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Entrevista a Magdalena Grabowska y Marta Rawłuszko: El feminismo polaco en el umbral de una revolución

Desde 2016, miles de mujeres han aprendido a actuar y a hablar de sus problemas en el lenguaje de los asuntos públicos. Esto está ocurriendo en todo el país, por lo que podríamos estar en el umbral de un cambio social. Mujeres que vienen de las huelgas climáticas, de las protestas negras, de las marchas por la igualdad y del movimiento obrero. Están comprometidas con la democracia participativa e inclusiva entendida de forma radical y se unen a las luchas por diversos motivos, reforzando la diversidad y las alianzas horizontales. Sin embargo, debemos tener en cuenta una orientación de clase, sin la cual no podremos avanzar.

Entrevistamos a Magdalena Grabowska, doctora en sociología, miembro del consejo asesor del Fondo Feminista, profesora del Instituto de Filosofía y Sociología de la Academia de Ciencias de Polonia, y a Marta Rawłuszko, doctora en sociología, miembro del equipo del Fondo Feminista, profesora adjunta del Instituto de Ciencias Sociales Aplicadas (ISNS) de la Universidad de Varsovia. Ambas son las autoras del informe del Fondo Feminista “Donde hay opresión hay resistencia”.

Kacper Leśniewicz: Desde la creación del Fondo Feminista (Fem Fund) hasta hoy habéis recibido más de 1.200 solicitudes de ayuda financiera, la mitad de las cuales se incluyeron en vuestra encuesta cualitativa [E Fondo Feminista (Fem Fund) se creó a principios de 2018 como una iniciativa de base de tres activistas asociadas al movimiento feminista. El objetivo principal de Fem Fund es apoyar financieramente el activismo de las mujeres y de las personas queer, no binarias, intersexuales y transgénero en Polonia. El informe “Donde hay opresión hay resistencia” está disponible en: https://femfund.pl/wp-content/uploads/feminist-fund-report-on-feminism-in-poland-2022-summary.pdf]. Se trata sobre todo de iniciativas en pequeñas ciudades y pueblos. La escala de este activismo es enorme para los estándares polacos. ¿Quiénes son las mujeres que acuden a vosotras?
Marta Rawłuszko: Se nos acercaron mujeres previamente involucradas en el activismo, por ejemplo, en congresos locales de mujeres como el de Stupsk o Kalisz. Pero también de grupos surgidos de las protestas y huelgas locales en 2016. Asimismo, hay mujeres que forman parte de los círculos de amas de casa rurales y mujeres que antes no participaban en actividades etiquetadas como feministas; por ejemplo, las madres que apoyan a personas con diversidad funcional.

Magdalena Grabowska: Es una especie de caleidoscopio. Si se observa el empoderamiento y la resistencia de las mujeres en una perspectiva histórica más amplia, se ve una marea creciente de feminismo polaco. Hay grupos que pueden compararse con el activismo práctico de la Liga de Mujeres, los círculos de amas de casa rurales que conocemos de los años 60 y 70 y el feminismo orientado a la ayuda directa de la primera transición de los años 90. Otros están en el espíritu del feminismo liberal, centrado en la autonomía individual, la independencia y la ruptura del contrato de género patriarcal, basado en gran medida en el trabajo no remunerado de las mujeres en la esfera privada. Hay grupos que se inspiran de una u otra manera, como dijo Marta, en los congresos locales de mujeres que se organizan desde hace varios años. Junto a ello, hay colectivos anarquistas y queer, grupos que hablan directamente de la necesidad de un feminismo social y de un feminismo que incluya a las personas con diversidad funcional. Y también de temas como la justicia climática, el trabajo sexual, los derechos de las personas transexuales.

K. L.: Este feminismo es visible en las calles de las ciudades polacas desde hace más de una docena de años. Sin embargo, el momento decisivo parece haber sido el ya mencionado 2016 y las grandes manifestaciones negras por el derecho al aborto. La reacción de los políticos y columnistas de derechas fue de indignación moral y un intento de encerrar a estas mujeres en la jaula simbólica de la vergüenza.
M. R.: El activismo feminista de masas en las calles ha atraído mucha atención desde el principio, pero no agota todo el panorama. Tras las protestas de 2016 ocurrieron muchas cosas buenas. Muchas de las mujeres que coorganizaron o participaron en las huelgas locales siguen en activo; para muchas mujeres participar en las protestas negras fue una experiencia formativa. Al fin y al cabo, no era raro que las primeras protestas sociales de este tipo se dieran en las pequeñas ciudades y pueblos donde viven estas mujeres. Para algunas de mis alumnas, era la primera protesta a la que asistían en su ciudad antes de ir a la universidad.

