Tragedia, dolor, rabia: ¿qué nos dice de la Francia de hoy el tiro a quemarropa del martes contra Nahel, de 17 años, a manos de un policía en Nanterre, que ahora incendia todo el país?
Creo que nos habla, en primer lugar, de los resultados de las dos direcciones políticas puestas en marcha por el Gobierno y Macron. Por un lado, una nueva escalada de la violencia policial y de la represión, no sólo contra los habitantes de las “banlieues”, sino también contra los movimientos sociales, como los que se han manifestado en las calles del país contra la reforma de las pensiones que impulsa el presidente.
Por otro lado está la promulgación de leyes que hacen posible todo esto y empujan en la dirección del “Estado de excepción”, recurriendo al uso de leyes destinadas a utilizarse contra el terrorismo en entornos ordinarios, con resultados que son cada vez más graves. Por poner un ejemplo, la primera consecuencia de las nuevas normas sobre la posibilidad de que los agentes de policía utilizaran armas de fuego, aprobadas a finales de la década pasada, fue la duplicación de las muertes relacionadas en comparación con años anteriores: sólo en 2020 hubo 40, 52 en 2021, 39 en 2022 y 13 este año hasta ahora. Hablamos de personas muertas “a sangre fría”, como consecuencia de la intervención de agentes policiales.
En este punto, muchos recuerdan la gran revuelta que estalló en los suburbios en 2005 tras la muerte de dos adolescentes, Zyed y Bouna, electrocutados en una instalación de fusibles cuando intentaban escapar de la policía.
Creo que esta vez lo que el poder ejecutivo está “enseñando” a la gente nos está conduciendo hacia la catástrofe. En 2005, sólo se atacó una comisaría; hoy ya son 25 en sólo unos días. Porque hasta frente a millones de franceses que salieron a la calle –me refiero a las grandes movilizaciones en defensa de las pensiones–, el gobierno decidió seguir adelante sin inmutarse, utilizando la represión y un poco de bricolaje parlamentario para conseguir lo que quería. La sensación es que pase lo que pase y digan lo que digan los franceses, el gobierno dice “¡Decido yo, pese a todo!”.
Ante semejante panorama, ¿cómo explicar a los jóvenes de los suburbios, sometidos diariamente a la presión de la policía, que deben mantener la calma, responder con peticiones y llamamientos, o dirigirse a los partidos del Parlamento para hacer oír su voz?
Tengo que ser sincero, estoy muy preocupado. Temo nuevos episodios dramáticos y que la respuesta del gobierno sea aumentar aún más el arsenal represivo. Y, al mismo tiempo, la gente empieza a acusar a los de los partidos de izquierda de “pirómanos” porque están de acuerdo con las razones de las protestas que se están produciendo.
Mientras tanto, sin embargo, se ha hecho evidente que el tipo de represión que antes se aplicaba en las “banlieues” se extiende ahora a toda la sociedad.
Por supuesto. Una vez más, podemos dar ejemplos concretos: el uso de los LBD (“Lanzapelotas de Defensa”), las llamadas “Flash-Balls” que disparan pelotas de goma semirrígidas con gran fuerza y velocidad, comenzó en 1995 en los suburbios; más tarde también comenzaron a utilizarse contra las protestas, empezando por las de los Chalecos Amarillos, causando decenas de heridos muy graves cada año, con personas que a menudo pierden la vista como consecuencia de las heridas recibidas. Y las BAC, las brigadas policiales contra la delincuencia, que ahora se envían regularmente contra los manifestantes, también empezaron en las “banlieues”. Como consecuencia, sobre todo a raíz de las manifestaciones de los Chalecos Amarillos, ha surgido una nueva sensibilidad con respecto a la brutalidad policial. Se tomó conciencia de que esta violencia no se utilizaba sólo contra los “matones”, sino contra cualquiera que opusiera resistencia. Además, la cuestión de la situación en las “banlieues” y de lo que allí ocurre ya no concierne sólo a quienes viven en esas zonas, y esto ha quedado claro en los últimos días por el gran número de personas que participaron en la “marcha blanca” del jueves en Nanterre, a la que asistieron varios miles de personas venidas de todo París, incluidos miembros de algunos partidos de izquierda.
Y aun así, en 2017 Macron intentó ganarse los votos de los suburbios; ahora algunos le comparan con Sarkozy, que dijo e hizo cosas terribles contra esos jóvenes.
Se podría decir que el alumno ha superado a su maestro. En el momento de su primera candidatura al Elíseo, se pensó que el liberalismo de Macron podría representar un freno al racismo creciente en el país. Después, se encargó de desmentir estas expectativas, promulgando una política neoliberal que veía en los derechos su principal enemigo, empezando por los derechos sociales. Además, Macron se centró explícitamente en la idea de destruir por completo el entramado político del país, convirtiendo a Marine Le Pen y a su Rassemblement National [Agrupación Nacional] en su “sparring” y contribuyendo así a hacer de esa fuerza política el centro del espacio público. Después, su gobierno se dedicó a “fabricar un enemigo”, criminalizando sobre todo al Islam francés, con el pretexto del terrorismo; da la casualidad de que el Islam está presente sobre todo en las “banlieues”.
El problema para Macron, sin embargo, es que esos “pobres blancos” a los que intentó apelar dirigiendo sus temores contra los musulmanes acabaron siendo los mismos que salieron en masa a la calle para manifestarse contra su reforma de las pensiones. Así que se puede decir que, al final, fracasó en su propio juego.
Además, existe “otra banlieue”, la que vota a Le Pen: ¿podría la líder ultraderechista aprovecharse de esta situación?
Marine Le Pen goza actualmente de una posición de fuerza, porque los partidos de izquierda no han sido capaces de capitalizar los impulsos que han surgido en la sociedad en oposición a la reforma de las pensiones, algo que sí han logrado los sindicatos. Estos partidos están demasiado ocupados decidiendo quién será su candidato en las próximas elecciones presidenciales. Le Pen se opuso a la reforma y, en parte por las razones mencionadas, parece ser hoy la oponente más viable de Macron.
Además, estos días ha asumido el papel de defensora del orden público, y se dirige a quienes quizá viven en los mismas “banlieues” y temen que les quemen el coche. Esta combinación de elementos hace que, una vez más, se la vea como la opositora más firme y decidida del Presidente.
Y, como hoy hay muchos que ven la política sólo en esos términos, y votan en consecuencia, existe el riesgo de que aquellos que solo quieren echar a Macron del Elíseo y que se preguntan: “¿Quién, entre los posibles candidatos, podría realmente ser capaz de derrotarle?” le den su apoyo a ella.
il manifesto global
Entrevista de Guido Caldiron, periodista de il manifesto.
Fuente:sinpermiso.info