Primero una aclaración.
No voy a hablar de guevarismo teórico, ni sobre lo que escribió el Che. Te voy a contar cómo tradujo el ideario guevarista un tipo como mi viejo, nacido en 1940 criado en un hogar muy pobre -no miserable- en las afueras de Morón y que llegó a Guevara a través del viejo socialismo de Palacios. Antiperonista, pero no antipueblo, no empecemos con pavadas.
Una vez Cecilia Nazábal me dijo «el que diferencia antiperonista de gorila es antiperonista». Efectivamente. así era.
Es interesante ver cómo el ideario comunista (como antes el anarquista) vino a complementar o calzó justo con un pobrismo casi martinfierrista que tenía ya unos años en estas tierras y del que algunos tangos pueden dar fe. El peronismo se presentó como una superación del pobrismo, pero para muchas personas de origen humilde -lo repito antes de que la gilada empiece con «la clase media intelectual que mira a Europa, etc. etc.- el ideario del Che venía al pelo para interpretar unas vidas con algunas privaciones. «Si me crié en la pobreza, esto me viene al pelo no sólo para luchar por los pobres, sino para hacerlo viviendo pobremente».

Después mi viejo se hizo guerrillero, formó el «Comando… Che Guevara» -jodeme-. Robó un banco, lo metieron en cana, salió de la cana, se metió al PB -estaba lleno de marxistas- y después militó -hasta que se murió en 2005- en distintos espacios.
En mi casa, si te levantabas de la mesa y traías algo para vos (pan, vaso o lo que sea) mi viejo te decía que eras individualista. Si te mandabas una cagada te preguntaba si te dio vergüenza y si decías que sí (obvio) te decía que estaba bien, porque la vergüenza es un valor revolucionario. Y ojo, no estoy caricaturizando a mi viejo, todo bien. Él hizo lo que pudo, nos crió con sus valores que es lo que hacemos todos con nuestros hijos. Estoy presentando el contexto de porqué esa frase de «Un poco de amor francés» interpreta mejor que otras («endurecerse sin perder la ternura», «si te indignas frente a la pobreza sos mi hermano aunque no seamos parientes», «lo único que no se puede hacer solo es tomar mate, c*ger y hacer la revolución») el ideario del guevarismo de la vida cotidiana en que nos criamos muchos de los nacidos en los 60s, llevemos o no el nombre «Ernesto» en nuestros DNIs.

El partido del «hombre nuevo» se jugaba también en la cultura. Y ahí hay algo interesante porque si bien la idea era vivir austeramente, nunca faltaron tocadiscos ni discos ni instrumentos musicales ni libros en la casa. Incluso así como estaban prohibidos (o casi) Patoruzú e Isidoro, en las casas de la niñez abundaban Lucky Luke y Asterix, dos piezas claves de nuestra educación junto con un hermoso Atlas y los libros de La Vigil y de Centro editor (la fascinante enciclopedia «Mi país tu país»), y fútbol, claro.
El decía cosas como «a las vacaciones se va a descansar, pero yo no estoy cansado». Yo recuerdo mucho un viaje a Córdoba a comienzos del 76 (las fotos reveladas dicen «MAR 76») donde se fueron con su grupo operativo del PB para decidir la estrategia de salvación ante la catástrofe inminente. La hicieron bien porque de ese grupo zafaron todos. Guevaristas, pero no suicidas. Después, en México un viaje a Acapulco. Y no mucho más.
La cosa venía por la austeridad, ya lo dijimos. Pero una austeridad revestida de una fuertísima idea de superioridad moral, quizás -ahora pienso- por eso nunca fue peronista. El consumo no era algo en sí valorable, y consumir cosas caras era realmente una gilada, propia de gente sin criterio o con mal gusto. Y ahí la frase calza justo. Eso que vos ves tan lindo -y no hablamos de la tradicional crítica estética al NUEVO RICO- para mi es grasa porque es grasa ese acto de consumo. Ahí es donde nos metíamos en problemas para convivir con una mayoría de amigos de clase media con otras pautas culturales a las de la crianza del hogar.

En ese aire de superioridad respecto de algunos consumos nos criamos mis hermanos y yo. La ropa, las vacaciones, la comida, el confort doméstico -ojo, no el estructural frío/calor, sino el mobiliario, el detalle, etc.- son cosas cuya valoración se relativizaba permanentemente. El problema con «el lujo es vulgaridad» es que a veces se pone la vara muy abajo y cualquier pelotudez puede ser «lujo» y sabemos que no es así. Pero como sabemos, todo cambia. Lo que hoy es lujo, mañana es un standard. A veces actualizar los parámetros es difícil.
De aquello, algunas cosas las revertimos y algunas quedan. Te diría incluso como desafíos a superar. Algunas no merecen ni siquiera revisión.
Yo estoy eternamente agradecido a lo que hicieron nuestros padres por nosotros, aunque se hayan equivocado en algunas cosas, incluso con la densidad del guevarismo en la transmisión. Era lo que había. Como dije, no es una caricatura sino casi una etnografía casera de como era el guevarismo en los hogares en los que «seremos como el Che» no era una pintada sino un protocolo de crianza. Igual, -spoileo- ninguno fue como el Che.
Bueno, hoy en un nuevo 14 de junio, quería compartir esto con ustedes.
(*) Historiador y redactor publicitario. Publicó en 2021 el libro «La ciudad híbrida. Historia de Rosario 1689-2021»
Fuente: Hamartia