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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

¿Qué relaciones sociales esconde la Democracia?

Desde Comuna Docente venimos escribiendo notas para reflexionar sobre los 40 años de la Democracia que se conmemoran este año en nuestro país. Podes leer la primera nota (acá) y la segunda (acá).

En esta oportunidad, queremos profundizar sobre algo que no está en los debates, incluso en medio de las campañas electorales como la que estamos viviendo este año. En los medios, redes e incluso desde los mismos protagonistas, se llevan la marca las discusiones y enfrentamientos entre distintas facciones de un mismo partido, frente o coalición, declaraciones disruptivas y espectaculares, quiénes van a ser lxs candidatxs, quiénes los eligen, PASO o consenso, las peleas por encabezar las listas, etc.

Nosotros desde un pensamiento que aspira a que haya más democracia y no menos, desde una aspiración que amplíe derechos políticos y no que los restrinja, queremos llamar la atención sobre cuánto de no democrática tiene la Democracia realmente existente.

Ya en las notas anteriores nos referimos a que observamos que en el sistema capitalista existe un poder económico detrás del poder político y sus gobiernos circunstanciales. Un poder económico al que nadie votó, pero que hace lobby y presiona al poder político para que se den las mejores condiciones para que sus negocios y ganancias sean florecientes. Este es el verdadero poder.

La separación de lo económico y lo político

La clase hegemónica en el capitalismo, la burguesía, para erigirse como clase dominante y mantener las relaciones sociales que le permiten seguir reproduciendo su sistema económico y político, tiene que ocultar las relaciones sociales de su modo de producción.

La burguesía participa en la producción por medio de la propiedad privada de los medios para producir las mercaderías que va a vender en el mercado. Y sólo puede acrecentar su capital, quedándose con una parte importante de lo que producen los que no son dueños de nada.  Así, acrecienta su capital, explotando la fuerza de trabajo de los trabajadores y trabajadoras, es decir, a la clase productora, la única que cuando produce, le agrega valor a lo producido.

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Pero tiene un problema, ¿Cómo logra ocultar esta injusta apropiación del trabajo ajeno y diseñar un régimen político, que sea aceptado por los productores y que le permita gobernar un Estado diseñado según sus intereses?

Esto lo va a lograr, imponiendo a sangre y fuego, la separación de lo económico y lo político en dos esferas. Para que esta última oculte a la primera.

Tratará durante siglos que las relaciones capitalistas de producción aparezcan como naturales y que éstas a su vez, estén ocultas por medio de una ingeniería política-jurídica y un poder coercitivo, que serán fundamentales para sostener su estructura de dominio de clase.

Es Carlos Marx quién se va a diferenciar de los análisis de la economía política clásica, cuando plantea que la producción capitalista, no es otra cosa que una sucesión de continuidades entre los ámbitos políticos y económicos, considerados como un único conjunto de relaciones sociales.

La burguesía logró que las relaciones sociales para producir pasen a la esfera privada y que aparezcan como algo autónomo del Estado. Al mismo tiempo, desarrolla una esfera política, separada, especializada, “independiente” del poder económico, en donde supuestamente existiría libertad para elegir y ser elegido- independientemente de su rol en la producción –  e igualdad jurídica (todos son iguales ante la ley; voto secreto y universal). De esta forma se ocultan las diferencias de clase y sus intereses antagónicos.

 La marxista Ellen Meiksins Wood lo plantea con claridad:

“De manera que la separación del estatus cívico y la posición de clase en las sociedades capitalistas tiene dos caras: por un lado, el derecho ciudadano no está determinado por la posición socioeconómica – y en este sentido el capitalismo puede coexistir con la democracia formal -; por el otro la igualdad cívica no afecta directamente la desigualdad de clases, y la democracia formal deja fundamentalmente intacta la explotación de clases”[1]

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La burguesía encontraba así una solución al eterno problema del enfrentamiento político entre gobernantes y productores.

La realidad golpea a la ficción

La democracia liberal, la comunidad igualitaria imaginaria, la exaltación del ciudadano individual y la comunidad cívica que lo contenía, terminan siendo una ficción mítica. Y esto es así porque, contra sus propios planes, la realidad económica del dominio de la clase capitalista, con sus consecuencias de injusticias, guerras, explotación, hambre, miseria y desigualdad creciente, se va imponiendo y develando ante los pueblos. Por esta razón estamos asistiendo a un sistemático cuestionamiento a la política y a los partidos de la democracia formal burguesa, ya que ésta no soluciona los problemas básicos del pueblo trabajador.

La doctrina liberal que tuvo su apogeo en el siglo XIX, es democracia formal al volverse representativa, en donde el gobierno del pueblo aparece mediado o filtrado por representantes de las clases altas y despojado de su contenido social. Esta democracia liberal, después de llevarnos a las calamidades de dos guerras mundiales en el siglo XX e innumerables de baja intensidad hasta la fecha, y a un aumento de la desigualdad a escala planetaria,  se niega a morir.

Tanto en el Estado de Bienestar como en el Neoliberal, la burguesía en medio de las sucesivas crisis, se va transformando y adaptando, pero en lo esencial insiste en ocultar las relaciones sociales de explotación del capitalismo, que le permitan seguir enriqueciéndose mientras el pueblo se empobrece.

Luchar por otra Democracia

Las perspectivas no son auspiciosas. El sistema capitalista ha demostrado que no se va a caer sólo, y que no puede sobrevivir sin perjudicar las condiciones de vida y de trabajo de los pueblos del mundo entero. El nuevo paradigma es flexibilizar todo, principalmente el mercado laboral, para salvar este sistema.

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 Todo se puede vender y comprar, todo sirve para recrear la acumulación del capital: crisis crónicas para volver a construir frente a lo destruido, desposesión de los bienes comunes del mundo entero, deudas externas eternas, son los verdaderos lastres que nos hunden y nos roban el futuro.

¿Solamente tenemos que imaginarnos un futuro distópico? No tenemos las respuestas, pero quizás ayude desnudar la democracia realmente existente y criticar lo que está funcionando mal.

Esto puede ayudar para que haya una conciencia mayoritaria de lo que oculta esta democracia de clase y una vez descubierta en su impostura, podamos pensar alternativas. En definitiva, no hay salida si no reinventamos o re versionamos esta Democracia, que tendrá que ser popular, comunitaria, federativa, desde los trabajadores y trabajadoras que construyen toda la riqueza de este mundo sin explotar el trabajo ajeno.

[1] Ellen Meiksins Wood. Democracia contra Capitalismo. Siglo XXI editores, México, 2000. pp. 235

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