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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Brasil. Laberinto reaccionario. El peligro de la derrota histórica.

Entrevista realizada por João Vitor Santos para la Revista IHU a Valério Arcary.

El profesor Arcary ha presentado su más reciente libro, Labirinto reacionário: o perigo da derrota histórica. (Usina Editorial, 2023), donde explica la coyuntura que desemboca en la adhesión social a valores de extrema derecha. Reconoce el avance que ha sido la victoria de Lula en las elecciones, aunque dice que todavía se precisa mucho más. Señala que “la capacidad de movilización de la izquierda es baja. Aun así, ha habido algunos pequeños pero alentadores signos de recuperación del ánimo, en sectores de vanguardia, o en algunas categorías de trabajadores mejor organizados”. No obstante, resume: “sin lucha social, el gobierno de Lula fracasará”.

– ¿Cómo fuimos a parar dentro de un laberinto reaccionario? ¿Encontraremos una salida?

Sí, es decisivo entender el laberinto reaccionario: después de todo, ¿cómo fue posible? Ocurrió y fue terrible. ¿Por qué ocurrió? Un buen criterio es ponerse las “sandalias de la humildad”. Este tema será investigado en los próximos años y, como todo problema complejo, tiene muchas determinaciones.

La avalancha bolsonarista culminó en una dinámica social contrarrevolucionaria muy profunda, algo sólo comparable a lo que vivió el país bajo la dictadura. Las tres variables más importantes fueron:

(a) un proceso de transición de la mayoría de la burguesía del apoyo crítico a los gobiernos del PT, entre 2003 y 2013, a la oposición moderada, entre 2013 y diciembre de 2015, a la oposición frontal y al impeachment de Dilma Rousseff;

b) la derrota de la ola de movilizaciones de junio de 2013 -comparable sólo en su masividad con las Directas Ya de 1984- que estalló, esencialmente, de forma espontánea y acéfala;

(c) que nos lleva al giro radical de la clase media hacia la oposición a los gobiernos del PT, así como de sectores masivos de la clase trabajadora del Sudeste y del Sur.

Del mensalão al Lava Jato

Este giro sociopolítico comenzó con el mensalão (mecanismo de corrupción operado por dirigentes del PT en el primer gobierno Lula, estableciendo una componenda de “gobernabilidad” con la derecha parlamentaria y fracciones empresariales: ndt), pasó por el deterioro de la situación socioeconómica tras la crisis de 2008-2009, dio un salto a partir de 2013, cuando grupos fascistas se atrevieron a tomar las calles, y empeoró cualitativamente con el Lava Jato, a partir de noviembre de 2014. Los factores determinantes parecen haber sido cuatro.

(a) el estancamiento con tendencia a la baja de los ingresos de los sectores medios, con el impacto de la inflación de los servicios y el aumento de los impuestos;

(b) la percepción de que la vida empeora porque los gobiernos son corruptos, muy especialmente los del PT, porque los dirigentes obreros en el poder “se lamen”.

(c) el aumento de la violencia urbana, de los índices de homicidios y el fortalecimiento del crimen organizado;

(d) la reacción de un sector más retrógrado de la sociedad, más racista, misógino y homofóbico, ante el impacto de la transición urbana, generacional y cultural de la sociedad.

Resumen de la operación: ha surgido un movimiento político-cultural neofascista de masas. La situación reaccionaria aún no se ha revertido. Pero la victoria de Lula fue gigantesca. La esperanza puede vencer al miedo. Sólo que la lucha contra el bolsonarismo no puede parar.

– ¿En qué medida estos acontecimientos de 2013 y 2015 alimentan una acción reaccionaria en el país? ¿Por qué, frente a estos acontecimientos, en lugar de caer a la extrema derecha, no se dio un giro brusco a la izquierda?

