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Sobre el concepto de travesticidio. Entrevista a Blas Radi

En el año 2016 Alejandra Sardá y Blas Radi comenzaron un trabajo de investigación cuyos resultados se publicaron en el artículo titulado “Travesticidio/transfemicidio: coordenadas para pensar los crímenes de travestis y mujeres trans en Argentina”. El trabajo lo hicieron como parte del sistema de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires.

Este proyecto comenzó con el pedido del Observatorio de femicidios Adriana Marisel Zambrano. Sus integrantes habían decidido que su monitoreo de femicidios comprendiera también los crímenes de travestis y mujeres trans y para eso estaban buscando un concepto. No necesitaban ni una definición académica ni una figura penal sino una definición conceptual.

El concepto de “travesticidio” ya estaba en uso y circulaba en las comunidades desde hacía tiempo. El desafío para elles era establecer sus contornos conceptuales de manera tal que permitiera llevar adelante un trabajo de identificación, monitoreo y cuantificación. Este ejercicio de definición implica mucho más que asociar una etiqueta con una identidad de género. Entre otras cosas, en esa definición se ponía en juego qué se cuenta, quiénes cuentan, por qué y quiénes son responsables.

A propósito de ello, en el marco de su visita a Santa Fe, entrevistamos a Radi:

Sacha Lione (SL): ¿Qué estrategias adoptaron para desarrollar este trabajo?

Blas Radi (BR): Adoptamos muchas estrategias distintas. Para empezar, generamos una base de datos propia, a partir de noticias de medios de comunicación, para poder tener un registro de las características más sobresalientes de estos crímenes. También hicimos un relevamiento de bibliografía especializada para comparar los conceptos en uso, sus fundamentos e implicancias y nos contactamos con otros observatorios -con quienes quedamos en contacto-. Y también habilitamos canales de intercambio con con activistas y organizaciones sociales: por teléfono, por mail y también en persona hicimos encuentros en la oficina. Nuestro objetivo con esta apertura era garantizar que el proceso fuera participativo y que priorice los saberes y necesidades de travestis y mujeres trans. La idea era reconocerlas como productoras de conocimiento y darle centralidad a sus contribuciones, especialmente considerando que los resultados del proceso iban a tener consecuencias directas en sus comunidades.

SL: ¿Cómo fueron esas reuniones?

BR: Fueron muy productivas. Por mi parte, confieso que tenía una cierta expectativa de debate que nunca ocurrió. Hubo un acuerdo inmediato en la importancia tanto del monitoreo como de utilizar estos dos términos: travesticidio y transfemicidio. Básicamente había una apuesta identitaria fuerte. El mayor interés de quienes participaron de las reuniones o colaboraron por teléfono o por correo electrónico fue hacer justicia a la identidad de género de las víctimas y reivindicar esa identidad política del colectivo.

Pero algo que notamos en estos procesos de intercambio es que la etiqueta respondía a la identidad de las víctimas y, en general, la descripción que daba de los crímenes se refería a los perpetradores. Por ejemplo, se utilizaba indistintamente el término “travesticidio” y “crimen de odio”. Y si bien son términos que se pueden usar para dar cuenta del mismo evento, el uso de cada uno de ellos tiene implicancias muy distintas para su interpretación. Para empezar, como decía, hay un desplazamiento de la perspectiva de la víctima a la perspectiva del perpetrador.

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SL: “Crimen de odio” muchas veces se usa como sinónimo de travesticidio.

BR: Sí. Y hay otros términos que se utilizan muchas veces como intercambiables y que, sin embargo, tienen diferencias considerables, especialmente para el trabajo de monitoreo. En nuestra exploración bibliográfica identificamos un catálogo de términos en uso y decidimos enfocarnos en las consecuencias que tenía utilizar cada uno de ellos como clave hermenéutica. Quizás el aspecto más sobresaliente fue el modo en que el universo de discurso variaba en función de la clave adoptada. Por ejemplo, en investigaciones llevadas adelante en Brasil se utilizaba el concepto de “crimen homofóbico” para hacer referencia a crímenes de varones cis gays, travestis y mujeres trans.

Pero además encontramos otros motivos que nos llevaron a distanciarnos de este término. Para empezar, las mismas investigaciones que lo usaban reconocían que los crímenes de varones gays cis y travestis y mujeres trans son muy distintos. Y también reconocían que travestis y mujeres trans se oponen al uso de este término que pierde de vista una especificidad que les interesa destacar.

“Crimen de odio” tampoco nos pareció adecuado porque enmarca estos crímenes como casos aislados que dependen de las condiciones subjetivas de un individuo especifico que intencionalmente asesina a una travesti o una mujer trans. Este enfoque nos pareció insuficiente porque no considera el contexto, porque pierde de vista las condiciones estructurales de marginalización de travestis y mujeres trans, y los roles de un arco amplio de agentes empezando por el Estado. De alguna manera este concepto privatiza el fenómeno.

La noción de “crímenes de odio” depende de una perspectiva que sobre todo en Teoría Crítica de la Raza se conoce como “la perspectiva del perpetrador”.

SL: ¿Qué es la perspectiva del perpetrador?

BR: A diferencia de la perspectiva de la víctima, que se concentra en las condiciones de existencia social de los individuos como integrantes de una clase inferior perpetua y que incluye sus condiciones materiales de existencia, la “perspectiva del perpetrador” entiende las situaciones de violencia no como condiciones, sino como acciones o series de acciones infligidas a la víctima por un particular. La atención se centra más en lo que los perpetradores particulares hicieron o están haciendo a algunas víctimas que en la situación general de la vida de la clase de la víctima.

