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Apuntes sobre socialismo desde abajo y poder popular

Los bachilleratos populares y su lucha por el reconocimiento.

Especial para Contrahegemoniaweb

Los bachilleratos populares surgen en Argentina luego de la ruptura que significó Diciembre de 2001 hablando en términos de autogestión. Dos razones primarias signan su aparición. Una centrada en el estado y el abandono de los gobiernos en cuestiones fundamentales para la vida social (en nuestro caso la educación de sectores desprotegidos y vulnerables de la población). Otra, con fuerza en la matriz autogestiva de los movimientos sociales de los años 2000. Matriz autogestiva y de relativa autonomía del capital en cuanto a la lógica propia, hablamos de educación popular con cierta independencia del estado. Los movimientos sociales, desde los años noventa, venían ganando fuerza y consenso. Abandono, de una parte; autogestión de la otra.  Dos razones que en el devenir de la lucha van a configurar la relación del estado con los movimientos sociales, que hoy habitamos de manera diferente a aquel cercano pasado, y es primordial comprender.

A casi dos décadas de aquellos procesos, la avanzada de la reacción del empresariado, los sectores del campo y el capital financiero, llevadas adelante por el estado y su gobierno sobre las conquistas obreras de los últimos años pesa con fuerza en nuestros bachilleratos. Principalmente debido a nuestra debilidad y precariedad en lo  organizativo y la escasa fuerza de conocimiento y consenso en el grueso de la sociedad. Debemos admitir que para buena parte de la población nuestras especificidades son invisibles, aun en el ámbito docente, donde además somos resistidos por muchos sectores.  En los cuatro años del gobierno de la alianza Cambiemos, vivimos momentos de una avanzada salvaje sobre las condiciones de la educación pública, cierre de cursos o directamente de escuelas; salarios bajos, persecución sindical, falta de mantenimiento edilicio, y el impulso oficial de lógicas pedagógicas al servicio de generar sujetos dóciles y degradados. Cuando desde el estado se avanza tan salvajemente en un nivel general, nuestros espacios que ya son marginales en sí mismos, se ven vulnerables e indefensos. Se hace imprescindible repensarnos y reorganizarnos si queremos persistir. En la Ciudad de Buenos Aires, el área de la educación de jóvenes y adultos está siendo atacada con una reestructuración que coloca a algunos programas gubernamentales de asistencia en vías de desaparición. Nuestras escuelas no están ajenas a esa dinámica. Un motivo agrava el problema: el resultado de estos riquísimos procesos educativos atenta contra el orden imperante generando prácticas rebeldes, nuevas subjetividades que atienden lo colectivo, pensamiento crítico y largos etcéteras. En alguna medida, somos la anomalía.

Actualmente, la lógica de las relaciones capitalistas atraviesa y determina casi la totalidad del espacio social. En un tono más dramático, podría decirse que el capitalismo ha colonizado toda la geografía de la tierra, todos sus espacios humanos, impuso una gramática casi omnipotente. Su lógica parece imperar sobre un orden que aparece como detenido en el tiempo. Cada vez es menos exagerado decir que “ya todo” es mercancía.

¿El fin de la historia resultó liberal, mercantil y soberano? Rechazamos ese tono; esa mirada apocalíptica. Siempre parece poder llegar a los puntos de fuga, a encontrar fragilidades y relativizar las predicciones liberales. No hubo tal fin. El capitalismo se expande territorialmente con tal voracidad que parece dominar cada resquicio del planeta, pero además tiende a subsumir bajo su dominio, o mejor dicho, busca extenderse avasallante hacia todas las relaciones sociales que hacen a nuestras múltiples formas de vivir en la vastísima sociedad global, en esa expansión queda desnuda su crisis. Aún con la automatización y robotización de grandes espacios de la producción, aun con la informatización desarrollada al extremo, no puede desprenderse del trabajo humano, del consumo, del intercambio.

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Cada burbuja financiera es una bomba de tiempo, en cada terminal de operaciones late una posible insubordinación, o en cada espacio de educación y formación existe una potencia antagónica posible de ser desplegada. La educación pública no puede cerrar definitivamente semejantes grietas; de allí cierta defensa entendible de la educación pública si comprende o contempla la crítica a la razón estatal imperante. Los resquicios en la educación pública en cuanto a la independencia subjetiva de las singularidades docentes da espacio al cambio y la creación, y desde esa mirada, compartimos un potencial lugar de encuentro en tanto educación pública no estatal.

Los espacios de formación autogestivos como los bachilleratos populares, los espacios autónomos de generación y transmisión de saberes, o los grupos de formación de diversos espacios políticos, crean y recrean trabas en las condiciones de reproducción del sistema, día a día, proceso tras proceso. Desde la perspectiva de los bachilleratos populares de nuestro país, desde donde se escriben estas líneas, en situaciones de ofensiva tan potente del estado hacia nuestra propia existencia, la lucha por persistir encuentra una cantidad de escollos, dificultades y paradojas, que es necesario resolver si lo que se busca es cierta eficacia, si nuestra lucha no es un “como si”; si lo que se pretende es mantener en pie las mínimas premisas de nuestras constituciones específicas; es imprescindible apelar a la creatividad, al conocimiento cabal de nuestra situación, y de la fortaleza o debilidad del enemigo. Las concepciones que se produzcan sobre qué es cada elemento, agente o relación, tendrá consecuencias prácticas y por tanto políticas. Pensarnos críticamente entra en el orden del día.

