Ayer noche me enteré por un amigo de su fallecimiento, de inmediato hablé con México y me confirmaron, murió a la media tarde de ayer 4 de julio. Mi amigo Hernán Ouviña, que fue quién me adelantara la triste noticia está escribiendo una semblanza de Adolfo, conociendo su vocación militante y su capacidad intelectual me siento eximido de esa obligación y deposito en Hernán esa necesaria tarea. Solo comentaré un par de cosas.
Lo conocí tardíamente, a diferencia de Guillermo Almeyra, su compañero de vida y militancia desde que ambos tenían 16 años, con el que cultivé una larga amistad. Ingresaron primero al partido socialista y luego a la corriente posadista del trotskismo, de ahí a militar en la IV Internacional. Ocurre que Gilly había salido del país bastante tiempo antes, enviado por el partido donde militaba a recorrer América latina. Los avatares de ese viaje los comenta el mismo en sus dos tomos, “Por todos los caminos” y “En la senda de la guerrilla”. A ese periplo intenso puso fin su detención en la frontera de México con Guatemala y luego su confinamiento en la cárcel de Lecumberri, donde dio a luz su histórico trabajo “La revolución interrumpida”. A su excarcelación y hasta donde sé luego de un breve paso por Italia se afincó definitivamente en México donde adoptó la doble ciudadanía y es reconocido como un intelectual marxista de relieve.
Lo conocí a fines de la Guerra de Malvinas cuando fui convocado a discutir las posibilidades de hacer una revista que diera cuenta de los nuevos fenómenos político- sociales de aquel tiempo, que aquí, producto del aislamiento impuesto por la dictadura, se tenía poco conocimiento. Al principio participé con muchas dudas, la presencia de Almeyra, Plá y el propio Gilly eran para mi gusto demasiado posadismo junto. Sin embargo con el correr de las discusiones me di cuenta que mucho habían cambiado en su pensamiento y que sobre todo Adolfo y Guillermo profesaban un marxismo heterodoxo y abierto. El resultado final fue la revista Cuadernos del Sur, que terminé dirigiendo durante 20 años.
A partir del 83-84 comenzó a venir seguido a Buenos Aires. Apenas llegaba me llamaba y se invitaba a comer un asado, normalmente a los postres venía el pedido a mi compañera ( Cristina) para que lo llevara a visitar las zonas en que él, obrero gráfico, había comenzado y desenvuelto su militancia, la proletaria Valentín Alsina, la zona fabril de la capital, la Boca… En uno de esos viajes organizamos una charla, creo recordar que era a propósito de su libro “Nuestra caída en la modernidad” donde daba cuenta de los cambios en el mundo del trabajo en México, pero que eran extensibles a nuestra región, mucho más entre nosotros por el peso que todavía tenía el proletariado fabril.
Nos reunimos al mediodía para ajustar detalles, fue en el histórico Café Tortoni, el lo eligió por sus recuerdos juveniles, como también le agradaba sentarse a charlar en Los 36 billares, otro café con mucha historia para los revolucionarios de su tiempo. No recuerdo cómo ni porqué pero la discusión subió de tono y nos despedimos con mala cara. A la noche dio su conferencia, brillante y amena como siempre, a la salida Cristina lo alcanzó hasta su casa familiar, y él le pidió si al otro día lo podía llevar a recorrer la Boca. Debo reconocer que apreciaba más conversar con Cristina que conmigo.
Yo me resistí a acompañarlos pero Cristina me convenció, así que allá fuimos, terminamos por la costanera sur, al pasar por donde está amarrada la Fragata Libertad, la nave escuela de la Armada Argentina, pidió visitarla. En un determinado momento lo perdí de vista, lo busqué por toda la cubierta hasta que finalmente bajé a la bodega, allí hay un muestra fotográfica permanente de todas las generaciones de guardiamarinas que hicieron el viaje iniciático con la Fragata. Lo encontré de cuclillas frente a una de esas fotos, cuando me acerqué vi que lagrimeaba, señaló con el dedo y dijo “Mi papá” ahí me enteré que el usaba el apellido de la madre no el de su padre, que en algún momento de su vida se había suicidado. Lo llevamos nuevamente hasta su casa y nos despedimos afectuosamente ya que se volvía a México al otro día. 15 días después recibimos un sobre que contenía su último libro con una cariñosa dedicatoria de su puño y letra hacia nosotros.
En los últimos años, demasiados que hoy lamento, perdí contacto con él. Ya no venía por aquí, sus artículos eran cada vez más espaciados y la larga enfermedad que lo aquejaba lo fue retrayendo cada vez más hasta su final ayer por la tarde.
Siempre me sentí atraído por sus artículos y libros, pero sobre todo por su estilo literario. Una prosa sencilla –alejada de toda retórica y de citas de autoridad- y sobre todo de su calidez. Sí una prosa muy cálida, siempre impregnada de un gran sentido humanístico, incluso en escritos muy ríspidos. Como por ejemplo “El suicidio de Marcial” que provocó un gran debate en la izquierda revolucionaria de Nuestra América al principio de los años ‘80, porque exigía conocer la verdad, toda la verdad “que es siempre revolucionaria”, de porqué Salvador Carpio (Marcial) el principal e histórico dirigente de la revolución salvadoreña se había suicidado. O en ese formidable ensayo “A la luz del relámpago. Cuba en octubre” donde describe con precisión la crisis de los misiles en Cuba. (Textos publicados en Rev. Nexos y Cuadernos del Sur respectivamente).
Tengo un enorme respeto por aquella generación que hoy ronda los 95 años de la que Adolfo forma parte, que enfrentaron con valentía aquel período de alza del capitalismo y del estalinismo. En estos días también se nos fueron Seba Volkov y Hugo Blanco. Demasiadas pérdidas juntas.
No tuve con Adolfo una relación política y de amistad como si la tuve con Almeyra, pero sí tengo un gran recuerdo de su personalidad y calidez humana. Aprendí mucho de él, de sus escritos, de su visión internacionalista, de su forma de reflexionar, de su capacidad de escucha y de nuestros encuentros y desencuentros.
Camarada y Maestro Adolfo Gilly, Que la tierra te sea leve.
Buenos Aires, julio 5 de 2023.