2015 no fue una continuación de las jornadas de 2013. Desde junio de 2013 había una disputa en curso. Dilma Rousseff ganó la segunda vuelta en octubre de 2014. Pero después sufrimos duras derrotas. La ofensiva burguesa en 2016 fue monumental, fracturó la sociedad, ganó los sectores medios, desplazó una mayoría social que eligió a Bolsonaro en 2018. Factores objetivos y subjetivos explican por qué, desde 2016, sigue siendo tan difícil para la clase trabajadora tomar el escenario de las grandes movilizaciones:

(1) el desempleo, por tanto el miedo a los despidos, y la ferocidad de la lucha diaria por la supervivencia alimentan la inseguridad social y la desesperanza política;

(2) las políticas públicas de los últimos 30 años, como la creación de una red de seguridad social con la Previdência, el SUS (Sistema Único de Salud), Bolsa Familia, entre otras, no existían en 1984, cuando se produjeron las Directas Ya, ni en 1992, cuando Fernando Collor de Mello fue expulsado, y, paradójicamente, atenúan el impacto de la crisis económica y social;

(3) otras redes que amortiguan la creciente pauperización, como la expansión de las iglesias evangélicas, y otros procesos, como la inmigración y las remesas de los inmigrantes;

(4) el creciente miedo a la represión;

(5) la desindustrialización, las transformaciones estructurales en el mundo del trabajo, por lo tanto la mayor debilidad orgánica de los sectores organizados de la clase y la extensión del semiproletariado;

(6) el peso de las derrotas acumuladas en la conciencia de la clase, en particular, el impeachment de Dilma Rousseff, el encarcelamiento de Lula y la elección de Bolsonaro;

(7) las ilusiones en Bolsonaro o el giro a la derecha de una parte de la clase trabajadora más conservadora en valores y más vulnerable, políticamente, al discurso de la guerra contra la criminalidad, o incluso contra la corrupción;

(8) la fuerza de la ofensiva burguesa y su narrativa de que el crecimiento económico es cuestión de tiempo, siempre que se hagan “reformas”;

(9) el desplazamiento de la clase media hacia la extrema derecha y la presión del impacto de sus movilizaciones desde 2015-2016;

(10) los gravísimos errores de los gobiernos del PT, en particular la política de Dilma Rousseff tras las elecciones de 2014.

Algunos de estos factores pesan más y otros menos. El papel de los dirigentes tiene que ser inspirador. Pero la autoridad de la izquierda ha disminuido, y mucho. Incluso cuando el fenómeno es contradictorio. La del PT ha caído mucho y la del PSOL ha aumentado un poco.

Errores, desviaciones y horizontes

Sí, hay responsables. Tienen nombres y apellidos. Pero decir que la culpa es del PT en primer lugar, y repetirlo todos los días, no cambiará la inseguridad de la gente, atormentada en la lucha diaria por la supervivencia. Un balance riguroso debe ser justo.

Los límites del PT se han hecho evidentes: sigue empeñado en un proyecto de regulación del capitalismo. El desafío es que incluso reformas elementales precipitaron la reacción de un golpe. Y las expectativas de las masas siguen siendo muy bajas. La crisis tendrá que ser mucho más grave para que la voluntad de lucha cobre un impulso más radical.

Nadie tiene el tipo de autoridad que tenía Lula en su apogeo, ni siquiera el propio Lula, pero es el líder más respetado. En la izquierda sigue faltando autoridad moral, política e intelectual. La autoridad moral viene del ejemplo que dan Lula y Guilherme Boulos (principal referencia pública del PSOL, diputado federal: ndt), ellos la tienen. Pero nadie tiene suficiente autoridad.

La intelectual viene de la fuerza de las ideas. En este terreno, seguimos a la defensiva. Nada de eso quiere decir que la relación social de fuerzas entre las clases no pueda cambiar. Por supuesto que puede. El papel de la izquierda debe ser elevar el nivel de conciencia. Pero no se trata sólo de un problema de comunicación. Es cierto que la agitación en las redes sociales es insuficiente. Pero éste no es el problema fundamental. La cuestión central es que los frentes amplios necesitan creer que es posible ganar para que sean millones los que se mobilicen.

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– ¿La izquierda nacional, hoy, es capaz de comprender las nuevas formas de organización del trabajo y, especialmente, esta nueva clase trabajadora que emerge en este escenario?

Cierto, hay una nueva clase trabajadora, tanto en la dimensión objetiva como en la subjetiva. Tenemos dos componentes en la clase. Los 37/38 millones con contrato de trabajo, entre ellos 12 millones de trabajadores industriales, y los 13/14 millones de empleados públicos. El otro componente son los 10 millones que tienen patrón pero no contrato, y los 25 millones que son autónomos, un semiproletariado. Pero soy de los que sostienen que los mayores cambios son subjetivos. La clase trabajador es un gigante social. Es inmensamente grande y poderosa. Pero no sabe lo fuerte que es. Ha perdido confianza y está dividida.

