La sorpresa con el ascenso electoral meteórico de Javier Milei, así como antes ocurrió con Bolsonaro, tiene que ver con el histrionismo que toma cuenta de la pequeña política institucional del Cono Sur, y que funciona como cortina de humo de las transformaciones profundas en las formas de dominación del capital. En Argentina dominaba el enredo de la “grieta”. A los dos lados de la misma, sin embargo, prevalecen consensos de fondo: el de la intensificación y ampliación del extractivismo, con la matriz económica que prioriza la exportación de commodities y la correspondiente flexibilización de las relaciones de trabajo. Esas opciones, que aumentan la pobreza, hace mucho que son presentadas como imperativo para mantener la gobernabilidad. Durante la segunda mitad de la década de ’90, el Banco Mundial recomendó políticas sociales compensatorias para aliviar esa miseria creciente. Desde entonces, tales políticas están siendo implementadas no sólo por los gobiernos dichos progresistas, como por los de derecha.
¿Hay diferencias? Sí. Los gobiernos progresistas, a groso modo, vienen integrando e su gestión movimientos sociales que operan como mediadores entre demandas populares y esas políticas púbicas, Ellos son, de lejos, más eficientes para esa tarea que los funcionarios de carrera e, inclusive, quelas organizaciones no gubernamentales. Sin embargo, si bien la derecha recurre con más frecuencia a la represión, también la gestión de Mauricio Macri aplicó políticas compensatorias, fundamentales para prevenir explosiones sociales como la de 2001. Esa dinámica de gobiernos pendulares se está agotando, en la medida en que también se reducen las diferencias entre unos y otros.
Y en este contexto de coyuntura de medio plazo surgen personajes como Bolsonaro y Milei. Tal vez las diferencias entre los dos parezcan muy grandes. Al final, mientras Bolsonaro surge de camadas de las fuerzas armadas más o menos descartadas con el pasaje al gobierno civil y vinculado a sectores religiosos conservadores; Milei viene del ultraliberalismo. Sin embargo, a medida en que sus armados electorales avanzan, la composición final de sus bases de apoyo tiende a parecerse. Y observando lo que ellos tienen en común podemos aproximarnos al ámago de su ascenso electoral meteórico.
Ambos se presentan con un discurso disruptivo con respecto a la coreografía o simulacro republicanos. Despotrican contra la “casta política” que permanece como fiel de la balanza cualquiera sea el color del ejecutivo de turno. Y ambos terminan aproximándose a esa ”casta” porque precisan ganar estabilidad, como ocurrió con Bolsonaro que tuvo que aliarse al llamado “centrão”. Milei, que se golpea el pecho diciendo que es radicalmente liberal, termina escogiendo como candidata a vicepresidenta a Victoria Villarroel, hija de represor y vinculada a la vindicación de la dictadura, con todo lo que esto supone.
Más allá del envoltorio propagandístico, hay un denominador común de fondo. Por un lado, ambos se presentan a los grupos de poder económico como capaces de violar todos los marcos legales y todos los escrúpulos morales, para que esos grupos puedan aprovechar las oportunidades de negocios que las cadenas de commodities ofrecen. Por otro lado, ambos se presentan ante los trabajadores informales, hoy mayoría en la población económicamente activa, como aquellos que cuentan la verdad a propósito de la crueldad de las nuevas relaciones de trabajo. Es su momento de ultrasinceridad, cuando la población puede ver explicitado lo que constata en su propio cotidiano de explotación, más allá de las promesas de reasalariamiento y de aumento del salario real que los políticos de ambos lados de la “grieta” venían pregonando rutinariamente. Inclusive porque, para comenzar, cualquier aumento real de salarios sería corroído rápidamente por la inflación creciente; y, después, porque gran parte de la clase trabajadora no está protegida por la legislación salarial. Los derechos, y la supuesta defensa de lo público son corroídos por una privatización molecular de la vida.
En Argentina, recordemos, las reformas neoliberales ocurrieron durante el gobierno peronista de Carlos Saúl Menem. Y, si bien fue el gobierno de Macri el que contrajo la deuda de 57 mil millones de dólares con el Fondo Monetario Internacional (FMI), recursos en gran medida fugados inmediatamente del país, y que el propio FMI considera un escándalo de corrupción de la anterior gestión de la institución (ya que no había indicios de que la deuda podría ser honrada), fue el gobierno peronista de Alberto Fernández el que convino en pagarla. Y, para eso, llamó justamente a Sergio Masa, un político sin compromisos históricos con el peronismo. El presidente Fernández convirtió a Massa en un superministro, para que pudiese hacer acuerdos “libremente” con el FMI. Ese es el actual candidato del peronismo para enfrentar a Milei en el segundo turno. Y fue catapultado a ese papel porque su persona es prenda de respeto al establishment. En Brasil no se llegó a tanto, al final, el progresismo erigió a Geraldo Alckmin para el cargo de vicepresidente.
A medida en que la candidatura de Milei fue ganando peso, él se fue aproximando a la derecha de la coalición que apoyaba en el primer turno a la candidata macrista Patricia Bullrich y que sustentó al gobierno de Macri. Inclusive antes del primer turno, Milei venía costurando acuerdos con el bajo clero peronista de derecha del interior del país. Por otro lado, la Unión Cívica Radical, representante tradicional del centro derecha, que también estaba en la coalición macrista, votará a Massa. En ese sentido, ese “barajar y dar de nuevo” del ballotage reacomodará los números, y nada indica que se mantendrá la proporción del 36% de Massa contra el 30% de Milei en el primer turno.
Un efecto correlato de este proceso es la implosión de la coalición de derecha (dizque)republicana, así como en Brasil ocurrió con el PSDB. Tal vez ese sea un indicio de un proceso más profundo, que tiende a destruir los pactos conciliatorios, ya que el simulacro de república ya se transformó en un cascarón vacío de pulpa. Las instancias republicanas, en los Estados de la expoliación, dejaron de ser instancia en que los grupos de poder dirimen sus pendencias.
Volviendo a lo que se viene, gane quien gane, la tendencia dura, no artificial, que llevó al aumento anual de 138% del índice de precios al consumidor, la corrida al extractivismo cada vez más destructivo y a la flexibilización acelerada de las relaciones de trabajo… nada de eso será interrumpido.
Lo que más preocupa es que la acción de los movimientos populares se desenvuelve prioritariamente en el campo de las luchas defensivas. Con destaque para aquellas que demandan ininterrumpidamente más políticas de alivio a la pobreza y defienden los derechos adquiridos, como los obtenidos por la lucha de las mujeres. Sin embargo, los combates a las causas de esa dinámica que amplía, profundiza, intensifica y acelera la catástrofe, las luchas contra el extractivismo (que es el que realmente imanta y ordena las fuerzas reaccionarias), no son suficientemente fuertes y coordinadas. Mientras esas luchas permanecen en un segundo plano, las falsas soluciones distraen energías y refuerzan el teatro de una “grieta” que se corre cada vez más a la derecha.
En tránsito, 15 de noviembre de 2023