El capitalismo aparece como una evidencia indiscutible y sin historia que domina la vida social, se muestra eterno y natural. Así, señala con su lógica implacable lo posible y lo imposible, aquello que está permitido y aceptado, o sus opuestos: lo que el propio sistema no puede dar sin ponerse en riesgo a sí mismo. Cuando esto último ocurre, se dispara tanto su aparato represivo como sus instancias de cooptación y neutralización. Para esto, el propio sistema ingresa variantes que incorporan a su lógica de acumulación lo que antes se presentaba como fuga o alteridad, como anomalía.

Este devenir nunca tiene un final cerrado, pero la política viene señalando que es el capital quien gana las batallas. En épocas de debilidad de la resistencia del trabajo, prevalece la lógica de la acumulación; las revoluciones y las transformaciones, los cambios estructurales, los dicta el partido del orden desde sus centros de poder. La prueba es que aún se están desarrollando y profundizando las reconversiones capitalistas de los años noventa, cuando la globalización iniciaba su despegue. Y puesto que tanto los elementos objetivos de la lucha como las opciones subjetivas de quienes se rebelan -lo objetivo y lo subjetivo son elementos que conforman indisolublemente una misma totalidad- no están dados de antemano, se nos hace imprescindible indagar las propias condiciones de lucha en las que nos vamos a mover, resistir, crear. Los resultados determinan, de alguna u otra manera, que desde los intentos de oposición se puedan generar, por un lado, acciones cruciales de resistencia pasiva y elección de males menores dentro del orden -en el marco de una mínima supervivencia-, por el otro, de manera optimista, se pueda avanzar sobre cuestiones estructurales, donde prevalece la lógica antagónica por sobre la lógica reformista.

Está a la vista que la lógica de la revolución no figura en el orden del día. ¿Qué hacer cuando la derrota parece ser total y el pesimismo cobra objetividad? ¿Qué hacer desde espacios minoritarios y dependientes como los bachilleratos populares? En su crecimiento y potencia, los bachilleratos populares lograron cierto reconocimiento oficial materializado en salarios y títulos entre otros logros; hoy esa dependencia es el arma del enemigo que pende como la espada de Damocles sobre nuestros espacios.

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El presente podría ser la antesala de una gran derrota. Hemos vivido momentos de crisis y enfrentamientos abiertos, sin llegar a decir que se estuvo ante alguna crisis orgánica del sistema. Consignas como "Pidamos lo imposible" o "Qué se vayan todos" pudieron expresar como dardos certeros que, conscientes o no, se atentaba contra la lógica global del sistema. El sistema no podía dar lo imposible, ni permitir que se fueran todos. Exigir al estado el reconocimiento de situaciones que no puede resolver sin negarse (autonomía en los planes de estudio, independencia en las lógicas de funcionamiento, el reconocimiento de la pareja pedagógica y varios etcéteras que hacen a nuestra especificidad) en sí mismas son exigencias que nos trascienden y se elevan hacia el movimiento político general. Nuestra potencia antagónica está en no caber en su ley.  

Lejos de la literalidad programática de las consignas del Mayo Francés, o del Diciembre de 2001, sus efectos interpelaron, señalaron un afuera desde donde poner en jaque a todo el sistema, o simplemente señalaron un momento de alteridad al que alimentar en persistencia, para operar directamente en aquellas instancias objetivas/subjetivas que dan la materialidad a todo cambio radical. El sistema no puede cumplir dichas consignas, no puede conciliar y tampoco puede capturarlas a menos que ellas, esas consignas y sus acciones hermanas, dejen de ser lo que son. Quitarles su materialidad y volverlas “solo consignas” fue una de sus maneras. Neutralizar sus prácticas fue otra de las armas del enemigo. Al saber y la conciencia de las propias limitaciones de aquellas consignas le suceden las fases organizativas y de acumulación. Es allí donde el sistema preparará la síntesis entre reforma y cooptación, o el movimiento insurgente presentará una nueva configuración favorable para su despliegue. Claramente, esto último no sucedió en los pasos siguientes a aquellos procesos elegidos como referencia. En nuestro caso, la autogestión desplegada en el marco de la crisis económica y la presentación cuestionante de la crisis dirigencial, fueron redirigidas a una vuelta al orden en el marco de la representación política estatal, desplegada en políticas asistencialistas y paternalistas en extremo. El seno del estado-gobierno acunó paulatinamente todos los reclamos, desvirtuando su potencial a futuro, vaciando sus propios mecanismos de defensa de las conquistas. Es el lugar y el momento para preguntarnos por nuestros objetivos estratégicos, para reafirmar nuestras razones de ser lo que somos, y para sincerar cuanto estamos dispuestos a cambiar.