La izquierda, en cambio, es muy plural. Tenemos una izquierda política organizada en partidos, como el PT, el PSOL, el PCdoB y otros. Tenemos una izquierda social en movimientos populares, sindicales y agrarios, negros y feministas, estudiantiles y LGBT, ecologistas y culturales, etc. Tenemos una izquierda académica. Hay sectores moderados y radicales y, entre ellos, muchas corrientes intermedias. La izquierda es, en su mayor parte, muy moderada. Dramáticamente moderada.

Sin embargo, creo que toda la izquierda se ha visto sacudida en cierta medida por cinco grandes cambios:

(a) por el impacto de la restauración capitalista hace 30 años;

(b) la ofensiva neoliberal en América Latina y la ola de desindustrialización;

(c) por la aparición del calentamiento global;

(d) por las jornadas de junio de 2013, hace diez años;

(e) por la tragedia del golpe institucional y el peligro neofascista de una derrota histórica desde 2016.

El mundo y Brasil han cambiado. La cuestión estratégica central es revertir la relación social de fuerzas y abrir el camino para un ascenso de la lucha de masas. Sin lucha social, el gobierno de Lula fracasará.

– ¿Cuál debería ser la agenda del progresismo de izquierdas en el siglo XXI? ¿Cuál es la lucha central y cómo se está abordando?

La lucha central es la lucha por el poder. Una izquierda que pierde su “instinto de poder” es impotente. Estará perdida sin brújula de clase. El programa de la izquierda debe ser el socialismo. Un socialismo que vaya más allá de las tragedias del siglo pasado.

El mundo no cambiará de “abajo hacia arriba” en una eterna lucha por concesiones negociadas. Aun cuando hayamos conquistado algunos derechos, como el Bolsa Familia, siguen amenazados, son efímeros, transitorios.

El camino no puede ser otro que la movilización permanente para ir más allá del capitalismo. Esta lucha por la revolución brasileña pasa por la lucha por reformas que puedan movilizar a las amplias masas. Pero hay obstáculos y debemos ser lúcidos.

Factores objetivos y subjetivos explican por qué aún es tan difícil que la clase trabajadora entre en escena. Estos, citados anteriormente, son:

(1) tenemos diez millones en el desempleo, cuatro millones en el desánimo;

(2) las políticas públicas de los últimos 30 años atenúan el impacto de la crisis económico-social;

(3) existen otras redes para amortiguar el creciente empobrecimiento;

(4) el aumento del miedo a la represión con la aparición de milicias en las periferias y el papel perturbador del crimen organizado;

(5) la desindustrialización, las transformaciones estructurales en el mundo del trabajo;

(6) el peso de las derrotas acumuladas en la conciencia de clase;

(7) el giro a la derecha de una parte de la clase trabajadora;

(8) el desplazamiento de la clase media hacia la extrema derecha;

(9) los gravísimos errores de los gobiernos del PT; y

(10) la tragedia de la dispersión e incluso fragmentación de la izquierda radical.

– ¿El gobierno de Lula 3 será un gobierno de izquierda? Dados los movimientos que hemos visto en los cinco meses transcurridos desde su toma de posesión, ¿cuál es la estrategia central del gobierno? ¿Es el camino correcto?

El gobierno Lula es un gobierno de colaboración de clases, con sectores capitalistas que son una representación orgánica de fracciones de la clase dominante. Hay burgueses en el gobierno, pero es un gobierno de gestión empresarial “anormal”, porque tiene a Lula en la dirección y el mayor partido es el PT. Sí, el gobierno está en disputa. Pero todo lo que existe en la vida tiene contradicciones y está en disputa.

La cuestión estratégica central es que el bolsonarismo aún no fue derrotado. Bolsonaro está a la defensiva, pero la extrema derecha sigue siendo muy fuerte. No se puede apoyar incondicionalmente al gobierno. Pero no se puede estar, incondicionalmente, contra el gobierno, frente a la amenaza neofascista.