K. L.: ¿Cómo es vuestra actividad actual?
M. R.: Las necesidades de estas mujeres, sus proyectos e ideas de acción cubren un espectro crecientemente relacionado con la reproducción social. La chispa de ese memorable año 2016 fue, por supuesto, el aborto. Sin embargo, dentro de los grupos que se formaron en torno a estas protestas, también empezaron a resonar gradualmente otros temas. Fue el momento en que las mujeres empezaron a diagnosticar juntas diferentes tipos de opresión, situaciones a las que se han enfrentado durante muchos años. Empezaron a compartir sus experiencias, a hacer preguntas y a apoyarse mutuamente. Abordaban temas como el divorcio, la custodia de hijos, el refugio contra la violencia, el acceso a la sanidad, a la educación sexual o la protección contra la píldora de la violación. Así que estamos asistiendo a un auténtico proceso cognitivo, crítico y político, enraizado en las relaciones y en miles de conversaciones entre mujeres.

M. G.: Cabe destacar que el lenguaje de la protesta feminista cambió en 2016 con la aparición de la huelga como estrategia activista y forma de resistencia. Julia Kubisa y Katarzyna Rakowska explican cómo el uso del término huelga en relación a los derechos reproductivos ha cambiado realmente el significado del trabajo, ha llamado la atención sobre el trabajo reproductivo, el trabajo de la reproducción social. Son todas las actividades, desde la reproducción biológica hasta los cuidados, pasando por el reposo después del trabajo, las que permiten que la sociedad perdure de forma continua y fiable.

Básicamente, este informe del Fondo Feminista muestra la enormidad del trabajo que cada día realizan las activistas ante las sucesivas crisis que el Estado no aborda: la crisis de la sanidad pública relacionada con el endurecimiento de la ley del aborto y la covid, la crisis humanitaria en la frontera polaco-bielorrusa y, finalmente, la guerra.

K. L.: Recuerdo a una mujer, de una pequeña ciudad de Warmia, que hablaba de estos acontecimientos en retrospectiva, diciendo que fue un momento en el que por fin se pudo ver y nombrar lo que [hasta entonces] se había hablado sobre todo en privado; lo que las mujeres habían estado viviendo durante muchos años, pero en circunstancias desfavorables para hablar de ello públicamente y sin gente dispuesta a escucharlo.

M. R.: Sí, es el poder de las relaciones y conversaciones entre mujeres, de romper el aislamiento, de salir de la esfera privada, a veces arrebatando literalmente tiempo al agotador trabajo de una misma, para experimentar y hablar con otras mujeres o personas. Estas conversaciones siempre han sido portadoras de un potencial de cambio: una rebelión y una disidencia contra la exclusión, que es generalizada, multidimensional y al mismo tiempo muy dependiente del contexto y las estructuras de vida específicas. Ya sea por la opresión de los hombres o por la violencia del Estado y sus instituciones.

K. L.: ¿Una especie de ampliación del campo de batalla?
M. G.: Cierto, fue un momento muy interesante del que no pudimos percibir inmediatamente todos sus aspectos y matices sociales. Nuestro informe muestra que para ver este mosaico de resistencia social y todos estos esfuerzos por mejorar la vida, así como esta rabia, hay que relacionarlo con un contexto más amplio. Esta resistencia no se limita a lo que ocurre en las manifestaciones callejeras de las grandes ciudades, ni a los debates que las feministas mantienen entre sí en las redes sociales.

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En otras palabras, para ver lo que es ahora y lo que está haciendo el movimiento feminista y queer hay que mirar más allá del centro. Fijarse en cuestiones cotidianas, como la falta de transporte público, la educación sexual, el acceso a la cultura o el propio feminismo (por ejemplo, para las personas con diversidad funcional), que parecen no tener importancia en el debate político más amplio. Sin profundizar en esa perspectiva y ese debate social, solo vemos un pequeño fragmento del feminismo polaco.

