“El
pasado nunca muere. De hecho, ni siquiera es pasado.”
-William Faulkner
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En Colombia y en los países
latinoamericanos no opera aquello que decía Carlos Marx, parodiando a Hegel, de
que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como
farsa. En nuestro país la historia se repite siempre como tragedia y eso queda
en evidencia al rastrear la centenaria explotación de los hidrocarburos. Desde
sus orígenes, el capital imperialista se ha apropiado de esos bienes comunes de
tipo natural, ha establecido enclaves, ha sometido a diversas formas de
explotación a los trabajadores y pobladores locales de las zonas en donde se
instalan y ha contado con la subordinación del Estado colombiano y de diversas
fracciones de las clases dominantes, que han entregado dadivosamente el oro
negro a las poderosas compañías petroleras de los países imperialistas.
La destrucción ambiental, el arrinconamiento y exterminio de comunidades
indígenas, la poca inversión en beneficio de las regiones donde se extrae el
crudo son algunas de las consecuencias permanentes de la implantación de
economías y sociedades extractivistas en diversas regiones del país, entre las
que sobresalieron, primero, Barrancabermeja y El Catatumbo y, poco después,
Yondó, Cantagallo, Puerto Boyacá y Putumayo. En todos esos casos los procesos
fueron similares, y esa es la historia trágica del petróleo colombiano, por la
destrucción ambiental y humana que genera.
El proceso de extracción, transporte y refinamiento del petróleo solo es
posible por la acción de la fuerza de trabajo de los seres humanos. Por esta
circunstancia, los enclaves necesitan de trabajadores asalariados y en cada uno
de ellos se ha configurado un núcleo amplio, diverso y heterogéneo de obreros.
Entre esos trabajadores, en gran parte de sexo masculino, se encuentran los que
despejan el bosque y la selva, disponen la infraestructura inicial, perforan el
suelo y el subsuelo, construyen carreteras, aeropuertos y oleoductos, refinan y
transforman el petróleo en gasolina y múltiples derivados. Y tras todos ellos
las mujeres, ocultas y nunca reconocidas que, en labores domésticas, de
cuidados, en el ámbito de la reproducción biológica y social de la fuerza de
trabajo posibilitan el funcionamiento de los enclaves. Estos embriones de
trabajadores asalariados se constituyen mediante la resistencia y la lucha, en
principio espontánea y luego organizada, en un sujeto colectivo que afrontó las
difíciles condiciones de trabajo y de vida mediante exigencias que los
dignificaran y, de manera paralela o derivada, asumieron la defensa de la
soberanía nacional, algo que no ha sido artificial ni caprichoso, sino que se
desprende del hecho cotidiano de sentir lo que es la expoliación imperialista
en carne propia.
En memorables movilizaciones, paros y huelgas la acción colectiva de esos
trabajadores dinamizó la vida de los enclaves, siempre en medio de la represión
estatal y de la propaganda mediática en su contra y a favor del capital
transnacional. Esas luchas son el hilo de esperanza en medio de la tragedia que
representan los enclaves.
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El breve recuento anterior parecería ser cosa del pasado, entendido de manera
tradicional como algo lejano y olvidado, que nada tiene que ver con el
presente. Eso querría decir de manera simple con respecto al tema que nos ocupa
que los enclaves existieron antes, en las primeras épocas de la expansión del
imperialismo capitalista por el mundo desde finales del siglo XIX, pero ahora
ya no existen, sencillamente porque las formas de dominación del capital
transnacional ya no requieren de esos sistemas “atrasados” y en el mundo de hoy
recurren a procedimientos “civilizados”, en los que ya no es indispensable
implantar enclaves.
