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Inteligencia artificial. Un leve punto de vista desde el mundo del trabajo

(Especial para Contrahegemonía) Hablemos de inteligencia artificial, con imaginación. Dejemos que nuestra mente cree una situación donde la escena sea una reunión de máquinas, en vistas de defender su situación única y particular. ¿De quién estarían hablando? De personas que pasan por máquinas. De seres con características negadas, obturadas, atrofiadas, impedidas; seres que dejan sus nombres de lado para ser numerados, clasificados, controlados, medidos y valorados. Seres que trabajan y eso los diferencia al menos de los animales.

Nunca va a ser como nosotras, se oye desde un parlante: ayer una obrera de Bernal se durmió sobre la cinta generando un descalabro; antes de ayer un trabajador textil tuvo un rendimiento bajísimo solo porque su hija estaba con unas líneas de fiebre como se le oyó decir, aunque sabemos exactamente que se trataba de treinta y nueve grados con veinte centésimas. Un monitor dejaba ver un texto en negrita: No van a ser máquinas, aunque sus empleadores las traten como tales; no van a igualarnos jamás. En una pantalla monocromática podía leerse otra denuncia: sus inteligencias están ligadas a sus sentimientos, crean, inventan desde sus sueños. Así erran una y otra vez, a veces sin lógica. No van a rendir como nosotras, jamás.

Hoy, el tema candente, parece ser la nueva antagonista de la inteligencia humana, la mal llamada inteligencia artificial. En el mundo de las confusiones conceptuales, de las apariencias y los fetiches, en su modalidad global e informatizada, no es casual que el dios dinero comparta olimpo con su majestad la información. Ahora, tomemos la palabra, demos lugar a algunas preguntas. ¿Información es saber? ¿Manejar información es pensar?

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Así como no es inteligente el flotante de un tanque que detecta un nivel lleno para apagar el motor que le provee el agua, podríamos especular con que la mejor máquina jugadora de ajedrez no tiene inteligencia propia. Sabemos que maneja información y la combina, analiza jugadas a velocidades increíbles para nuestros tiempos mentales. Combina, y asimila informaciones de los propios juegos que va ejecutando. Parece invencible. ¿Es inteligente en el mismo sentido que manejamos para la humanidad? Al escribir estas líneas nos aferramos a un rotundo no, pero lo que se está instalando en la opinión pública, esa amplia y difusa gama de saberes que hoy circula en redes informáticas y programas de radio, salas de maestros y profesoras, es que sí son inteligentes.

¿Por qué decimos esto que parece una obviedad? Porque las preguntas que circulan apuntan a su endiosamiento. Porque se habla de posibilidades preocupantes, de desastres causados por la IA (inteligencia artificial), porque ligeramente se supone que pueden reproducirse, crearse, y manejarnos sin transparentar que todo lo que puedan llegar a realizar es previsto en sus planificaciones hechas por personas humanas, gente de corporaciones o laboratorios que siempre va a tener el control y comando. Una máquina puede destruir algo, cualquier cosa, siempre que en su diseño esté previsto, aun si se tratara de accidentes. Si esta frase llega a ser discutible abriremos el juego y escucharemos argumentos; lo que sí es una verdad corroborada en la práctica es que el espíritu comercial, mercantilista extremo de las clases propietarias en su conjunto es capaz de generar dispositivos que en su uso voraz generen desastres. Fukushima es un antecedente de lo que se podría disparar en los ámbitos llamados de IA ante situaciones que podrían ponerse fuera de control cuando la ganancia es prioridad. Un auto que se va de control es una afirmación fetichista, la cola no mueve al perro: en todo caso quien maneja el auto habrá perdido el control. Si se sigue adelante en situaciones límites es responsabilidad, siempre, de quien opta por seguir. Son lógicas antagónicas las del capital en su conjunto, y las de las personas que solo quieren vivir con cierta calma. 

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Ahora queremos volver a nuestros primeros párrafos: ¿Qué diría el famoso chat inteligente si le preguntáramos por qué las personas de las clases trabajadoras ven características humanas en las máquinas y dispositivos del sistema, y no ven que su condición actual es maquínica, alienada, propia de autómatas? Sabemos que esa respuesta derivará del acceso a datos en bases ya cargadas, en los tokens puestos en juego para completar sus líneas, en cierta dosis mínima de azar pero lo suficiente como para simular originalidad y realidad, en fin, en un programa. No muy diferente al diccionario predictivo de nuestros teléfonos. La IA no fue programada por ningún partido revolucionario que promueva una revolución total contra el capital, por lo tanto intuimos la respuesta.

El debate sobre la autonomización de la ciencia en su conjunto no es nuevo; las posibilidades de automatizar instancias es gigante; lo que se necesita es un pensamiento crítico que desmorone las verdades instaladas que hoy son columnas del sistema. No es más inteligente el médico que atiende a un paciente sentado en una silla distante, pero con su vademécum a la vista, sea por chat o en su consultorio, no es más inteligente ni menos, que alguna máquina de Elon Musk que haga las veces de operadora medicinal. En nuestro caso cambiaría la velocidad de acceso y uso de información. No es viable ningún debate sobre inteligencia artificial que deje de lado el carácter capitalista de la ciencia de hoy. Mientras tanto, aprendamos, investiguemos, generemos saberes y tomemos posiciones, con elementos reales y verificables, donde nunca tengamos que temer que aquel dispositivo que flota en nuestro tanque de agua, decida por vocación y voluntad, dejarnos sin agua o inundar nuestra terraza. En todo caso se habrán oxidado los contactos internos de su llave.

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El trabajo vivo es la fuerza de trabajo en movimiento y acto, el gasto productivo de energía mental y física de las personas orientado a un objetivo. Es una condición necesaria del proceso de producción, es creación constante. ¿Puede una máquina suplantarlo? Si el propio capital es absolutamente dependiente del trabajo vivo, ¿cómo podría un mundo de máquinas autonomizarse? Dejemos para nuestras películas y series de ciencia ficción esta última respuesta, no podríamos saberlo. Nos conformamos con la afirmación anterior: el propio capital depende del trabajo vivo; y a pesar de su inteligencia artificial, hasta para el propio Elon Musk en sus noches de sueño, las clases trabajadoras son y serán su único Dios, su única divinidad a quien debe lo que hoy son.

17 de abril de 2023.

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