En los últimos días se transformó prácticamente en un lugar común decir que la provincia de Jujuy es un laboratorio en el que se está llevando adelante un ensayo que luego se buscará imponer en todo el país. Esto fue instalado por los referentes políticos y comunicacionales del kirchnerismo para decir que un eventual Gobierno de Juntos por el Cambio aplicaría una política represiva y antiderechos como la que lleva adelante Gerardo Morales en su provincia.
Puede tomarse la definición como válida si la ampliamos en un sentido más general. Porque Jujuy se transformó en un laboratorio, si se quiere, en un experimento en el que quedó claro el posicionamiento real de todos los actores políticos y no sólo políticos.
Por un lado, quedó claro que en Juntos por el Cambio la división entre halcones y palomas es una pantalla, una diferenciación meramente de propaganda política electoral, pero no es una división profunda y real. Es más bien una división de tareas. De hecho, Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta, Martín Lousteau, el recientemente incorporado José Luis Espert, todos se amontonaron para defender a Gerardo Morales y a su política represiva bajo la voz cantante precisamente de Bullrich. Ante la agudización de la conflictividad social, cerraron filas en una defensa cerrada de la reforma constitucional reaccionaria de Morales y luego de su política represiva.
Ahora, los acontecimientos de Jujuy también dejaron en evidencia los posicionamientos en el Frente de Todos. Desde aquellos que se pronunciaron tardíamente, bastante tardíamente, como por ejemplo Wado de Pedro u otros que respondieron de contragolpe, por ejemplo, la vicepresidenta Cristina Kirchner que intervino cuando fue atacada por Gerardo Morales, el mismo presidente Alberto Fernández; hasta los que no dijeron prácticamente nada, como Sergio Massa. Varios de ellos, De Pedro o Massa, tienen buenas relaciones con Morales o incluso compartieron la misma coalición política. Desde hace por lo menos un mes que se viene denunciando —lo hicimos también en este espacio— el laboratorio totalitario de Gerardo Morales en Jujuy que finalmente fue aprobado (la reforma constitucional), como se dice, “entre gallos y media noche” con el apoyo del peronismo local conducido por Rubén Rivarola.
Los constituyentes del Frente de Izquierda, prácticamente en soledad denunciaron la farsa desde adentro hasta donde pudieron y se retiraron al final para no avalar ese fraude, pero se tuvo que levantar gran parte del pueblo de Jujuy para que algunos referentes de la política tradicional se pronuncien por Twitter.
Ahora, también cierto periodismo mostró su hilacha ante los acontecimientos jujeños. No hablamos de los medios tradicionalmente alineados con la derecha, como pueden ser La Nación+ o los que integran el grupo Clarín, sino otros medios o periodistas que se muestran como más imparciales con una posición más equidistante y les salió el macarto que llevan adentro. Digo porque se sumaron al coro de condena a la izquierda en la tradición del famoso senador Joseph McCarthy que a mediados del siglo pasado en EE. UU. hizo bandera de la persecución y las acusaciones contra la izquierda comunista en la plena guerra fría. De ahí que patentó sin querer el término macartismo para este tipo de prácticas.
¿Cómo es la esa narrativa? Dicen: “Bueno Morales se equivocó, pero la respuesta que se desató tampoco corresponde; la represión está mal, pero las acciones que alienta la izquierda tampoco son correctas. La izquierda no puede arrogarse la representación de todo el pueblo etc.”
Un historiador reaccionario que en algún momento estuvo muy de moda en Francia decía: «El historiador debe colocarse en lo alto de las murallas de la ciudad sitiada, abrazando con su mirada a sitiados y sitiadores». Esa era, según él, la única manera de conseguir una «justicia conmutativa». Sin embargo, los trabajos de este historiador —como los de la mayoría de su tipo— demuestran que si se subió a lo alto de las murallas que separan a los dos bandos fue pura y simplemente para servir a uno, en general, el bando del más fuerte.
Quiero decir, frente hechos como los de Jujuy, cuando las tensiones políticas y sociales se agudizan, es muy difícil no tomar partido. Son momentos en los que queda más en evidencia que la “imparcialidad” es una forma vergonzante de la parcialidad. En Jujuy o se estaba con Morales y sus aliados peronistas que querían una reforma reaccionaria para garantizar la entrega de recursos estratégicos o se estaba con el pueblo, los y las docentes, los pueblos originarios que rechazaban ese avasallamiento con determinación. Estar “en el medio” era y es simplemente un error intermedio.
También se revela una idea que tienen sobre la izquierda. A ver, de la izquierda que fue tercera fuerza en Jujuy en 2021, que con Alejandro Vilca obtuvo el 13% de los votos en una elección histórica recientemente (al ser ejecutiva); se acepta que —como dicen algunos analistas políticos— cumpla una función en el “equilibrio ecológico” dentro del sistema político, que canalice la bronca a través de adhesiones electorales. Quizá también se tolera que se movilice (en marchas sindicales o de desocupados), que desfile en las rutinas del calendario (24 de marzo, 1º de mayo). En síntesis, que sea parte de un decorado inofensivo. Ahora, cuando la izquierda se pone firme, logra posiciones políticas relevantes (como en Jujuy) logra desarrollar una combinación virtuosa entre denuncia parlamentaria y movilización extraparlamentaria para cambiar realmente las cosas, ahí ya no, dicen es muy “extremista”. Justamente cuando la izquierda muestra su mejor versión para decirlo de alguna manera, cuando no acepta como un hecho consumado la famosa correlación de fuerzas.
Por último, Jujuy también puso en crisis a muchos que estaban obnubilados por el “fenómeno Milei” como expresión de que la sociedad había girado unilaterlamente a la derecha. La rebeldía, en Jujuy no fue de derecha, fue contra la derecha. Y no quiero pecar de un excesivo optimismo ni decir que (ni en Jujuy ni en el país) haya cambiado todo de manera mecánica en el sentido contrario. Eso sería cometer un error similar al que critico. Pero, de mínima, lo que sí quedó en evidencia es que no estamos condenados fatalmente al giro a la derecha sin resistencias. Y que la rebeldía, como es evidente, es un campo de batalla.
Fuente: La Izquierda Diario