La ideología neoliberal del capitalismo realmente existente exalta la libre
inversión de capital transnacional como motor de desarrollo y progreso y al
libre comercio como el mantra que va a sacar a los países del atraso y los va a
lanzar hacia una prosperidad soñada. Se supone que las inversiones de capital
financiero son el vehículo adecuado para modernizar los países. Lo que no se
reconoce es que esas inversiones de capital ficticio no representan nada en sí
mismas, sino que requieren plasmarse en proyectos concretos para apropiarse de
la riqueza material de nuestros países, esto es, de energía, minerales y todo
tipo de bienes comunes de origen natural.
En la guerra mundial por los recursos que libran los países capitalistas e
imperialistas (una guerra nunca reconocida como tal) y que busca que cada uno
de ellos se apropie de la última gota de petróleo, o del ultimo gramo de oro
para seguir manteniendo el tren desbocado de la producción y consumo del
capitalismo actual, han regresado los enclaves. Es como si la historia girara
hacia atrás, porque hemos vuelto a soportar en vivo y en directo las brutales
formas de funcionamiento de los enclaves imperialistas (dominantes entre el
período que va de 1870 a 1945) en pleno siglo XXI.
Por eso mismo, las celebres reconstrucciones literarias de los enclaves, hechas
por escritores latinoamericanos, son de perenne actualidad. Descripciones como
las que hace Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, o las de
Miguel Ángel Asturias en su trilogía del banano (El Papa Verde, Los ojos
enterrados, Viento fuerte), o las de Volodia Teitelboim (Hijo de salitre)
no parecen referirse a hechos pasados sino a acontecimientos del presente. Valga
al respecto solo una muestra: “El papa verde, para que ustedes sepan, es un
señor que está en medio de una oficina y tiene a sus órdenes millones de
dólares. Mueve un dedo y camina o se detiene un barco. Dice una palabra y se
compra una república. Estornuda y se cae un presidente, un general o un
licenciado. Frota el trasero en una silla y estalla una revolución. Contra ese
señor tenemos que luchar”.
Este texto hace parte del libro Viento fuerte del escritor
guatemalteco Miguel Ángel Asturias y resume en forma magistral el
funcionamiento de los enclaves bananeros que se implantó en los países
centroamericanos desde finales del siglo XIX. Ese tipo de enclave también se
instaló en la costa caribe colombiana y quedó asociado a la brutal masacre de
las bananeras de diciembre de 1928, inmortalizada por García Márquez.
Podría pensarse que lo dicho por Asturias es una invención literaria, pura
ficción, y no tiene mucho que ver con la realidad de nuestros países, ni en el
plano histórico y, mucho menos, en lo referido a la situación actual. Entre
otras cosas, porque ahora se dice que el capital es oblicuo y no está en
ninguna parte y por eso no es fácil identificar el enemigo contra el cual deben
enfrentarse los trabajadores y otros sujetos sociales. Cambiemos simplemente El
Papa verde por Shell, Texas, Pacific Rubiales, Monsanto, Microsoft,
Amazon… y veremos que lo dicho por Miguel Ángel Asturias hace más de 60 años es
completamente valido en el mundo de hoy, y no solo en nuestros países sino en
los mismos centros imperialistas.
En resumen, el concepto de enclave ha sido muy fructífero como instrumento
analítico para estudiar múltiples realidades de la dominación imperialista en
diversos lugares del mundo, entre ellos Colombia y nuestra América, sobre lo
cual existe una rica y variada producción historiográfica, que se enriquece con
el libro que prologamos.
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Las anteriores disquisiciones apuntan a subrayar la importancia del concepto de
enclave como instrumento analítico que ayude a comprender la explotación de bienes
naturales (agrícolas, minerales, energéticos, forestales…) en el capitalismo
realmente existente en las primeras décadas del siglo XXI.
En concreto, tomando como eje analítico el concepto de enclave, el historiador
Giovanni Rivera, reconstruye la historia de las luchas de los trabajadores del
Meta y Casanare en las últimas tres décadas. En cuatro sustanciales capítulos
reconstruye la historia poco conocida de la trágica trayectoria del petróleo
colombiano que parece repetir lo relatado en libros clásicos sobre la materia y
algunos de los cuales hemos publicado en la Biblioteca USO 100 años de lucha y
dignidad.
