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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

El peronismo de los 70, la rebeldía y el orden

Juan Manuel Abal Medina.

Conocer a Perón. Destierro y regreso.

Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 6ª edición. Planeta, 2023.

400 páginas.

Especial para Contrahegemoníaweb

Un libro nos trae el testimonio de Juan Manuel Abal Medina, protagonista del retorno de Juan Domingo Perón, al territorio argentino primero, y a la presidencia después. Hechos dramáticos narrados desde una amplia identificación con el pensamiento y los objetivos del hombre derrocado en 1955.

La elección del título, Conocer a Perón, trae la resonancia de que adquirir sabiduría acerca de la trayectoria y el pensamiento del tres veces presidente era indispensable para conocer a su vez al pueblo argentino y al país. A lo largo de la lectura quedará claro que el autor considera que  empatizar con el líder del justicialismo es la puerta de entrada para la comprensión acertada de nuestra sociedad.

El período que comprende desde el recorrido de Alejandro Agustín Lanusse como presidente dictatorial a los escasos meses de la tercera presidencia de Juan Domingo Perón marca un lapso crucial de nuestra historia reciente, no cabe duda. Puede ser narrado y analizado de muchas maneras, incluso como sucesión de tentativas desde las esferas de poder para  contener o suprimir la creciente y radicalizada movilización popular que sacudía al conjunto social en esa época.

Era la Argentina de los “azos”, con unas estructuras de poder que sentían amenazada su permanencia como nunca antes. Consignas de contenido socialista se expandían y se volvían masivas, en medio del descontento y la movilización obrera, estudiantil, popular en general.

En esas circunstancias, la perspectiva de un regreso de Perón a posiciones de gobierno tenía un significado susceptible de ser determinado por el decurso del conflicto social, incluso en direcciones contrapuestas. Tanto podía entrañar el avance hacia una alternativa revolucionaria como un reaseguro de supervivencia para el orden social amenazado, según las fuerzas que prevalecieran, incluidos los posicionamientos del propio general.

El autor de estos recuerdos personales, ampliados con investigación sobre la época, pertenece con claridad a quienes apostaban a la contención de la rebelión popular. Con Perón como sujeto decisivo para poner límites acordes con la supervivencia más o menos pacífica del orden social preexistente.

Repasemos ese recorrido.

De nacionalista católico a secretario general.

El libro se concentra en el itinerario de JMAM como secretario general del “movimiento” por designación inicial en junio de 1972 y sostenido aval posterior del general en persona.  Respaldo que perdió sólo pocos meses antes de la muerte del caudillo, luego de oponerse con énfasis a los avances de José López Rega y la “corte” que se movía alrededor del anciano líder.

Sus conversaciones con Perón ocupan un espacio definitorio en la narración. El autor acompaña de cerca a quien pasa en cuestión de meses de desterrado, proscripto e “innombrable” por decreto, a presidente de la nación por tercera vez. Y reproduce de modo extenso sus palabras.

Repasa el recorrido inicial de quien escribe desde el rechazo al peronismo hasta su periferia, para luego integrarse y ascender rápido hacia su cúspide, como un portador de la palabra del líder, y transfigurado en delegado de su autoridad.

Durante las primeras páginas se remonta hacia atrás y revisa un proceso formativo construido desde el ámbito individual y familiar, dotado de resonancias compartidas por todo un sector de su generación.

Nos referimos a la que hizo un tránsito político y doctrinario desde un nacionalismo católico de raíces conservadoras y alejado del peronismo hacia una visión que deja de hacer centro en el conflicto entre gobierno peronista e Iglesia para rescatar las políticas de aquel y denunciar lo injusto de su derrocamiento y persecución posterior.

Leonardo Castellani, Leopoldo Marechal, Arturo Jauretche, José María Rosa y, con énfasis particular, Marcelo Sánchez Sorondo, son figuras en la intersección entre nacionalismo, catolicismo conservador y peronismo, que suscitan admiración e incluso reverencia del parte del autor de este libro.

Los posicionamientos de esos hombres de pensamiento y acción son respaldados sin mayores objeciones. A lo sumo alguna toma de distancia muy relativa frente a ciertas posturas extremas de Sánchez Sorondo. Los sigue considerando sus maestros hasta hoy, remarca. Y enuncia una y más veces que los prohombres del nacionalismo, una vez abandonados cierto elitismo y prejuicios iniciales frente al movimiento popular, constituyen una irreprochable guía para el pensamiento y la acción de auténtica orientación nacional. Llega a definirse como “peronista marechaliano”.