K. L.: Vemos que el feminismo solo está respaldado por el llamado centro y la corriente principal.
M. R.: Fem Fund llega a los grupos feministas y LGBT+ que no aparecen en la portada de los periódicos. Al mismo tiempo, cuando hablamos del feminismo en Polonia, no podemos centrarnos solo en su pequeño fragmento de las grandes ciudades o en las masas visibles en los medios de comunicación. Sobre todo, porque las manifestaciones masivas están estrechamente relacionadas con la resistencia diaria, dolorosamente pragmática y local.

K. L.: ¿Consideráis que las demandas que os llegan de las mujeres de los pueblos pequeños y las zonas rurales son como una especie de zoom? ¿Qué caracteriza a este feminismo?
M. R.: Para hacernos una idea de este feminismo y de la participación de las mujeres de las ciudades pequeñas, tenemos que partir de una observación esencial. Para mí, es sorprendente. Estas mujeres nos hablan del reto que supone salir de casa y tratar de crear un tiempo y un espacio para sí mismas en los que no solo poder reunirse con otras mujeres, sino también ocuparse de sus propios problemas, abordar sus preocupaciones. Hay que decirlo claramente y en voz alta: en 2022, para algunas mujeres que viven en Polonia dejar la esfera privada dominada por el trabajo no remunerado por la granja o la familia es un reto fundamental. Y también una necesidad.

K. L.: Empecemos con las preguntas básicas…
M. R.: …de la que rara vez somos conscientes. Las mujeres nos escriben preguntando, por ejemplo, si somos conscientes de que las mujeres de las zonas rurales no tienen dinero propio. Trabajan la tierra, pero no tienen una cuenta bancaria, no tienen una tarjeta de crédito, simplemente no tienen acceso al efectivo. Cuando hablamos del feminismo como un proyecto político amplio, es imperativo que también consideremos a estas mujeres, sus voces y su posición social. Al mismo tiempo, la división urbano-rural no agota el tema de las desigualdades económicas y de clase. Durante la epidemia de la covid-19, jóvenes estudiantes de Cracovia financiaron los billetes mensuales de las mujeres que habían perdido repentinamente su empleo y buscaban un nuevo trabajo en la ciudad. En los centros sociales comunales se instalan cajas rosas para combatir la exclusión menstrual. Las ciudades son también el escenario de las luchas de las inquilinas, de las luchas por las conexiones a la calefacción central.

K. L.: ¿Cómo debemos entender la necesidad de salir de casa a la que hacéis referencia? ¿Solo significa el salir o va más allá?
M. R.: Este salir del hogar debe entenderse como una contribución a un cambio más profundo, como el cruce de una frontera simbólica, pero también muy real y tangible. Si nos fijamos en los grupos de mujeres de las pequeñas ciudades y pueblos, podemos ver cómo actúan sistemáticamente para evitar ser reducidas al papel de esposas y cuidadoras, de trabajadoras dedicadas al trabajo de cuidados no remunerado. Esto es solo la punta del iceberg de los problemas, preocupaciones y obstáculos a los que se enfrentan. También hay que decir que la carga del trabajo doméstico no remunerado también afecta a las mujeres que viven en zonas urbanas.

K. L.: ¿Y qué hay debajo de esa punta del iceberg?
M. R.: Obstáculos relacionados con el sistema, o más bien con la falta de un sistema. Lo que sale a la luz es este Estado social ruinoso o inexistente, cuyas tareas son asumidas por las mujeres. Hablamos del transporte público, de la asistencia sanitaria, de la atención institucional a los niños o del apoyo a la autonomía de las personas con diversidad funcional. Además de estas cuestiones más básicas, hay otras, como el acceso a la cultura o un mínimo de reposo. Las mujeres nos dicen que nunca han ido al teatro, a la piscina o a la nueva sala filarmónica construida en la capital de la provincia. No tienen dinero para eso.

K. L.: Todo esto suena como una contribución a un nuevo pensamiento crítico feminista.
M. R.: Es una reflexión que parte de la práctica y que lo construyen las propias mujeres y otras personas. El reconocimiento de que el lugar de residencia y la clase social, pero también la diversidad funcional o la identidad de género, están en el centro de lo que realmente vemos y pensamos cuando hablamos de feminismo y emancipación. Se trata de una interpretación ascendente, basada en la experiencia, de lo que es la interseccionalidad.