El autor parte, en primer lugar, de analizar los cambios en la política
petrolera del Estado colombiano, que prepararon las condiciones jurídicas,
legales e ideológicas, para propiciar el retorno de los enclaves. Esto se dio
con el paso de los contratos de asociación a nuevas concesiones. Recalca, al
respecto, el papel nefasto del régimen uribista al entregar a perpetuidad (un
eufemismo para decir que pueden llevarse la última gota de petróleo o el último
gramo de un mineral) a empresas transnacionales el manejo de campos que
deberían haber regresado a manos del Estado colombiano.
Esos nuevos dispositivos jurídicos formaron parte del engranaje formal,
indispensable para legitimar el retorno de los enclaves imperialistas. Y en los
Llanos Orientales, a comienzos del siglo XXI reaparecieron procesos que se
habían vivido en los enclaves del petróleo en la primera mitad del siglo XX en
otros lugares del país: llegaron las compañías extranjeras y con ellos miles de
migrantes de otras regiones de Colombia, atraídos por las posibles ofertas
laborales, o para establecer negocios comerciales que se nutrieran con los
salarios de los petroleros. Esto generó una brusca transformación demográfica,
y de la noche a la mañana, pequeños poblados se convirtieron forzosamente en
“ciudades”, sin contar con infraestructura, ni servicios públicos, ni presencia
estatal significativa, aparte de la represión que nunca falta.
De la misma manera, en medio de la riqueza del petróleo que fluye rauda hacia
afuera de los lugares de origen, es más impactante la pobreza de los pobladores
locales (entre ellas de comunidades indígenas), cuyas formas y condiciones de
vida se modificaron en forma súbita e imprevista por el arribo de las compañías
petroleras y la llegada de gentes de otras regiones. También vinieron la
prostitución, el consumo masivo de alcohol y se generalizó la corrupción ligada
al reparto de las regalías entre castas políticas locales.
Y otro elemento que destaca el autor es la manera cómo la explotación de
petróleo, y este es uno de los aspectos novedosos con respecto a lo acontecido
hace un siglo, le imprimió nuevos elementos al conflicto armado interno, entre
ellos la paramilitarización propiciada por las compañías petroleras y el Estado
colombiano, como mecanismo armado para proteger a los inversionistas
extranjeros.
Esta es la realidad “externa” a los enclaves de la región. Dicho contexto se
estudia en este libro, vinculando aspectos internacionales, nacionales y
regionales que facilitan la comprensión de la manera cómo los Llanos se
articulan de manera abrupta a la economía capitalista mundial, y también la
forma en que en la región se manifiestan los problemas centrales que genera el
capitalismo, tanto desde la órbita de la producción de una materia prima
esencial, como de la descomposición social y cultural que producen los
enclaves.
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Aunque ese contexto, esa “realidad externa” del enclave, es indispensable para
entender el tema investigado, lo verdaderamente significativo radica en el
estudio de la “realidad interna” del enclave, esto es, la relacionada con las
condiciones laborales y vitales de los trabajadores.
En esta parte, la central de la obra, Giovanni Rivera realiza importantes
contribuciones al conocimiento de la dura realidad que han vivido los nuevos
proletarios del petróleo de las zonas estudiadas. Y nos enteramos por su libro
de cosas que parecen calcadas de los enclaves de otras regiones del país. Así,
por ejemplo, el régimen de contratación a los trabajadores se les puede
denominar los “veintiuneros”, porque se les vincula por 21 días, y luego se les
deja sin trabajo a la espera que vuelvan a ser llamados después por otras tres
semanas. Esto revive lo que la Texas hizo en el Putumayo desde la década de
1960 con los “veintiocheros”. Pero, como se nota a primera vista, las empresas
que manejan los enclaves aprenden a pisotear todavía más a los trabajadores, y
por eso el tiempo de contratación de ha reducido en siete días; o sea, los
trabajadores han soportado peores condiciones, en términos de estabilidad y
tipo de contratación, de las que afrontaron los veintiocheros de la Texas en el
Putumayo.