La vía de la movilización social es la clave para desbloquear la situación. La historia del capitalismo refuta la posibilidad de una reducción gradual, creciente e ininterrumpida de las desigualdades. Sólo cuando se vio seriamente amenazados por el peligro revolucionario -por la Comuna de París en 1871, tras la Revolución de Octubre en Rusia, o después de la derrota del nazifascismo, por ejemplo- el capital aceptó hacer concesiones.

Ninguna clase propietaria, en ninguna experiencia histórica, ha renunciado nunca voluntariamente a sus privilegios. Fue la lucha por las revoluciones la que allanó el camino para las reformas.

El proyecto histórico de reformar el capitalismo ha fracasado repetidas e innumerables veces. Todos los experimentos de reforma han sido fugaces y efímeros. Tan pronto como el capital consiguió neutralizar la fuerza social de los trabajadores, anuló para la siguiente generación las conquistas de la generación anterior

– ¿La extrema derecha, en Brasil y en el mundo, ha vivido ya su apogeo? ¿O aún tiene mucho espacio para su reacción y sus giros, volviendo a grandes puntos de poder?

En el mundo, el neofascismo sigue siendo una corriente muy poderosa. Trump competirá con Biden en Estados Unidos. Marine Le Pen es la principal líder de la oposición en Francia, incluso hoy compite con Mélenchon contra Macron. En el Cono Sur ha ido creciendo, como vimos en la reciente elección en Chile y como indican las encuestas para la elección presidencial argentina.

En Brasil, el apogeo ha sido en los últimos cuatro años. Pero la clase dirigente sigue dividida, incluso después de la victoria electoral de Lula en 2022. La derrota electoral de Bolsonaro aún no ha cambiado la relación social de fuerzas. El bolsonarismo no es un “cadáver insepulto”. La “masa de la burguesía” ha abrazado un programa de extrema derecha. El bolsonarismo es la principal fuerza política y social de oposición.

La fracción más reaccionaria de los capitalistas se dio cuenta de la gravedad del impasse estratégico impuesto por el prolongado estancamiento. Esta fue una de las determinaciones que explican el golpe institucional encubierto del impeachment en 2016. Abogan por un nuevo proyecto estratégico: la subversión del pacto social establecido en los últimos 30 años, desde el fin de la dictadura militar, el intervalo más largo de régimen democrático-electoral de nuestra historia. Este pacto pasó por el reconocimiento de derechos, como la Seguridad Social, el SUS (Sistema Único de Salud) y la universalización del acceso a la educación básica, entre otros.

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– Se habla de la derrota de la extrema derecha en Brasil, por la victoria de Lula en las urnas. Pero tenemos uno de los congresos más conservadores y reaccionarios de la historia. Después de todo, ¿qué clase de derrota es esa?

Fue una derrota electoral. Un nuevo momento en la coyuntura no equivale a una nueva situación en la lucha de clases. La situación, paradójicamente, sigue siendo defensiva. La relación social de fuerzas aún no ha cambiado, como podemos ver en el ambiente dentro de las grandes empresas y en los sondeos de opinión. En las fábricas y en las escuelas, en los barrios y en las familias, la fractura política permanece. En las métricas de las redes sociales, el compromiso de la amplia izquierda incluso ha disminuido un poco. La capacidad de movilización de la izquierda es baja. Aun así, hubo algunos pequeños, aunque alentadores, signos de recuperación del estado de ánimo, en sectores de vanguardia, o en algunas categorías de trabajadores mejor organizados.

La más importante fue la movilización nacional del 9 de enero, un día después del intento de golpe en Brasilia, que en São Paulo superó las 50.000 personas en la Avenida Paulista.

– Más allá de cuestiones políticas y partidistas, ¿cuáles son los elementos que hacen germinar la semilla de la extrema derecha? ¿Qué papel juega la tecnología en este proceso?

Este giro político-social comenzó con el mensalão, pasó por el deterioro de la situación económico-social tras la crisis de 2008-2009, dio un salto a partir de 2013, cuando grupos fascistas se atrevieron a salir a la calle, y empeoró cualitativamente con el Lava Jato, a partir de noviembre de 2014.

Los factores determinantes parecen haber sido los mismos cuatro citados anteriormente: (a) el estancamiento con tendencia a la baja de la renta de las clases medias; (b) la percepción de que la vida empeora porque los gobiernos son corruptos; (c) el aumento de la violencia urbana; (d) la reacción de un sector más atrasado de la sociedad.