Las mujeres están oprimidas no solo por ser mujeres, sino también por el lugar donde viven y la clase a la que pertenecen, o porque tienen que cuidar a alguien. Es una profunda conciencia de que sus necesidades y preocupaciones son consecuencia de las coordenadas económicas y sociales y de las inaccesibles ayudas institucionales.

M. G.: Desde un punto de vista feminista, podemos decir que se ha producido una reconfiguración social en Polonia, especialmente durante las protestas de 2016 y 2020. Las sucesivas crisis han reforzado la necesidad de un nuevo contrato social basado en el reconocimiento de la interpenetración de las esferas de la producción y la reproducción, especialmente en el contexto de la justicia reproductiva y el trabajo de las mujeres para la reproducción social. El feminismo descrito en el informe del Fondo Feminista lucha por cosas muy básicas, pero también muestra que están surgiendo una nueva subjetividad y nuevas estrategias para los movimientos emancipatorios y para los grupos marginados, fuera de las grandes ciudades y del debate político dominante.

Es interesante analizar esta cuestión desde una perspectiva horizontal para ver que las cuestiones de justicia social y reproducción social deberían estar en el centro del debate político y del debate sobre la democracia en general. A veces parece que esta perspectiva y estas experiencias se descuidan por completo, en consonancia con la creencia de que la conciencia y el conocimiento feministas, pero también los debates sobre la forma de la democracia, pertenecen a las grandes ciudades y las élites.

K. L.: Esa perspectiva corresponde también, y quizás especialmente, a grandes disparidades en la distribución del reconocimiento y la estima social.
M. G.: Desgraciadamente, y hay que decirlo, esa jerarquía permite enfrentar a las mujeres urbanas y rurales, tal y como intentan hacer los políticos de derechas desde hace tiempo. Para ver qué hay detrás de las necesidades de las personas que viven en pequeñas comunidades, deberíamos analizar la cuestión desde un ángulo completamente diferente. Ver cómo formulan sus problemas y demandas, cómo los describen, qué parte de su posición de clase está implicada, a qué prestan atención, qué caracteriza su perspectiva económica y cultural y a qué se enfrentan sus comunidades locales a diario.

K. L.: ¿Ellas mismas perciben que su punto de vista tiene menos peso que el de, por ejemplo, las mujeres de las grandes ciudades?
M. G.: Sí, hablan, por ejemplo, de cómo les afectan las creencias estereotipadas y, en general, los prejuicios contra el campo y sus mujeres, que las representan como aquellas que son, por ejemplo, menos conscientes o menos activas.

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Estos grupos de activistas conocen muy bien la realidad que les rodea, son conscientes de que ellas, como mujeres, son marginadas o discriminadas por los hombres de sus comunidades que las tratan solo como esposas, cocineras o cuidadoras. No quieren eso, están hartas, hay mucha pena y rabia en eso. También son conscientes de que pueden ser vistas como más atrasadas en el movimiento feminista, que no son tenidas en la misma estima que las mujeres de las grandes ciudades. Sin embargo, su activismo suele ser mucho más consciente de los vínculos entre las preocupaciones de los distintos grupos, por ejemplo, las personas LGBTQ+ y las mujeres inmigrantes, o las que implican a las personas de menor nivel socioeconómico. Este activismo también es consciente, por ejemplo, de sus limitaciones en términos de accesibilidad para las personas con diversidad funcional. No se basa tanto en los debates filosóficos o en la literatura feminista, sino simplemente en sus propias experiencias. Esta gente sabe muy bien dónde vive y qué es este país y este Estado.

K. L.: ¿Y cómo perciben y entienden las mujeres de las pequeñas ciudades el feminismo como tal?
M. G.: Este feminismo, tal y como lo describimos en nuestro informe, es un feminismo práctico y cotidiano, relacionado con cuestiones concretas. Durante el estudio del grupo focal quedó claro que se trata de un activismo que difiere del feminismo profesional, experto o pedagógico, en el que una señora de la capital viene a darte consejos y a decirte cómo construir un feminismo básico. Se trata más bien de la necesidad de una comunicación horizontal, entre grupos. Por lo tanto, se puede ver que la clave aquí es construir no solo conexiones entre el centro y la periferia, sino también entre grupos que pueden vivir muy cerca unos de otros, pero que pertenecen a una clase social o asociación diferente.