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Diferente es su actitud cuando, con menor frecuencia, se refiere  a representantes de la izquierda peronista. Les reconoce inteligencia, elevación ética, militancia inclaudicable, a John William Cooke, Alicia Eguren y Gustavo Rearte, por ejemplo. Pero no duda en diferenciarse de posiciones que caracteriza como “ultras”. E influidas por el marxismo, al que considera una interferencia perjudicial en el tronco nacional y cristiano de la doctrina peronista.

El minucioso recorrido de Abal Medina tiene una orientación general de respaldo a las posiciones de Juan Domingo Perón. En particular en lo que respecta a la creciente tensión y posterior ruptura con la “Tendencia Revolucionaria”.

La lealtad a Perón se convierte en el valor fundamental, entendida como disposición a someterse con entusiasmo y sin mayor debate a sus indicaciones. Así aparecen enaltecidos quienes se disciplinan. Para los que discrepan o se oponen, reserva una mirada crítica. Los considera entorpecedores de los designios para el país del conductor, que percibe acertados en todo lo sustancial.

El “levantamiento montonero” de 1970, así llama a las acciones que devienen en la ejecución del exdictador Pedro Eugenio Aramburu. Respalda la decisión de terminar con su vida por sus reiterados atropellos contra el peronismo, aunque deja caer un manto de arrepentimiento cristiano frente al acto de matar. Muerto su hermano Fernando, fundador de la agrupación, Juan Manuel reconoce haber quedado recubierto por un aura casi mística, que lo favoreció en su encumbramiento hacia las máximas instancias de dirección del peronismo. “Abal Medina, la sangre de tu hermano es fusil en la Argentina” le cantaban.

El historial de Montoneros y de la Tendencia Revolucionaria es una marca que recorre todo el texto. Tres de sus dirigentes, unidos al memorialista por vínculos en que lo afectivo pesa igual o más que lo político, son personajes del libro: Su hermano menor Fernando, Norma Arrostito y Rodolfo Galimberti.

Juan Manuel los pinta como representantes de una generación que se lanzó a la lucha armada con un empeño antidictatorial que le confería legitimidad al ejercicio de la violencia impulsada  desde abajo. Y que después de acciones que suscitaron el aplauso dentro y fuera del peronismo, se extraviaron en el empeño de disputarle al Líder la dirección.

El testimoniante, según su relato y análisis, nunca experimentó identificación plena con ese sector. Y discrepó por completo cuando, ya con Perón en Argentina, incurrieron en la hybris de postularse como dirección compartida con el general. Y luego  subieron la apuesta, como cuestionadores de su lugar de mando sobre el pueblo peronista.

Sus reproches a Montoneros convergen con los formulados por el general. Se quisieron apropiar del mérito del regreso de Perón, en lugar de acomodarse al lugar que les cupiera como parte de un fenómeno mucho más amplio y diverso.

Abal lamenta el devenir izquierdizado de la organización. Introduce como factores explicativos, el papel del acercamiento y fusión con corrientes marxistas como las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), la pérdida de una conducción potencialmente más “sensata” como la de su hermano y la complacencia de dirigentes tradicionales como Héctor J Cámpora, que se plegaron a las consignas más duras, trepados a la “ola” que parecía predominante.

“Socialismo nacional” es peronismo y la única revolución deseable es la “revolución nacional”. Sin otro horizonte doctrinario que La comunidad organizada, Conducción Política y Doctrina peronista. Tal una síntesis plausible de los parámetros que Abal Medina propiciaba para el movimiento, según su mirada actual.

Los grandes episodios de movilización, plenos de rebeldía, de los días de mayo y junio de 1973, le suscitan abierto rechazo, o en algún caso valoraciones muy reticentes. El “Devotazo” y la consecuente amnistía general le parecen una presión desmedida sobre el gobierno recién asumido. Y se manifiesta en contra de que se haya incluido a lxs presxs del ERP. A su juicio, nadie hubiera debido quedar en libertad sin una promesa de no volver a tomar las armas, aún a costa de cohonestar penas impuestas por la dictadura.

Las ocupaciones de oficinas estatales, medios de comunicación y lugares de trabajo se le ocurren avasallamientos contrarios a una cierta idea de “orden” que el retorno de Perón venía no a horadar sino a restablecer.

