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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Dos regresos de la democracia. A 40 años de 1983 y 50 años de 1973.

Los aniversarios medidos en décadas nos inclinan a la reflexión, celebración y, en ocasiones reivindicación de los hechos o personajes que se rememoran. Este 2023 viene acompañado de la celebración por los 40 años del regreso de la democracia, tras los siete años de horror vividos durante la última dictadura militar. Pero también, y no menos importante (tal vez más, me atrevo a decir) nos enfrentamos a los 50 años del anterior regreso de la democracia: 1973.

Tras (también) siete años de dictadura militar que incluyo muertes, represión y persecución política, en 1973 el pueblo argentino volvía a ejercer su derecho a elegir al gobierno mediante elecciones libres. Pero no solo eso. 1973 fue el final de la larga y criminal proscripción del peronismo, que, tras la “Revolución Libertadora” de 1955, pasó 18 años excluido de la vida institucional, pese a ser el movimiento político en que el pueblo trabajador se sentía representado. Más aún, 1973 es el año, no solo en que el peronismo vuelve al gobierno, sino en que el propio Juan Domingo Perón vuelve a ocupar la Presidencia del la Nación. Vaya, entonces, si no son hechos que merecen el ejercicio de la memoria y actos de rememoración.

Sin embargo, los 50 años están reservados en 2023 para el recuerdo del salvaje golpe de estado, liderado por Augusto Pinochet en Chile, que finalizo la experiencia de transición al socialismo por la vía pacifica de Salvador Allende. O, quizás la mención de la dictadura encabezada por el presidente Bordeberry en Uruguay. Los cuarenta años del regreso de la democracia en Argentina y los cincuenta años del inicio de la dictadura en los países vecinos son en realidad una misma rememoración basada en una lógica política antidictadura en que, nosotros (los progresistas por llamarnos de algún modo) nos movemos con comodidad.

En cambio el cincuenta aniversario del regreso de la democracia de 1973 nos pone en un lugar incomodo, que nos impide hacer una reivindicación fuerte de ese proceso. Este año, 1973 va a estar atravesado por el olvido, más que por la memoria, porque es muy difícil de reivindicar dentro de la lógica progresista democrática que pudimos construir desde 1983 a estos días. Es imposible rememorar (y celebrar) el regreso de la democracia en 1973 sin una apreciación positiva de la lucha armada como apuntalamiento de la política de masas. Estamos ante el aprieto de reivindicar, de cierta forma, a organizaciones como Montoneros e, incluso dentro del largo proceso que llevó al regreso del peronismo al poder, acciones como la ejecución del General Pedro Eugenio Aramburu.

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Con 1983 podemos contemplar nuestra “alma bella”, impoluta, sin ningún tipo de ambigüedad ni incomodidades políticas. Somos las victimas del horror y volvemos con un mensaje de esperanza y memoria colectiva antiviolencia. El último retorno de la democracia nos encontró formados como pueblo en términos de resistencia a la represión y la dominación militar, queriendo ejercer nuestro derecho soberano a elegir. El retorno de la democracia de 1973 fue muy distinto y nos obliga a recordarnos sucios por el barro de la historia.

Es que la democracia que volvió en 1973 lo hizo con mayor horizonte revolucionario que 1983. Ese horizonte revolucionario, donde la lucha por el regreso de Perón al país se conjugaba con el ciclo revolucionario que recorría Latinoamérica y el sueño del socialismo, no se conformaba con los límites del derecho liberal, temeroso del papel represivo del Estado sobre nuestra propia individualidad, sino que aspiraba a la creación de una sociedad mas justa, igualitaria y libre. Las consignas que la democracia traía en 1973 eran muy exigentes y venían acompañadas de un clima de época consciente del componente violento de esas demandas.

Las consignas de los setentas no eran homogéneas y, sin duda, se formaban en un ámbito de extrema conflictividad política. Desde el peronismo, la izquierda tradicional, la nueva izquierda y, también, desde sectores conservadores se pedía que los militares vuelvan a sus cuarteles y permitan la más elemental forma de democracia sin injerencias: elecciones libres.

Pero no solo se pedía poder elegir representantes. Las elecciones de 1973 son la culminación del largo proceso de lucha popular iniciado en 1955 tras el golpe de Estado. 1973 no puede ser comprendido sin entender que democracia era sinónimo de retorno de Perón y refundación de la “Revolución Peronista”. Dentro de ese retorno del peronismo al poder, entre las exclamaciones que pretendían explicarlo, luchando cada una por convertirse en voz única, sonaba muy fuerte la de “Socialismo Nacional”. 1983, es un retorno sin revolución, sin revolucionarios y con la derrota a cuesta, agradeciendo apenas estar vivos y poder votar. La conjunción “Socialismo Nacional” fue una de las desaparecidas del Proceso.