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En palabras de Alan Freeman “la perspectiva del perpetrador presupone un mundo compuesto por individuos atomísticos cuyas acciones están fuera de y separadas del tejido social, y no tienen continuidad histórica”. O sea, desde esta perspectiva, la violencia no es un fenómeno social, sino simplemente una conducta equivocada de actores particulares en un mundo donde, si no fuera por la conducta de estas manzanas podridas, el sistema de igualdad de oportunidades funcionaría a la perfección y las desigualdades se explicarían por cuestiones de mérito.

Pensar en esta clave, pensar la violencia que experimentan las personas trans de esta manera, funciona en contra de la posibilidad de erradicarla, y no hace sino contribuir a ocultar muchas de sus manifestaciones sistemáticas.

SL: ¿Qué implica la perspectiva del perpetrador en los casos que ustedes estaban analizando y qué consecuencias tiene?

BR: En primer lugar, hace que consideremos la violencia como actos únicos que son entendidos como excepción. O sea, hacemos de la violencia algo extraordinario. Por más que sea algo extendido, se trata de un fenómeno excepcional en la medida que se supone que desentona con un marco de respeto e igualdad. Como consecuencia no registramos la desigualdad sistémica, es más, de alguna manera la desmentimos, y por lo tanto no hacemos nada para remediarla.

Esto implica que no registramos las experiencias que Laurent Berlant llama “muerte lenta”, es decir, perdemos de vista esas experiencias de “atenuación física” que no siempre pueden ser atribuidas de manera directa a las operaciones violentas de individuos, y que en su mayoría emergen de condiciones estructurales de opresión fundada en una distribución desigual de oportunidades, bienestar y miseria.

En segundo lugar, individualizamos la violencia, es decir, entendemos que los responsables son personas que son en sí mismas malas o descarriadas. Esto nos permite escapar de una responsabilidad colectiva y social. Acá la responsabilidad es individual.

En tercer lugar, resumimos que se trata siempre de acciones deliberadas fundadas en sentimientos negativos. La intención y el odio son piezas fundamentales. Estos sentimientos no siempre están presentes y en todo caso son muy difíciles de probar. Además, pensar en esta clave implica trasladar la carga de la prueba a las personas que sufren esa violencia, personas que por lo general tienen menos credibilidad. Entonces aportar esas pruebas las expone a una serie de exámenes que en general no están en condiciones de pasar, sin contar las experiencias de revictimización.

En cuarto lugar, sólo consideramos la violencia presente. En consecuencia, no consideramos que existen condiciones de desigualdad con cuyos efectos convivimos y que es necesario reparar. Estamos ahora en la situación en la que estamos porque la violencia tiene una historia.

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Por último, la “reparación” consiste en el castigo del perpetrador. En general quien responde por ese castigo es el sistema penal. Y acá la clave está en pensar si hay relación, por un lado, entre la reparación y el daño y, por el otro, entre la justicia y el castigo. Creo que hay una serie de discusiones que por lo menos algunos movimientos sociales todavía nos debemos y que se pueden introducir bajo la forma de algunas preguntas: ¿es posible la reparación?; alimentar al sistema represivo, que tiende a castigar diariamente a las personas vulnerables ¿es una reparación? ¿Eso es justicia?

De qué hablamos cuando decimos traversicidio/transfemicidio.

En su artículo “Travesticidio/transfemicidio: coordenadas para pensar los crímenes de travestis y mujeres trans en Argentina”, Blas Radi y Sardá-Chandiramani, nos ofrecen una definición: “El travesticidio/transfemicidio es la expresión más visible y final de una cadena de violencias estructurales que responden a un sistema cultural, social, político y económico vertebrado por la división binaria excluyente entre los géneros. Este sistema recibe el nombre de cisexismo. En él, las personas cis (es decir, aquellas que no son trans) detentan privilegios que no se reconocen como tales, sino que se asimilan al ‘orden natural’. En este contexto, como dice Mauro Cabral Grinspun, ‘ser travesti o trans tiene consecuencias materiales y simbólicas en las condiciones de existencia’. El correlato del privilegio cis es la precariedad estructural de las vidas trans, sometidas a una dinámica expulsiva que, en el caso de travestis y mujeres trans, las mantiene cuidadosamente separadas de la sociedad y las ubica en un lugar material y simbólico mucho más expuesto a la visita frecuente de la muerte prematura y violenta.”

 

Blas Radi. Activista de DDHH, profesor de filosofía (UBA) y becario doctoral (CONICET). Dentro del área de la filosofía práctica, su investigación recurre al instrumental conceptual de las Epistemologías Críticas y se inscribe en el campo de los estudios trans. Ha ofrecido cursos a educadorxs y comunicadorxs, y ha escrito y disertado en Argentina y el extranjero sobre cisexismo, privilegio cis y violencia epistemológica. Blas presentó e impulsó el “Proyecto para el respeto de la identidad de género” en el ámbito de la Facultad de Filosofía y Letras de UBA (680/2010), formó parte del Frente Nacional por la Ley de Identidad de Género (2012) y otras iniciativas locales y regionals por los derechos de las personas trans. En la actualidad es co-coordinador de la Cátedra Libre de Estudios Trans de la FFyL de UBA.

Sacha Lione. Licenciada en Ciencia Política (UNL). Becaria doctoral (CONICET). Miembra de la cátedra “Perspectiva de Género en Ciencia, Tecnología e Innovación” de la Universidad Nacional del Litoral.

 

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