Estuvimos cuatro largos años, los dos de la pandemia, faltos de oxígeno. Estos cuatro meses, hemos podido respirar. Pero Bolsonaro sigue, políticamente, “vivo” y no debe ser subestimado. La derrota electoral de octubre no enterró al bolsonarismo. La extrema derecha sigue siendo la mayor corriente política de oposición al gobierno en las calles y en las redes.

Las campañas diarias de los neofascistas en grupos de Telegram y WhatsApp son una intoxicación que no cesa. Hay un envenenamiento ideológico con la denuncia sistemática de que la izquierda es corrupta. No sólo se alimenta del resentimiento social y de la ideología fascista. Hay un caldo cultural que “naturaliza” la violencia. El horror de la oleada de ataques demenciales en las escuelas es, trágicamente, una expresión de ello.

– Brevemente, ¿cómo explica la caída del capitalismo brasileño? ¿Cómo ha reaccionado este capitalismo para mantenerse?

La decadencia de una nación es un proceso histórico grave. Ninguna sociedad se sumerge indefinidamente en la decadencia sin precipitar, en algún momento, una crisis social explosiva. El capitalismo brasileño no sólo atraviesa una crisis económica, como tantas otras del pasado. Ha entrado en decadencia.

Brasil ha cambiado mucho desde el final de la dictadura militar. En el espacio de una generación hubo fases más intensas de decadencia, como la década perdida de 1980, y fases de recuperación, a partir de la segunda mitad de la primera década del siglo XXI. Pero la tendencia histórica no se interrumpió una vez concluida, en 1980, la etapa dinámica de transición del mundo agrario al urbano.

Entre 1950 y 1980, Brasil fue el primer destino de las inversiones extranjeras entre las naciones de la periferia, y duplicó su PIB cada década. La desaceleración del crecimiento medio anual desde 1980, de tasas en torno al 7% a tasas inferiores al 3%, y el estancamiento económico desde 2014, son un dramático indicador de decadencia. El argumento liberal es que hace falta un shock de reducción de costos “para ayer” que atraiga inversiones, sobre todo extranjeras. Sueñan con que parte de la inmensa masa de capital, que se trasladó a China y Asia desde los años 90, pueda interesarse por Brasil. Por eso defienden un ajuste fiscal draconiano de los gastos públicos y la reducción de la carga fiscal.

La extrema derecha argumenta que “la democracia se ha vuelto demasiado cara”. Pretende imponer una derrota histórica a la clase trabajadora. Quiere un cambio de régimen, incluyendo amenazas a las libertades democráticas, lo que sería decisivo para destruir las conquistas sociales. Bolsonaro fue la personalización de este programa contrarrevolucionario

– ¿En qué consiste y cómo se mueve en la escena nacional el electoralismo que aparece en su libro?

Las elecciones son un terreno de lucha de clases. Pero es un terreno limitado. Una estrategia estrictamente electoral no es seria en Brasil. ¿No aprendimos nada del golpe de 2016? Sin grandes rupturas, no cambiaremos el país.

El electoralismo es también una forma política del “todo vale” en función del deseo de ganar votos y elegir diputados a cualquier precio. El pensamiento mágico es dejarse seducir por la fuerza del deseo. Es también una degeneración arribista de quienes aspiran a “subir la escalera” en vuelo solitario. Es un mal criterio, incluso cuando las perspectivas electorales de la izquierda son buenas. Pero cuando son difíciles, como confirmamos dramáticamente en 2022, porque la victoria de Lula fue muy ajustada, el electoralismo es la antesala de un pesimismo por anticipación. Y el pesimismo es la antesala de la desmoralización.

En la historia, hay derrotas electorales que son victorias políticas, como la de Lula en 1989, y victorias electorales que son derrotas políticas, como la de Dilma Rousseff en 2014. Pero la peor derrota es la derrota sin lucha. Cuando el trabajador común, el ciudadano medio, se siente acorralado, tiende a abandonar la credulidad política. La credulidad es una forma de inocencia política. Es la ventana por la que entra la ola de radicalización social.