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Así, 1983 es una especie de “fiesta de todos” y de unidad popular y ciudadana enfrentada a la experiencia dictatorial. 1973, en cambio, es una fiesta del peronismo, donde el resto de las fuerzas políticas son invitados secundarios, cuya importante participación no borra el hecho de que el regreso de la democracia era sinónimo de regreso del peronismo al gobierno. Pero eso mismo nos obliga a pensar ese cincuentenario a través de su resolución. La algarabía e ilusión de 1973, fue diluyéndose rápidamente ese mismo año y se convirtió en decepción al año siguiente. La fiesta democrática encabezada por el peronismo, se convirtió en tragedia, tras la derrota de las consignas revolucionarias de ese peronismo setentista y el enfrentamiento entre las facciones de ese “gigante miope e invertebrado”. Más aún, las últimas acciones de Perón, antes de morir, lo inclinaron del lado menos revolucionario del peronismo, ya sea por convicción o por reacción, Perón se apoyo en aquellos sectores que iniciaron la purga sobre los militantes de la potente izquierda peronista. Cuando llega 1983, el peronismo es recordado en malos términos y el pueblo no lo acompaña en las urnas.

Pero, pese a la resolución en términos conservadores del conflicto entre el ala izquierda y derecha del peronismo, 1973 fue, sin duda, una experiencia poderosa de intento revolucionario desde lo institucional, que estuvo acompañada de movilización popular y de una consigna totalmente legitima: que el poder surge de la boca del fusil. Ahí esta nuestro problema con 1973. Somos incapaces de decir en voz alta ¡Montoneros, carajo! (pese a todas las críticas que podamos tener en particular sobre esta y otras agrupaciones). Esa es la gran victoria de la dictadura sobre la democracia. Montoneros (tomado como aglutinador de la posibilidad revolucionaria del peronismo, sin ignorar que existían muchas organizaciones) no puede ser tomado como bandera porque no se encuadra en los cánones democráticos postdictadura, lavados de todo contenido revolucionario real. Aunque, nuestra militancia antidictadura clame cada 24 de marzo contra la teoría de los dos demonios, seguimos inmersos en ella, al punto de que nos es imposible rescatar ninguna experiencia que este implicada de algún modo con pólvora o sangre, aunque esos dos componentes no sean más que circunstanciales para entender el periodo. Rechazamos la hipótesis de una sociedad en medio de una lucha entre “dos demonios” para afirmar que en realidad se trato de una masacre perpetrada desde el Estado por quienes lo habían tomada, pero, al mismo tiempo, no podemos reivindicar la acción de la guerrilla por su componente violento, y es suficiente con que alguien nombre la ejecución de Aramburu, los secuestro a empresarios, las bombas caseras que solían estallar (cabe aclarar que en objetivos bien elegidos, pese a que circula socialmente la idea de que se colocaban bombas en colectivos y jardines de infantes) para que empecemos a tartamudear, transpirar copiosamente y salir con alguna frase hecha que nos separe de esos actos. Porque lo cierto es que no podemos dejar de acercarnos a la lucha armada desde el horizonte democrático de 1983, sin consignas revolucionarias y apenas satisfecho con la posibilidad de sufragar y gozar de “derechos individuales” que nos amparen del Estado.

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1973 es muy incomodo para nosotros. No para los sectores conservadores que identifican ahí el punto culmine del derrape nacional y la necesidad de encarrilarnos que deviene en la dictadura de 1976. Ellos tienen claro su lugar y contra que luchan. En cambio nosotros, que debiéramos ver en ese año una escala importante para la lucha de los pueblos, no sabemos que hacer con él. Somos incapaces de tener, aunque sea, una “valoración positiva de la guerrilla de los setenta” (tal cómo reclamaba Horacio González en 2019 y por la que recibió una multiplicidad de críticas y casi ningún apoyo) pues estamos encallados en una visión obsesionada con el hecho violento de la guerrilla sin ningún tipo de conexión con su argumentación y contexto. Seguramente abra algún acto o recordatorio referente al cincuenta aniversario de1973, pero estará tan lavado y atravesado por una conciencia democrática postdictadura que nada tendrá que ver con su potencialidad y complejidad

Cristian Leonardo Gaude

(Profesor Universitario en Historia, Licenciado en Estudios Políticos.)

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