Hoy, ganar la persistencia puede llegar a implicar una transformación tan profunda en nuestra constitución, que llevaría a dejar de lado nuestras más potentes especificidades. La cuestión de la autonomía relativa del estado, la lógica de funcionamiento asambleísta y horizontal, las formas de enseñanza, aprendizaje y autoformación enfrentan a las modalidades tradicionales de la educación sistémica; pero las paulatinas imposiciones administrativas operan como erosión de los principios básicos de la educación popular. La independencia en la lógica de elección docente, de los objetivos en los planes de formación, en las modalidades no verticalistas ni dogmáticas que suelen verse en cuotas constitutivas de lo que hoy somos, peligran con cada directiva aceptada en las negociaciones con la forma estado, cuando de “reconocimiento” oficial se trata. Volviendo a aquel párrafo de líneas arriba, donde se enumeraban consignas imposibles de cooptar, hoy más que nunca parece ser que mantener el conflicto abierto, la persistencia paradojal de ser reconocidos por el estado pero autónomos de él, es la única defensa posible si no queremos desaparecer. Peor aún sería transformarnos en escuelas del sistema con los agregados de nuestras precariedades y falencias constituyentes que intentamos superar. 

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Los bachilleratos populares somos heterogéneos, respondemos a particularidades e historias disímiles. Estamos nutridos de pertenencias a grupos, asambleas, fábricas; inserciones diferentes en realidades barriales diferentes. Historias diversas y conflictos por momentos ajenos entre sí; en ocasiones tal vez opuestos. Esto hace que no haya una búsqueda común de indagar la propia constitución del movimiento general de los bachilleratos, o de la educación popular alternativa. La fragmentación, la diáspora de activistas que no pueden conservar sus espacios de construcción con cierta persistencia, la situación de recambio permanente que impide una formación constante que genere pautas sólidas de antagonismo y organización, obligan a repensar la situación.

¿Qué mejor que pensarnos desde nuestra inserción territorial, desde nuestros espacios concretos de trabajo y formación? Sin la generalidad de un movimiento heterogéneo, sino desde lo que somos día a día. Discusiones escolásticas como definir si somos educadoras o docentes, o si somos trabajadoras o activistas, deben dar lugar si es necesario a la creación de conceptos que nos definan en nuestra particularidad. Definir en clave propia los objetivos primarios de nuestro devenir, sean las modalidades de trabajo, sea la desnaturalización permanente de cada resquicio subjetivo que el sistema usa para su reproducción, sea la evaluación de la eficacia de nuestras formas organizativas, son tareas necesarias y prioritarias a la hora de hablar de defender, de luchar, de sabernos una entidad que quiere persistir.

La discusión en la que intervenimos, de autoformación y por tanto parte del proceso constituyente de nuestro devenir, abre la posibilidad de generar herramientas para una lucha genuina. Conocernos y entender nuestra situación y nuestra propia constitución; conocer el medio en el que nos movemos y las alternativas de los enfrentamientos en los que nos embarcamos nos hacen como colectivo, hoy disperso y sin identidad.

¿Quiénes somos, cómo nos vemos y entendemos, cómo nos concebimos cuando nuestro hacer es de una especificidad inédita y novedosa? ¿Qué producimos con nuestra actividad? ¿Es un trabajo? ¿Se trata de activismo político sin más, o es una mixtura? Si buscamos reconocimiento en la sociedad, legitimidad y apoyo, debemos hacerlo con un mensaje claro y preciso, que comienza en el conocernos a sí mismos. ¿Estamos dispuestas a aceptar y legitimar todos nuestros haceres? ¿Cuánto debemos cambiar, mejorar, superar? Del resultado de nuestros interrogantes, de la producción de saberes y las indagaciones sobre los medios que habitamos, saldrán pautas de acción, variantes organizativas y actitudes de lucha, resistencia y negociación, alianzas. Cuando estas pautas no están dadas en primeras personas, en plural, es porque no fuimos agentes de su producción, nos son externas y por tanto en alguna medida ajenas. Nada más lejos de los principios de la educación popular que la acción enajenada, acrítica.

Por último: estas líneas responden a un momento del proceso de autoformación limitado a un ámbito crítico en el grueso del movimiento, donde la autonomía como brújula, la distancia del estado y cierto espíritu anticapitalista aglutina un pequeño espacio; uno entre decenas. Nada puede hacer suponer que nos ubiquemos como únicos actores, únicas actrices. Esta instancia está abierta a quien se apropie del conflicto, entienda necesario ser parte de la resolución, parte activa y vital.

 

Fernando Gargano.

fernandogargano@escribentes.com.ar

* Educador popular en la materia Filosofía y Psicología del Bachillerato Popular Veinte Flores.

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