Luchas y realidades sociales

Cuándo llegará esta radicalización social, no lo sabemos, porque se decide en el terreno de la lucha política, que es el terreno de las coyunturas, de los ritmos cortos, de las respuestas rápidas, de las iniciativas inesperadas, de las sorpresas, de los golpes y contragolpes, de las respuestas instantáneas. Pero ninguna sociedad se hunde en la decadencia sin resistencia, por tanto, sin lucha social.

La psicología social no funciona de la misma manera, a los mismos ritmos, que la psicología de los individuos. En la dimensión personal, cualquier ser humano puede renunciar a luchar en defensa de sí mismo. Cuando lo hace, está agotado por la fatiga, o el desánimo, incluso la desilusión. Las clases sociales no. Las clases tienen que luchar. Siempre luchan. La mayoría de las veces resisten, y sólo un sector más activo avanza. Y ese sector que está en la vanguardia de la lucha se siente, innumerables veces, frustrado o deprimido, porque sabe que está luchando por los demás, luchando por todos, en el lugar de los que no se mueven, de los que no se arriesgan.

Es común que este desarrollo desigual de las movilizaciones genere cierta desesperación en la vanguardia. Las amplias masas no luchan con una disposición revolucionaria para vencer, salvo excepciones. Pero cuando esta disposición emerge, es la fuerza sociopolítica más poderosa de la historia. No será posible transformar Brasil en un Bangladesh sin grandes luchas sociales. Pero las grandes luchas pueden ser victoriosas o derrotadas. Las oportunidades pueden ser aprovechadas o desperdiciadas.

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– ¿En qué medida las investigaciones, e incluso eventuales juicios y condenas, sobre acciones y agentes del gobierno Bolsonaro, incluyendo al propio Jair y a sus hijos, pueden representar contenciones a la extrema derecha y a su ideología?

Son una forma de contención. El resultado del proceso judicial contra Bolsonaro es, por ahora, incierto, aunque el escenario más probable, después del 8 de enero, es la pérdida de los derechos políticos. Si se confirma, la imposibilidad de presentarse a las elecciones, abrirá una disputa por su reemplazo.

Bolsonaro seguiría siendo el líder más importante del movimiento político-social de extrema derecha, y tendría la última palabra en la elección. La “normalización” del bolsonarismo como corriente política legítima, que ya se insinúa en los medios de comunicación burgueses, es una aberración, una atrocidad. La detención de Bolsonaro, sin una movilización popular de masas, no será posible. Pero su castigo es una condición ineludible de la defensa de las libertades democráticas. Cualquier vacilación frente al neofascismo será fatal.

– ¿Cómo analiza la derecha tradicional en la escena nacional? ¿Podemos verla en representaciones en la Cámara o en el Senado, o reside en la extrema derecha o en el centro-izquierda?

La influencia política de la derecha tradicional, que estuvo representada entre 1985/2015 durante 30 años por el MDB, el PSDB y los herederos del PFL/Demócratas, ha sido devorada por el bolsonarismo. ¿Por qué? Porque la “masa” de la burguesía se volcó, políticamente asociada a la radicalización de la clase media, en dirección a los neofascistas para derrocar al gobierno de Dilma Rousseff. Aspiraban a un choque brutal del capitalismo e imponer una derrota histórica a la clase trabajadora.

Estudiar a los enemigos de clase es esencial. Es necesario evitar un error metodológico de inversión de perspectiva. El futuro nunca explica el pasado, sino al revés. Lo que determina el resultado es lo que ocurrió. Toda lucha política y social, incluidas las electorales, es un proceso en disputa. El resultado de la lucha no explica el proceso. Tal error es una ilusión óptica. Este método anacrónico se llama finalismo. El finalismo no es un análisis serio. Son las condiciones concretas de la lucha las que explican por qué se impusieron los vencedores. Ese es el buen marxismo.

Pero el gobierno de Bolsonaro fue una catástrofe tal que precipitó una división en la clase dominante. Un sector más concentrado intentó construir la tercera vía y fracasó y le dio un apoyo táctico a Lula. Ahora quiere cobrar la factura. Tienen un pie en el gobierno y otro en la oposición. Se abrazan con Arthur Lira (Partido Progresista, derechista, presidente de la Cámara de Diputados: ndt)

– ¿Cómo explica lo que ocurrió el 8 de enero? Hoy, después de todas las reacciones y evoluciones de aquellos actos terroristas, ¿podemos afirmar que el espíritu que movía a aquellas personas es cosa del pasado?