Ocurre que las explicaciones están circunscriptas en exceso a la lógica interna de las expresiones políticas del peronismo, sin prestar atención suficiente a la profundización de la lucha contra un orden social que se percibía injusto, a la luz de movimientos de rebelión que surcaban el mundo de entonces.

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Y que anclaban en nuestro país, donde se había sufrido persecución  y represión generalizadas. Sectores del peronismo viraban hacia la izquierda y sectores de la izquierda convergían en el peronismo. El mundo y la Argentina ya no eran los  de 1945 a 1955. Y Perón, de regreso tras larga ausencia, se encontraba con una convulsión cuyas claves no manejaba.

La vuelta del viejo líder.

El retorno de Perón fue jalonado por sus movidas estratégicas frente a una diversidad de adversarios: El gobierno dictatorial, la dirigencia de los partidos contrarios al peronismo y los integrantes del propio movimiento que, por variadas razones, eran contrarios a la vuelta del general y a menudo proclives al entendimiento con la “revolución argentina”. Perón planea, amaga, negocia, engaña, hasta cumplir el objetivo de habilitar su regreso, no sin exigencias cumplidas de cierta rehabilitación.

La disposición y voluntad de Perón para acceder a la presidencia es interpretada en el libro como un sacrificio consciente, entendido como devolución al pueblo argentino por la lealtad ofrendada durante los largos años de prohibiciones y resistencias. No parece percibir J.M.A.M la carga de sinrazón que albergaba la asunción del gobierno por alguien con condiciones físicas ya menguadas, que podía enfrentarse a la muerte en muy poco tiempo, como finalmente ocurrió.

La mirada benévola se extiende a las actitudes éticas del general. Lo pinta como hábil estratega pero exento de un perfil maquiavélico. Incluso lo presenta como tolerante y muy abierto al diálogo. Instancia dialógica que el líder sólo clausura ante la incomprensión y la falta de correspondencia de quien elige como interlocutor. Su imagen como manipulador de escasos escrúpulos queda para Abal Medina como una superstición inducida por sus adversarios.

Desmiente de modo terminante y con explicaciones detalladas la creencia de que no estuviera acordado de antemano el acceso de Perón a una tercera presidencia, aún antes de definirse los candidatos para la elección de marzo de 1973. Y enrostra a Héctor J. Cámpora fuertes resistencias a dejarle su lugar al retornado general, en complicidad con la soliviantada “tendencia”.

Incluso manifiesta afecto y respeto por Isabel Perón. Una forma apenas implícita de disculpa de la entente de la señora con la ultraderecha peronista y sus ramificaciones en el plano parapolicial.

En los momentos críticos, J.M.A.M. se presenta como un mediador empeñado en evitar el enfrentamiento a muerte entre tendencias. Que no lo logra por carecer del poderío suficiente en medio de las facciones contrapuestas. Y a veces sin el suficiente asentimiento del general para tomar el camino de disminuir las ocasiones de fricción y evitar que corriera sangre. El reflejo en el libro de los hechos de Ezeiza es quizás el pináculo de ese rol del secretario general y de la frustración de sus propósitos.

Perón tenía el mandato tácito de “poner orden”, desde dentro y desde fuera del movimiento que encabezaba. Intentó primero la persuasión. Desairado por “la juventud maravillosa” eligió el camino de su aplastamiento violento. Abal destaca que pese a todo hubo tentativas negociadoras que subsistieron hasta la muerte de Perón.

Lo cierto es que la triple A ya campeaba en las sombras y el general no desautorizaba sus acciones. Es más, tal como se relata en el libro, Perón había exteriorizado su decisión de “extirpar” del movimiento a quienes eran responsable de la muerte de “leales” como Rucci. López Rega seguía en su puesto, con poderes ampliados e influencia en alza.

La “columna vertebral”.

Ni la menor crítica se desliza hacia la dirigencia sindical. La imagen que traza de José Rucci, es similar a la que sustentaron y sustentan sus más fervientes defensores.

El asesinato del entonces secretario general de la CGT aparece como un anticlímax brutal. Fuente del alejamiento ya difícil de revertir entre el general y la “tendencia”. Y señal del extravío de la otrora “formación especial”, al terminar con la vida de quien Abal Medina presenta como un dirigente obrero irreprochable, un luchador vocacional, y un negociador duro y valiente. Leal a Perón hasta la médula.