Este feminismo descentralizado se basa en la asociación y no en la jerarquía. En este contexto, los debates considerados cruciales por los medios de comunicación, o incluso por el feminismo, no suelen ser reconocidos como los más importantes para la acción a nivel local. Aquí vemos el efecto de la falta de un flujo bidireccional de conocimiento, principalmente hacia el centro, en lugar de desde el centro. De hecho, no podemos captar la perspectiva de estas mujeres si nos centramos en las redes sociales o en los medios de comunicación convencionales.

M. R.: Obtener una identidad feminista o política no es un fin en sí mismo para estas mujeres. En nuestro estudio, preguntamos a las mujeres sobre la necesidad de crear un movimiento social único. Se puso de manifiesto la preocupación de que un movimiento feminista tan consolidado, basado en un centro fuerte, pudiera de alguna manera invalidar o disminuir la perspectiva local, excluyendo automáticamente las voces minoritarias.

K. L.: ¿Y qué ocurre cuando las mujeres de las ciudades y pueblos pequeños empiezan a identificarse con el feminismo en su comunidad local?
M. R.: Este es un tema importante. Debido a los regímenes patriarcales locales, la identidad feminista local puede verse como una especie de mancha. En muchos casos, referirse abiertamente al feminismo crea una barrera insuperable para funcionar dentro de la comunidad local. En la ciudad, una puede ocultar esa identidad, mientras que en los asentamientos más pequeños una se expone inmediatamente a la evaluación social, es señalada. Es importante indicar que el feminismo también se identifica, con razón, como un retoño de las relaciones personales y del contacto con los demás. En otras palabras, también es un recurso al que no todas tenemos el mismo acceso, por el lugar donde vivimos o por nuestras capacidades. Las chicas del instituto de Walbrzych nos escribieron: no conocemos a ninguna feminista personalmente, queremos conocerlas, pedimos dinero para los billetes y los encuentros con ellas en Varsovia o Gdansk. Las mujeres sordas que utilizan el lenguaje de signos tuvieron que inventar ellas mismas la palabra feminismo en ese lenguaje.

K. L.: ¿Cuál es el precio del feminismo en estos pueblos?
M. R.: En el campo, en un pueblo de mil habitantes, puede exponerte al ostracismo local, a los ataques de los políticos locales o del cura. Cualquier acto de resistencia de este tipo está arraigado en el contexto local, que define los límites del radicalismo. Si las chicas del círculo de amas de casa rurales dicen, en una fiesta local, que son el único grupo que se niega a cocinar porque están cansadas de ser las únicas cocineras, es un acto de resistencia. Su consecuencia puede ser una movilización de la derecha local o del sacerdote. Conocemos casos en los que las mujeres que querían reunirse y hacer algo por sí mismas fueron señaladas y vilipendiadas públicamente.

M. G.: Vale la pena mencionar aquí que esta devaluación social y política de las cuestiones relativas a los derechos de las mujeres, los grupos marginados y la reproducción social en general, no solo atañe a los políticos de derecha. En los grupos de discusión, las mujeres hablaron de que sea quien sea quien esté en el poder en su comunidad, su trabajo y su activismo se devalúa de la misma manera. Esto confirma lo que estamos viendo actualmente en el debate político, en el que las cuestiones relativas a los derechos de la mujer se tratan de forma puramente instrumental. Aunque el derecho al aborto se ha convertido en una promesa electoral del mayor partido de la oposición, es difícil ver un enfoque que haga de este derecho el tema central del debate, por ejemplo, teniendo en cuenta las demandas de despenalización, desmedicalización o desestigmatización del aborto. Y la perspectiva de la reproducción social, que reconocería el trabajo reproductivo como social y económicamente importante, está totalmente ausente. La corriente dominante, ya sea liberal o conservadora, no entiende en absoluto el sentido del informe del Fondo Feminista.

K. L.: Ambas habéis señalado antes que el Estado es un área importante de crítica para las mujeres de las comunidades pequeñas. ¿Qué imagen de sus debilidades estructurales se desprende de las experiencias de estas mujeres?
M. G.: Es una imagen de comunidades diversas y de movilización no institucional en sentido amplio. Y este es un recurso muy importante, de nuevo descuidado en diversos análisis, por ejemplo, en la ciencia política, que siempre asumen que la sociedad civil son instituciones: fundaciones y asociaciones. El informe del Fondo Feminista muestra que los activistas, a menudo en grupos informales o colectivos militantes, descargan al Estado de sus responsabilidades ante las sucesivas crisis: salud pública, catástrofes humanitarias o guerra. El Estado se aprovecha de ello, pero no lo reconoce, lo que crea una situación muy peligrosa: la impotencia y la vulnerabilidad ante unas instituciones estatales que además son francamente opresivas porque practican la homofobia o el sexismo. El informe también habla mucho del agotamiento que experimentan los activistas en esta situación. Y la necesidad de una regeneración.