No es el pasado. Es un peligro latente. Pero no es probable que haya, en un futuro previsible, un nuevo levantamiento. Lo que ocurrió ayer fue una semi-insurrección y punto. Caótica, demencial, oscura, pero una insurrección.

El objetivo era el derrocamiento del gobierno de Lula. Afortunadamente, no hubo muertos. No fue una manifestación de protesta. No fue la “explosión” incontrolada de una radicalización espontánea. La aparente “acefalia” de la subversión no debe ocultar la responsabilidad de quienes prepararon, organizaron y dirigieron el intento de tomar el poder. Obedecía a un plan. Fue un intento descabellado de provocar un levantamiento. Un levantamiento desarmado, pero no por ello menos peligroso. Obedecía al delirante cálculo de que una chispa bastaría para que algunos generales sacaran los tanques a la calle.

El hecho de que la chispa no generara un incendio con la salida a las calles de tropas militares dispuestas a apoyar el golpe de Estado no disminuye la gravedad del levantamiento. Y no anula el peligro que supone una evidente simpatía policial y militar por el movimiento bolsonarista. Una desconcertante operación articulada, planificada y, minuciosamente, orquestada que no puede ser subestimada.

La “desbolsonarización” debe ser una estrategia permanente. Se ha abierto un nuevo momento, una oportunidad que no podemos desaprovechar, con el fiasco de la aventura golpista. Es el momento de una contraofensiva implacable. Desgraciadamente, tenemos que ser conscientes de que la sociedad brasileña todavía está muy fracturada.

– ¿Qué le ha dejado a Brasil esta experiencia de degradación social, ambiental, económica, política y moral?

Un trauma histórico. Fueron siete años de derrotas acumuladas. Mucho sufrimiento. En este contexto, la victoria de Lula fue gigantesca. Una regresión histórica es más que un proceso ininterrumpido de decadencia económica, o de estancamiento a largo plazo, de degradación social debido al desempleo crónico, o de degeneración política debido al abuso de poder de un gobierno de extrema derecha dirigido por un presidente neofascista con un proyecto bonapartista. Una regresión histórica es una catástrofe para la civilización.

Marx comentó una vez que la historia podía ser estúpidamente lenta. Vale la pena recordar que la dictadura militar tenía mucho apoyo popular a principios de los años setenta, pero perdió las elecciones en 1974 y luego, en 1984, más de cinco millones de personas salieron a la calle en las Directas Ya: tardó más de diez años; que el gobierno de Sarney era ultrapopular en pleno Plan Cruzado en 1986, pero luego millones se sumaron a la huelga general en 1989, y Lula llegó a la segunda vuelta: fue mucho más rápido; que el gobierno de Collor era superpopular mientras la inflación no se disparaba en 1991, pero entonces de nuevo varios millones salieron a las calles para derrocarlo: dos años; que el gobierno de Fernando Henrique Cardoso (FHC) era megapopular en 1994 y fue reelegido en primera vuelta en 1998, pero entonces, en 1999, la campaña Fuera FHC movilizó a cientos de miles de personas y allanó el camino para la elección de Lula en 2002.

– Usted lleva cinco décadas luchando por la construcción del socialismo. ¿Cómo resume esta lucha? ¿Cuáles son los desafíos para la construcción del socialismo en el siglo XXI?

Incluso en la izquierda hay muchos que consideran que el socialismo, como apuesta histórica para ir más allá del capitalismo, ha fracasado. Hay muchos en la izquierda que sostienen que el socialismo sería una solución excesivamente radical. Afirman que se podría disminuir la desigualdad social corrigiendo las diferencias en la distribución de la renta, pero preservando el capitalismo. Al fin y al cabo, en los países centrales, ¿no se redujo la desigualdad social en la posguerra después de 1945? Sí, se redujo en Europa, en Estados Unidos y en Japón, mientras que aumentó en el resto del mundo, del mismo modo que, a finales del siglo XIX, el nivel de vida medio de las clases trabajadoras aumentó en algunos países europeos. Pero fue una experiencia histórica excepcional y transitoria. En los últimos 30 años, aumentó la desigualdad entre el centro y la periferia, y también aumentó la desigualdad social dentro de los países centrales.

Fuente: ihu.unisinos.br

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