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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Un punto de encuentro entre Cristina y Milei

El autor analiza la estrategia de Cristina Fernández de Kirchner de subir al escenario a Javier Milei, el mal mayor, como una operación para dividir el voto de la oposición y ofrecerle al peronismo un enemigo a medida.

Existe una coincidencia fundamental entre Cristina Fernández de Kirchner y Javier Milei: ambos creen que “el capitalismo ya no es una ideología, es simplemente el modo de producción de bienes y servicios más eficiente”, como definió la Vicepresidenta en su discurso en el Teatro Argentino de La Plata en el lanzamiento de la Escuela Justicialista Néstor Kirchner.

Precisamente por eso, el libertariano considera que no hay que entorpecer el funcionamiento del capitalismo con aparatos “externos” —como el Estado— que afectan su eficacia brutal.

Milei y el liberalismo extremo que representa ignoran la naturaleza histórica y sistémica del Estado. Como aparato, el Estado emergió íntimamente vinculado a las sociedades de clases y el sistema capitalista no hizo más que perfeccionarlo con sus correspondientes dosis centauras de coerción y consenso.

Por esta razón, el punto ciego de la utopía reaccionaria de los libertarianos se revela cuando no pueden incluir a la extinción completa del Estado en su perspectiva programática. Creen que se puede acabar con la mayoría de sus funciones menos con una: el aparato represivo y de control social. Su minarquismo (disfrazado en ocasiones de anarcocapitalismo) es un sistema institucional esencialmente policial. Quieren reducir el Estado a su esencia coercitiva, es decir, a la función que más puede avasallar los derechos del individuo libre. Son los liberales más locos del mundo.

El empresariado tiene una relación de amor-odio ambivalente con el Estado: detesta muchas de sus prerrogativas, pero en su fuero íntimo reconoce que su existencia depende de ese aparato. Tercerizaron en el Estado la tarea de gobernarse a sí mismos, además de mantener el orden social.

Los empresarios comenzaron a asustarse del monstruo que ayudaron a crear cuando hicieron desfilar alegremente a Milei por sus cumbres en el Coloquio de IDEA, en el hotel Llao Llao de Bariloche o en la Rural. El miércoles pasado, un numeroso grupo de dueños del país se reunió —convocado por el Rotary Club de Buenos Aires— para escuchar a Jaime Campos, presidente de la Asociación Empresaria Argentina (AEA). Campos puso especial énfasis en una reivindicación de los partidos políticos como lugares donde “se discute y se negocia”. Además, se pronunció explícitamente contra la dolarización. Fue casi una reivindicación de la “casta” y de la moneda nacional.

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Cristina Kirchner intentó explicar algunas de estas cuestiones en una parte de su discurso en La Plata, la otra parte se la dedicó a Milei.

Cuando el establishment económico considera que el libertariano de cabeza revuelta ya cumplió su función —correr a la derecha la agenda política— y que es necesario comenzar a bajarle el precio, la Vicepresidenta decidió sumarse a sus  promotores menos pensados.

Algunos, con una mirada más benevolente leyeron que Cristina Kirchner puso en el centro a Milei porque también le saca votos al peronismo o directamente porque sus ideas se expanden y son peligrosas para el país. Otros, más “maquiavélicos” (con perdón del mal uso de la autoridad del florentino) aseguran que subirlo al ring es una forma de aportarle mayor competitividad en la gran interna opositora y que el peronismo tiene posibilidades de ganarle en un eventual balotaje. Por eso decidió discutir sus contenidos, pero también “copiarle” las formas cuando subió el tono en el tramo final del discurso.

No faltaron los memoriosos que recordaron que esta “estrategia” de construir un adversario a medida ya tuvo un precedente no muy exitoso. Cuando el kirchnerismo eligió a Mauricio Macri como el contrincante ideal, el hijo de Franco terminó sentado en el sillón de Rivadavia.

Sobre el tema de la “ideas” —si es que las extravagancias de Milei, que últimamente combinan a Friedrich Hayek con Moisés, pueden clasificarse de esa manera—, una encuesta presencial que abarcó a todo el país realizada en abril por la consultora Zuban-Córdoba y Asociados reveló algunos datos interesantes, especialmente en el “Módulo ideológico”. El trabajo midió la adhesión de la sociedad a determinados postulados o propuestas como “privatizar Aerolíneas”, “privatizar la educación pública” o incluso la mentada “dolarización de la economía”. Un 61,7% se opone a la dolarización, un 66,6% está en contra de privatizar Aerolíneas Argentinas, un 84,2% rechaza privatizar la educación pública y un 68,2% no está de acuerdo con que YPF pase completamente a manos privadas. En términos más generales, un 66,5% afirmó que su valor más importante es la “igualdad social” contra un 28,5% que aseguró que el suyo era la “libertad individual”.

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Seguramente discutibles, como muchos estudios de opinión en la actualidad, los resultados —de mínima— ponen en cuestión el verdadero arraigo que el credo libertariano tiene en la sociedad argentina. Mucho más si se tiene en cuenta que la misma encuesta reveló que entre los potenciales votantes de Milei (que cosecha un para nada desdeñable 18% de intención de voto) un 74,4% contestaron que lo votarían porque están “enojados con la política”.

Por lo tanto, elegirlo como adversario y discutir sus “ideas” (y no las de la izquierda, por ejemplo) no deja de ser una decisión política. Coherente con lo que afirmó Cristina Kirchner en otro tramo de su alocución en el Teatro Argentino: “Porque no hay una solución perfecta, no es que se elige entre lo mejor y lo peor. Cuando se está en el gobierno, normalmente, por lo menos en la República Argentina, siempre hay que elegir entre lo menos malo”. El famoso mal menor para el que es necesario siempre tener a mano un mal mayor.

Subir al escenario a Milei con la intención de dividir el voto de la oposición y ofrecerle al peronismo un enemigo a medida —como última esperanza para un triunfo agónico—, se complementó con las caricias significativas que recibió “Sergio” (Massa) de parte de la Vicepresidenta.

En sintonía, el Ministerio de Economía había armado desde hace semanas una foto para Sergio Massa en el Centro Cultural Kirchner con la excusa de la presentación del Plan Integral Argentina, evento que tuvo lugar el viernes pasado. El ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, había sido invitado muy especialmente al CCK, pero la foto que no pudo ser por una ausencia y una presencia. El que faltó fue De Pedro y el que llegó sin avisar fue Alberto Fernández, al que nadie pudo decirle que no se suba las medias que es foto carnet. Sucede que el Presidente se transformó en un elefante en el bazar de la coalición oficial: su capacidad de influencia es prácticamente nula, pero las dimensiones de su cargo son demasiado grandes como para ser ignoradas.

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Igualmente, Massa mencionó a Cristina Kirchner y devolvió gentilezas cuando elogió su afirmación de que hay que pensar “con cabeza nueva en un mundo nuevo”.

Hasta Juan Grabois se allanó luego del mensaje que le envió Cristina Kirchner en La Plata (“El bastón de mariscal me pareció bien, pero no es para dárselo por la cabeza a otro compañero o a otra compañera”) en clara referencia al sobreactuado discurso “antimassista” que Grabois había pronunciado unos días antes y que se había hecho viral. En el programa Mejor País del Mundo que conduce Diego Iglesias por Radio Con Vos, Grabois bajó mil cambios y afirmó un poco en serio, un poco en broma: “Le podemos dar otra oportunidad a Massa”.

Con Milei posicionado como mal mayor y Massa como mal menor se devela una estrategia que es mucho más importante que la no noticia del anuncio de una candidatura que no tuvo lugar.

Fuente: el DiarioAr

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