M. R.: Este Estado es ineficiente, pasivo o ausente en muchos niveles. También es francamente agresivo con ciertos grupos. Todo esto afecta más en las zonas rurales y en los pueblos pequeños. Nuestro informe muestra que las madres son un grupo especialmente excluido que se enfrenta a muchos problemas. Esto es bastante perverso, ya que la derecha lleva en sus banderas la ayuda a los débiles y la valoración de la maternidad. Mientras tanto, el Estado de derechas continúa con la política anterior de los liberales: se mantiene mayoritariamente al margen y observa cómo estas mujeres resuelven por sí mismas los problemas a los que se enfrentan ellas y sus familias. “500 Plus” [una prestación por hijo] es una buena solución, pero es selectiva. Lo esencial son los servicios públicos de acceso universal y de buena calidad.

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K. L.: Y aquí se encuentra la figura de la Madre polaca dejada por quienes llevan años repitiendo con reverencia el estribillo de su amor por ella.
M. R.: El símbolo de la Madre polaca es principalmente una herramienta para silenciar a las mujeres y reforzar su explotación. Fíjese en las protestas de los padres de las personas con diversidad funcional, que han demostrado que todos los grupos políticos, durante décadas, pueden excluir permanente y sistemáticamente a un determinado grupo social, despreciarlo por completo. En el caso de las cuidadoras, se trata en su mayoría de mujeres, abandonadas a su suerte, que son consideradas por el Estado únicamente como enfermeras y cuidadoras de sus hijos, como se dice. Las personas con diversidad funcional y sus familias, especialmente las madres, han sido sistemáticamente marginadas durante décadas, y sus voces han sido sistemáticamente eclipsadas por todos los equipos directivos.

K. L.: ¿Están resentidas con la clase política?
M. R.: En los datos recogidos, la clase política no es un punto de referencia. La subordinación y la marginación de las mujeres son experiencias que el partido neoliberal Plataforma Ciudadana (PO) ha acentuado y que el partido conservador Ley/Derecha y Justicia (PiS) ha reforzado. Los colores políticos, sobre todo cuando se piensa en el gobierno local, no importan mucho. Así que la gente se lamenta y está enfadada por décadas de exclusión, con una conciencia, a veces muy fuerte, de que lo bueno que puede ocurrir en la vida de las mujeres depende de ellas mismas. Su conciencia es la conciencia de las oprimidas, una conciencia en oposición a un vasto sistema de opresión y poder. Se trata de un nivel de conciencia política completamente diferente que trasciende y minimiza las divisiones partidistas. Esta toma de conciencia no tiene como objetivo cambiar al partido en el poder, porque para muchas este tipo de cambio no sirve para nada.

M. G.: En el capitalismo, ninguna fuerza política reconoce el valor del trabajo de la reproducción social: se contentan con utilizarlo, pero no se preocupan por compartir los beneficios que obtienen de él. Esto no cambiará hasta que se redefina ese trabajo como absolutamente central para la vida social y para el Estado.

El trabajo diario que se realiza en el hogar y en la esfera pública, el trabajo de cuidados, el trabajo por el bienestar de la sociedad fue reconocido de alguna manera durante la covid; se habló de profesiones esenciales y estas eran profesiones relacionadas con los cuidados, la producción de alimentos, etc. Por desgracia, esto fue temporal, aunque las economistas feministas (en Polonia, por ejemplo, Zofia Łapniewska), hablan de la necesidad de cambiar la forma de pensar la economía, con el objetivo de reconocer simplemente el cuidado o la reproducción social. Me parece que necesitamos una nueva concepción de la sociedad, de los valores y del papel del Estado en todo esto. Hoy estamos en los albores de algo completamente nuevo, una especie de momento prerrevolucionario.