Nada tiene que decir de su feroz macartismo y del cultivo de las malas artes de la burocracia sindical para mantenerse en sus cargos, en el goce de sus privilegios,  y en el cuidado de los intereses patronales frente a “zurdos” que pudieran amenazarlos.

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Escribe: “El asesinato de Rucci fue para mí un punto de no retorno en mi relación con Montoneros. La falsedad histórica de atribuirse un protagonismo excluyente  en el Luche y Vuelve, como la tontería de pretender compartir la conducción con el General eran hechos corregibles. Lo mismo los balbuceos marxistas del documento que me había pasado Perón, que si bien me alejaba de sus autores entendía que era consecuencia del proceso de unidad con la FAR”. 

Sin tanto énfasis, da asimismo una mirada favorable de Lorenzo Miguel, que aparece como, serio, equilibrado, y comprometido con las ideas y actitudes del general.

Quien lea este libro sin tener opiniones previas acerca del sindicalismo argentino, se quedará con la imagen de un movimiento ejemplar en su organización  y disciplina. Y plenamente dispuesto a defender los intereses de los trabajadores representados.

Eso sí, sin ilusión alguna de reemplazar al capitalismo por un ordenamiento social de otro tipo. Y partidarios de un ideario peronista sin incrustaciones provenientes de las izquierdas, a las que combatieron activamente (y con razón, según J.M.A.M.)

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Entre 1972 y 1974 se puso en juego la posibilidad de erigir al peronismo en “partido del orden”, con capacidad para rearticular un sistema de dominación que se hallaba en ruinas. Parte a causa de la política cerrada y agresiva que el núcleo de las clases dominantes desenvolvió después de desalojar a la “segunda tiranía” del poder. Y en gran proporción, por una resistencia progresivamente masiva y más agudamente cuestionadora. Que incluso tendía en amplios sectores a objetivos más abarcativos y radicales que el “Luche y Vuelve”.

La obra que nos ha ocupado es en más de un sentido la historia del fracaso y quiebre de esa pretensión. Se cierra con la muerte de Perón, cuando muchas cartas se encontraban echadas, pero no todas, en dirección a la “solución” pretoriana que encararía la refundación de la sociedad argentina. El peronismo aún intentaba erigirse en la fuerza de supresión de los díscolos de afuera y de adentro de su campo. No lo lograría, pese al Operativo Independencia y los decretos de “aniquilación”.

No pueden aplicársele al hacedor de este libro criterios similares a los adecuados para juzgar a un historiador o un observador en aptitud de ser distante y desapasionado. Abal Medina sufrió en este proceso muertes muy cercanas. Incluso experimentó atentados contra su vida y la de su familia. Y luego el refugio forzado en una embajada, una larga reclusión en su interior y al final la expatriación. Sufrimiento en cabeza propia, afectos comprometidos  y dañados.

Fue protagonista de los hechos, constante y hasta íntimo interlocutor de Perón, responsable de la reorganización del movimiento. La que luego se revierte en choque interno violento y desarticulación, con una profundidad y virulencia que lo sobrepasó a él y a todos los demás, comenzando por el anciano líder que creyó en su momento que podía reencauzarlo todo y subordinar a su autoridad a las fuerzas más cuestionadoras.

Medio siglo después, en un país y un mundo muy diferentes, el autor se orienta casi siempre en el sentido de la elevada valoración de la persona, la capacidad de análisis y el accionar de Perón. Eso a partir de la identificación con lo que en la época se llamaba la “ortodoxia”.

Creemos que la evaluación de la obra debe hacerse en esas coordenadas: La reivindicación del líder y su movimiento, acompañada por la autovaloración del memorialista como un fiel intérprete de su pensamiento y su conducción, desde un lugar de suma responsabilidad.

Quien tuvo éxito en lo referido a la reinserción plena del presidente derrocado y proscripto en la política argentina. Y participó del fracaso en convertir al reconstituido justicialismo en una opción duradera de gobierno guiada por la colaboración de clases y el ideal de un capitalismo “nacional”.

Este libro puede ser un aporte valioso para la comprensión del peronismo de la década de 1970. A condición de que se tengan bien claros los ejes en torno a los que se movió Abal Medina, cercanos a las vertientes conservadoras del movimiento.

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