En cuanto al tipo de “vivienda” en los campos petroleros de la Pacific Rubiales
a principios de la segunda década del siglo XXI decenas de trabajadores viven
hacinados, en condiciones antihigiénicas, nunca hay una cama fría y no tiene la
posibilidad de ducharse diariamente, en un clima insoportablemente cálido, porque
no hay suficientes baños. Tampoco cuentan con un número adecuado de letrinas
para hacer sus necesidades fisiológicas, lo que es una fuente segura de
enfermedad y muerte. Todo eso revive lo que soportaron los trabajadores de los
enclaves de la Tropical Oil Company en Barrancabermeja o de la Colombian
Petroleum Company en El Catatumbo hace un siglo.
Estas duras condiciones materiales de trabajo se convirtieron en el fermento
que alimentaron la resistencia y la rebelión de los trabajadores, en memorables
gestas que estremecieron a los Llanos Orientales. Con detalle y sumo cuidado, y
apoyándose en un amplio cumulo de fuentes (periódicos, boletines, información
oficial, procesos judiciales, y, sobre todo, en testimonios directos de
trabajadores y dirigentes sindicales), el autor reconstruye la lucha de esos
trabajadores petroleros, que se incorpora al acerbo histórico de las luchas que
han adelantado sus camaradas de otras regiones del país desde los primeros
instantes en que se implantaron los enclaves en suelo colombiano.
Debe recalcarse el esfuerzo hecho al construir este libro, como aporte
investigativo a la historia de nuestros trabajadores en general, y presentarlo
acompañado de fotografías y una necesaria antología documental, que debe
servirle a todos aquellos interesados en profundizar en el conocimiento de la
trayectoria y luchas de los trabajadores petroleros. Y esto se enaltece
recalcando que cuando los trabajadores se organizan y luchan logran arrinconar
al capital y al Estado y consiguen importantes logros no solo para ellos sino
para el país en general. En ese sentido, lo más importante, y se recalca en el
Epilogo que cierra el libro, la lucha no fue en vano, porque las acciones
directas y colectivas de trabajadores y pobladores de los lugares donde se
implantaron los nuevos enclaves petroleros, en pleno siglo XX, lograron que
algunos de esos campos revirtieran a Ecopetrol.
Pero, además, la principal enseñanza, implícita en esta obra ‒que se desprende
de su objetivo central de estudiar los nuevos enclaves en los Llanos
Orientales, como el de la extinta Pacific Rubiales, y su impacto en la acción
colectiva de los trabajadores‒, estriba en recordarnos que el pasado se
proyecta en el presente y por eso el objetivo de la investigación histórica no
es el pasado, como se suele pensar en forma mecánica, sino el estudio del
movimiento de las sociedades en el tiempo, de donde se desprende la necesidad
de vincular el pasado, el presente y el futuro, de tal manera que el
conocimiento histórico tenga la utilidad de alimentar las luchas que se libran
en estos momentos. Y desde el punto de vista de las luchas de los trabajadores
puede decirse que su futuro está en el pasado, si se tiene en cuenta que otro
futuro emerge del conocimiento y remembranza de los sueños, esperanzas y luchas
de las generaciones de trabajadores que los precedieron en los territorios de
los primeros enclaves.
Debemos agradecer a Giovanni Rivera por recordarnos con esta fructífera
investigación la importancia de las luchas recientes del proletariado
petrolero, cuya gesta de esperanza y dignidad estremeció a los Llanos
Orientales.
Ficha técnica: ¡TIEMBLA EL LLANO! DE GIOVANNI RIVERA – LIBRO No. 12 Biblioteca Diego Montaña Cuéllar, USO 100 AÑOS DE LUCHA Y DIGNIDAD
Fuente: Rebelión.