K. L.: ¿Qué significa esto?
M. G.: Veamos, por ejemplo, lo que ocurrió en el año 2020. La gente se contó, vimos que somos mayoría, dejamos de tener miedo. Se ha redefinido la frontera entre nosotras –las personas cuyas luchas y subjetividad son constantemente menospreciadas y relegadas al margen del debate político– y ellos –el conjunto de la esfera política–, con la excepción de los políticos de izquierda que apoyaron y comprendieron firmemente las protestas. Estos acontecimientos se caracterizaron por la rabia y reivindicaciones concretas. Todas sentimos esta emoción y energía, así como la sensación de que esto ya no tiene marcha atrás.

M. G.: A esto hay que añadir el creciente número de marchas por la igualdad. De nuestra investigación también se desprende que está entrando en escena una nueva generación. Comenzó su compromiso saliendo a la calle, mediante la rebelión y la confrontación abiertas. Los nuevos valores que hemos mencionado también encuentran eco en el ámbito más amplio de la violencia, incluida la sexual, en relación con el centro de trabajo y en las universidades. Se está agotando el modelo de relaciones jerárquicas y paternalistas, en el que los hombres, los políticos y los ricos pueden hacer cualquier cosa sin ninguna consecuencia. Lo que estamos viendo ahora es una amplia transformación de la vida social. Sin embargo, hay que decirlo, también se puede sentir fatiga y desánimo.

K. L.: ¿Podría llevar esto a un cambio de dirección o a un debilitamiento de esta resistencia?
M. R.: A largo plazo no lo creo. Lo que vemos en nuestra investigación es fatiga y agotamiento, pero también una fuerte convicción de que no podemos seguir viviendo así.

K. L.: ¿Qué forma política puede adoptar esta rabia?
M. G.: Quizá sea un momento populista y esté surgiendo una nueva configuración social, una nueva división entre las élites y la mayoría de la sociedad. Hay jóvenes que vienen de las huelgas climáticas, de las protestas negras, de las marchas por la igualdad y del movimiento obrero. Practican un compromiso con la democracia participativa e inclusiva entendida de forma radical y se unen a las luchas por diversos motivos, reforzando la diversidad, las alianzas horizontales, sin temer el conflicto, sin fetichizar el compromiso. Demuestran que sus luchas no son guerras culturales, de visión del mundo o de moralidad, sino políticas. Hasta ahora, solo la literatura feminista y queer aprecia el género como una importante categoría descriptiva y analítica en el estudio de la democratización y la nueva subjetividad política.

K. L.: Pero, ¿qué pasa con la perspectiva de clase, que sigue teniendo poco eco en la corriente principal del feminismo polaco? La conocida socióloga y feminista británica Beverley Skeggs, que ha estudiado a las mujeres de la clase trabajadora británica durante muchos años, repite que sin una perspectiva de clase es imposible un feminismo serio, ni un debate honesto sobre las relaciones de poder.
M. G.: En mi opinión, sin una perspectiva de clase no podemos avanzar. El propio trabajo de cuidados y reproducción social tiene un carácter de clase: no está pagado o está mal pagado, es precario o está totalmente privatizado. Lo llevan a cabo principalmente mujeres, en su mayoría inmigrantes. Para la economía capitalista, es un trabajo invisible, aunque esencial. Este tema es particularmente crucial hoy en día, cuando vemos cómo el Estado y sus estructuras buscan privatizar el trabajo de protección y reproducción social, cómo tratan a las personas que hacen este trabajo y a quienes trabajan en la salud o en la educación. Un obstáculo para hablar de la dimensión de clase de la desigualdad de género es el miedo siempre presente a hacer afirmaciones en el espíritu de un feminismo socialista o marxista, siempre visto como radical, ideologizado.

M. R.: Esta perspectiva es absolutamente necesaria. Sin embargo, también es importante reconocer que el campo de la lucha de clases es también el del trabajo reproductivo. Invisible, no remunerado, pero necesario para la reproducción social, para la reproducción de la fuerza de trabajo y, por tanto, del capital. Esta es una de las conclusiones más importantes de nuestra investigación.

Kacper Leśniewicz es periodista, reconocido en 2019 por su texto “Las élites miran al campo”. Actualmente prepara un doctorado sobre los límites simbólicos de la clase obrera en las ciudades posindustriales

Entrevista publicada en Inprecor, 701-702, pp. 15-20, 2022

Fuente: viento sur

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