro y Machado van con todo

Brasil de Esperanza es la amplia coalición encabezada por el PT (incluye partidos socialdemócratas, de centro, liberales, republicanos, verdes, alianzas de izquierda, etc.) que ensanchó el potencial electoral, pero tuvo el efecto de condicionar su margen de acción política. Además, y en función de los ajustados resultados, desde la primera vuelta la dirigencia del PT ha entablado negociaciones con diversas fuerzas políticas y sectores de la clase dominante. Recientemente, por ejemplo, intentó acercar posiciones con el centrista PSD y el MDB (miembro del centrão) para intentar alcanzar una minoría simple en el congreso nacional.9 Durante la primera semana posterior al ballotage, ya se conoció la noticia de que Simone Tebet –candidata presidencial en primera vuelta por el MDB– integrará el futuro gabinete. Geraldo Alckmin, rival de Lula en 2006, de quien se sospechaba que integra la fórmula como vicepresidente solo a fines electorales, recibió el espaldarazo para dirigir el equipo de transición de un gobierno a otro, entre los meses de noviembre y diciembre. Algunxs analistas señalan a las presidencias del Senado y la Cámara de Diputados como cargos de peso en las negociaciones futuras. Estas son unas pocas muestras de que el sistema de partidos de Brasil tolera alianzas inimaginadas, préstamos y pases entre formaciones –a priori– rivales, e infinitas posibilidades de negociación.

Si el PT no ha resignado algunas de sus históricas banderas, las indefiniciones programáticas de esta coalición, tras la victoria, habilitaron a sectores de la burguesía a intentar instalar una agenda económica de tipo ortodoxa. Las demandas que se perciben, instan al futuro gobierno a enfrentar las limitaciones económicas coyunturales (desempleo, bajos salarios, crecimiento aletargado), y otras de mayor alcance, como reposicionar a Brasil entre las economías emergentes más fuertes del capitalismo mundial. El compromiso explícito de Lula ha sido enfrentar la pobreza y restituir el rol protagonista de Brasil en el Mercosur. Estos últimos enunciados parecen remitir a los retos que Lula enfrentó en la primera década del siglo, cuando gobernó por dos mandatos consecutivos entre 2002 y 2010. Pero ni el mundo, ni el PT, son lo mismo desde entonces. No parecen claras las condiciones para recrear las políticas de conciliación de clases que caracterizaron a aquellos mandatos. En el contexto internacional, la pandemia aceleró algunas tendencias económicas, como la reconfiguración y mayor concentración en ciertos sectores del capital. En dicha reconfiguración, Brasil no ha estado en condiciones de modificar su posición de país periférico. Al contrario, desde el 2005, y tras el boom en los precios de las commodities, incrementó la explotación de recursos naturales e inició una fuerte reprimarización de la economía –sin abandonar sus industrias, pero sin profundizar su industrialización–. Aquel contexto garantizó altos ingresos para el Estado e inmensas ganancias para los consorcios de inversión en agronegocios. Esta apuesta económica, compartida por buena parte de los países de la región, no diferenció a progresistas de conservadores, a neoliberales confesos de neoliberales vergonzantes. En la actualidad, los precios de los alimentos y bienes primarios no han recuperado aquellos niveles, y no está claro que Lula pueda revertir, o al menos frenar, la deforestación de la Amazonía asociada al agronegocio, ni la explotación de recursos naturales.

La guerra en Ucrania alteró significativamente las relaciones internacionales, incrementando el riesgo de un desastre nuclear. Si las tensiones aumentaran entre el bloque que lidera Estados Unidos y el que se ordena en torno a la alianza Rusia-China, Brasil quizá enfrente dilemas conflictivos puertas adentro, al momento de definir su lugar en un mapa geopolítico cambiante.


El nuevo contexto regional y global presenta grandes desafíos para el PT. Un partido que se caracteriza por su adaptación al sistema, su pragmatismo económico y su capacidad de fungir alianzas con diferentes fracciones de la burguesía. Su trayectoria desde los 80, supuso el abandono de cualquier perspectiva de clase, y una moderación ideológica que caracteriza también a buena parte de las izquierdas del Brasil. Desde hace décadas, ningún partido de masas se define antiimperialista o igualitarista, ni reivindica la autonomía de lxs trabajadores, ni mucho menos se muestra crítico del capitalismo como sistema de explotación y destrucción del planeta.

Tras la devastadora fragmentación social que produjo el neoliberalismo, el viejo partido de trabajadores sindicalizadxs y aliados izquierdistas, mutó en una maquinaria electoral de fuertes estructuras clientelares que atraviesan clases y partidos, pero cuya principal base social son lxs pobres urbanxs. Ni su retórica, ni sus alianzas actuales, ni sus objetivos, tienen ya resonancias de izquierda, excepto en su dimensión identitaria, tan funcional al individualismo neoliberal.

Fuente: kalewche


NOTAS

https://resultados.tse.jus.br/oficial/app/index.html#/eleicao/resultados
https://resultados.tse.jus.br/oficial/app/index.html#/eleicao/resultados/cargo/1
https://cenital.com/el-brasil-de-lula/
https://ctxt.es/es/20221001/Politica/41138/Leticia-Martinez-entrevista-Juliano-Spyer-Iglesia-Evangelica-Brasil.htm
https://nuso.org/articulo/por-que-crece-el-evangelismo-en-brasil-y-que-consecuencias-politicas-tiene/
https://ctxt.es/es/20221001/Politica/41138/Leticia-Martinez-entrevista-Juliano-Spyer-Iglesia-Evangelica-Brasil.htm
https://ctxt.es/es/20221001/Politica/41138/Leticia-Martinez-entrevista-Juliano-Spyer-Iglesia-Evangelica-Brasil.htm
https://cenital.com/el-brasil-de-lula/
https://www.estadao.com.br/politica/lula-busca-psd-uniao-brasil-e-mdb-para-ampliar-futura-base-na-camara/?utm_medium=newsletter&utm_source=salesforce&utm_campaign=politica&utm_term=20221103&utm_content=
10 https://www.nodal.am/2022/11/brasil-lula-elige-al-vicepresidente-electo-para-coordinar-la-transicion/

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *